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Einstein y el proceso

Hola,

El domingo por la noche fui a la Escuela Industrial. Lluís Pla, jefe de estudios del CMU Ramon Llull, me había invitado para dar una charla a tres sobre el daxonsis. Los otros ponentes, colegas de mucha envergadura, eran Ignasi Aragay y Enric Juliana.

Era la segunda vez que Pla me convocaba. La primera fue para charlar sobre mi libro Posteconomía y fue muy agradable aunque descubrí algo inquietante. Para saber qué alumnos habían asistido a la charla en la puerta había un detector de patas digitales, dicho así, a lo basto. Un utensilio biopolítico, que decía en Foucault. A mí me hizo un poco de miedo pero la amenidad del acto me hizo olvidar.

Ayer pontificamos en la capilla del Edificio Ramon Llull, obra tardía de la Mancomunidad y diseñada por Rubió Vellver como homenaje al arco parabólico. Una doble metáfora (capilla y parábola) de lo más apropiado.

Para mí fue un placer escuchar el siempre italianizante análisis de Juliana y el razonamiento sólidamente catalán del Aragay. Como se trata de un Colegio Mayor, nuestro público (media entrada) contenía en su seno un grupo activo de baleares que hicieron preguntas bastante complicadas. Uno de ellos nos explicó que, allá por los años 80, incluso el presidente balear Canyelles se planteó lo de la declaración unilateral de independencia... de las Islas. Sorprendente.

Siempre que paso o entro en la Escuela Industrial viene a mi cabeza un episodio de la pequeña historia catalana que a mí siempre (y no me pregunten por qué) me ha fascinado. Se trata de la visita de Albert Einstein a Catalunya el año 1923 y, en concreto, su conferencia en la misma Escuela Industrial.

Pensé mucho en Einstein ayer noche. Porque la política, así en general y la catalana en particular, es quizás de las ciencias de hoy en día más aferradas a la física newtoniana. En política cuenta mucho la inercia y también la fricción. Es un juego de fuerzas que se complementan o se anulan. Por eso la explicación newtoniana del proceso catalán es tan difícil. En la dinámica de fuerza popular y democrática, de un lado, se le opone una similar basada en la contingencia nacional y la masa absoluta del statu quo. Hacer cálculos sobre qué fuerzas son las resultantes de todo ello es trabajo de Juliana, que abrió su abanico de posibilidades y perspectivas con una eficacia y contundencia propias de un mandarín chino. Y tiene razón el director adjunto de La Vanguardia cuando valora los pesos y resistencias de todo.

Pero a veces la política se comporta como un elemento cuántico: da saltos inesperados de rango y cantidad. Opera en direcciones opuestas y simultáneas y, como ya previó Heisemberg, al ser observada cambia su comportamiento.

El proceso catalán, con su manera clásica de poleas, correas y tense de cuerdas, tiene una gran vibración hecha de incertidumbre. Como aquel gato del hipotético experimento de Schrodinger, el proceso puede estar muerto y vivo al mismo tiempo. Puede ganar y perder en una misma situación.

Cuando Einstein estaba en Barcelona estaba preocupado. Era, salvando las distancias, como el presidente Mas. Él había puesto en marcha la revolución que acabó con la física clásica pero detestaba las conclusiones aleatorias e imprevistas a las que iba llegando la física cuántica. “Dios no juega a los dados”, le espetó a Niels Bohr en la conferencia Solvay del año 27. “Deje de decirle a dios qué hacer con sus dados”, fue la respuesta del físico danés.

Incertidumbre es una palabra que yo encuentro alegre pero que no gusta mucho en política.

A la conferencia de Einstein en la Escuela Industrial acudió José Maria de Segarra como periodista. Sin entender ni jota hizo una crónica admirable, de la nada. Miren: “Es algo muy humano conservar recuerdos de los grandes hombres; en Dresde vi unas pantufla que habrían dado dos reales y eran tenidas como una reliquia porque abrigaron un día los pies de Emmanuel Kant. Pues bien, yo cuando el profesor Einstein borraba sus inscripciones blancas encima de la tela negra lustrada, mi corazón me impulsaba a decirle: 'Haga el favor, no lo borre, ya le traeremos otra pizarra”.

Y ya que hablamos de las pantufla de Kant, Ignasi Aragay citó ayer el filósofo alemán como ejemplo del “giro copernicano” que supone el proceso dentro del catalanismo. Aragay sostiene que, hasta ahora, el objeto era el centro del catalanismo (autonomía, estatuto, pacto fiscal...) y que ahora, tal y como hizo Kant, el sujeto, el mismo cuerpo soberano, es el centro y fin de la discusión.

Como ven, mucha ciencia entre hombres de letras. Tal vez del destartalado ejemplo decimonónico del “choque de trenes” deberíamos implantar el del acelerador de partículas. Al menos allí las colisiones son de provecho y crean nuevas partículas.

Einstein se fue de Catalunya con muchos discos de música catalana que escuchar toda la vida. Dicen que recomendó a Campalans que abandonaran la palabra nacionalismo porque quedaba feo en toda Europa y nos aferráramos al catalanismo. E incluso dicen que se enfadó con Marie Curie sobre los derechos de las naciones sin estado para la Katalanischefrage. La cuestión catalana, que decía él.

Acabamos tarde pero satisfechos. Los ladrillos levantados por la Mancomunidad quedaban solemnes. Un vitral insólito dibuja tres figuras insólitas: Balmes a la izquierda, Monturiol a la derecha y, como tercera vía, la efigie más grande de Llull. Encabezando la portada, una palabra: Pax. Buenas noches. Aragay se va en bicicleta, Juliana vuelve a la redacción y yo cojo un taxi.

Hola,

El domingo por la noche fui a la Escuela Industrial. Lluís Pla, jefe de estudios del CMU Ramon Llull, me había invitado para dar una charla a tres sobre el daxonsis. Los otros ponentes, colegas de mucha envergadura, eran Ignasi Aragay y Enric Juliana.