Lágrimas y gritos desgarradores de dolor. Aullidos de tristeza, plegarias al cielo y maldiciones que se evaporan en el aire. Preguntas sin respuesta. Consecuencias sin causas. Vidas suspendidas. Y mucha angustia.
El asesinato de cuatro niños palestinos el pasado 16 de julio en una playa de Gaza por fuego de la Marina israelí ratificó definitivamente la masacre que el país hebreo está ejerciendo sobre la población palestina de la Franja de Gaza en la ofensiva llamada Margen Protector iniciada oficialmente el pasado 8 de julio.
Según los últimos datos recogidos, 715 palestinos han fallecido y 4.550 han resultado heridos. De los primeros, 170 son niños y la cifra sigue incrementándose.
La barbarie, destrucción, crueldad y sin razón caracterizan un ataque israelí del que forman parte todo tipo de armamento como misiles, sistemas de artillería de largo calibre, drones, tanques, aviones de combate, vehículos blindados, flota de guerra, pequeñas armas y armamento ligero. A estos hay que añadirles las bombas de fragmentación o Flechettes que expanden pequeños dardos metálicos denunciado por el periódico inglés The Guardian o las DIME (Metal Inerte Denso Explosivo), por sus siglas en inglés. Según recoge el International Middle East Media Centre, los DIME son artefactos explosivos que tienen un efecto pequeño pero muy significativo en el radio de explosión. “Las municiones DIME fueron desarrolladas por las Fuerzas Aéreas estadounidenses en 2006 y testeadas reiteradamente en la población de la Franja de Gaza (…)”. Estas contienen “tungsteno, un metal cancerígeno que ayuda a producir explosiones capaces de cortar carne y huesos, a menudo destruyendo por completo las extremidades inferiores de las personas que se encuentran dentro del radio de explosión”, explica la agencia.
Todo ello (y, seguramente más) contribuye a mantener la feroz violencia con la que está actuando Israel sobre la Franja, provocando además de la ineludible espiral de muertes, consternación y desesperación; a una crisis en la salud física y mental en la Franja donde la que más la sufren son los niños. Ningún conflicto acaba con la última bala.
Tal y como explica en un informe la organización no gubernamental Save the Children, los niños son los primeros a sufrir los desastres de las guerras y que se perpetúan durante años en sus vidas. Según las últimas estimaciones, más de 22.000 menores que han estado expuestos a la extrema violencia tienen necesidad de apoyo psicosocial. Puesto que sus cuerpos son más delicados y se encuentran todavía en desarrollo, las lesiones por las que se ven afectados son más graves y más difíciles de tratar que las de un adulto. El uso de las armas causa angustia psicológica a largo plazo que afecta directamente en sus aspectos cognitivos, emocionales y sociales. Los ataques a centros sanitarios y escolares provocan la nula atención médica a los heridos, la falta de personal y su puesta en peligro y la escasez de material médico.
La desaparición de escuelas imposibilita que los niños puedan desarrollar las habilidades sociales necesarias y tener un acceso a una educación viable, adecuada y útil para su futuro; haciéndolos más vulnerables e influenciables en unirse a grupos armados de cualquier tipo. Además, su uso como barricadas, centros de refugios o clínicas improvisadas las convierte a menudo en objetivos militares y, por ende, incrementado gravemente las cifras de fallecidos. Finalmente, la inviabilidad de que la Ayuda Humanitaria llegue a los afectados, a causa de una de las partes en conflicto o bien por la presencia de artefactos explosivos que hacen peligroso el acceso, los deja sin una asistencia primordial y esencial.
La mayor parte de la destrucción de la vida de estos niños es posible gracias al potencial armamentístico y militar del país. Israel tiene una de las industrias militares más desarrolladas y modernas del mundo que, además de su propio abastecimiento, se nutre de unas exportaciones que suponen el 75% de su producción armamentística. De hecho, no está solo en todo el proceso sino que, ayuda y es ayudado, por, entre otros, su compañero y colaborador español.
España mantiene regulares y buenas relaciones con el país hebreo en asuntos militares contribuyendo a su expansión, crecimiento y capacidad de destrucción y masacre en las vidas de los palestinos. Estas relaciones económicomilitares fueron denunciadas e ilustradas debidamente en el informe Defensa, Seguretat i Ocupació com a negoci, redactado por los investigadores Alejandro Pozo, Camino Simarro y Oriol Sabaté y apoyado por la plataforma Negocis Ocults. “El Gobierno español contribuye a la financiación de la industria de guerra israelí con más de 400 millones de euros -como mínimo- con la compra de un armamento que ha sido desarrollado y probado en las numerosas operaciones militares lanzadas contra la población palestina de los Territorios Ocupados. Este es el caso de los misiles Spike (de la empresa Rafael), los Cardom (de Elbit Systems) y de los UAV Searcher (de IAI); todos ellos fabricados por estas empresas militares israelíes y utilizados en Gaza, en muchas ocasiones provocando víctimas civiles (…). Por otro lado, las exportaciones españolas de material de defensa a Israel responden en gran parte a envíos de municiones, piezas y componentes enviados a Israel con tres finalidades principales: para consumo interno (de las Fuerzas Armadas de Israel, empresas privadas o públicas y particulares), para su ensamblaje y reexportación, o para ser sometido a pruebas”, resume en un artículo el centro de investigación para la paz, Centre Delàs. La importación de drones israelíes a territorio español es más que controvertida. Los ejemplos que delatan las buenas relaciones entre ambos son muchos.
Ya no se trata sólo de querer diferentes tratados internacionales que regulen los diferentes tipos de arma. Ya no se trata sólo de dificultar el comercio de armas mundial. Ya no se trata sólo de dilapidar el uso de estos instrumentos. Ya no se trata sólo de la piedra. Se trata de la lluvia de piedras y de los agujeros que imprimen en el suelo. Se trata de extinguir las consecuencias de ello y todo lo que rodea el mundo del militarismo, el armamentismo y el lucro dela violencia. Nuestro silencio y pasividad ante estas realidades nos convierten en cómplices de los episodios que escriben en la historia con la sangre de los más inocentes y vulnerables; y contribuimos a asegurarles no sólo las pesadillas del hoy, sino los traumas del mañana, los claroscuros del futuro.