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El barrio toma el Liceu: 300 vecinos del Raval cantan en una ópera con toques de rumba y trap

Sandra Vicente

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El gato de Botero es un icono del barrio barcelonés del Raval. Esa gran mole de bronce, de carnes generosas y formas redondeadas, como cualquiera de las obras del artista colombiano, es testigo de todo lo que pasa en las calles. Hasta que un día desaparece. Así, sin más. Todo el barrio queda compungido, pero una de las personas más afectadas es un magnate, un hombre de negocios, un especulador que reside en la parte alta de la ciudad y que tenía planes para el gato. Le va la cartera en encontrar al felino, y de ella echa mano para conseguirlo. Contrata a tres detectives, a cada cual más pintoresco, para que hagan sus pesquisas.

Ese es el argumento de 'La gata perduda', una ópera que se estrenará el próximo octubre en el Liceu, el templo de la tradición operística catalana, afincado en el Raval. Pero no será un espectáculo corriente porque, por primera vez, este gran teatro ha bajado de su altar de marfil para pasear por las calles del barrio, hablar con sus gentes e impregnarse de su día a día. Y es que esta ópera ha sido ideada de la mano de los vecinos y, además, será interpretada por ellos.

La melodía corre a cargo de la orquesta sinfónica del Liceu, pero las voces serán las de 300 personas que conforman once coros amateurs del Raval. En esa amalgama de cuerdas vocales hay de todo: desde mujeres afroamericanas asiduas al gospel hasta filipinos que cantan música tradicional, pasando por jóvenes semi profesionales o ancianas que se juntan casi en exclusiva para conciertos de Navidad. “Coordinarlos ha sido muy difícil, porque hay quien entiende mucho de música y quien no sabe leer una partitura, por no hablar de quienes no hablan ni catalán ni castellano”, reconoce Cristina Colomer, coordinadora de los coros.

Esta ópera es técnicamente difícil, tal y cómo reconocen sus creadores, y ha requerido de muchos ensayos para que cada coro bordara su parte. Después de meses, “el resultado es excelente. No esperábamos menos: no queríamos bajar el listón sólo porque fuera un proyecto comunitario”, considera Arnau Tordera, músico y compositor de 'La gata perduda'.

El objetivo era un espectáculo ambicioso: no solo porque se buscaba calidad, sino porque no se quería que el barrio se adaptara a la ópera, sino al revés. Por ello, se ha navegado hacia una obra poco canónica, que contiene toques de rumba catalana, hip-hop, trap y “música contestataria”, para que el resultado “dialogara con los vecinos”, según Tordera.

Uno de esos vecinos es Iago, un joven de 14 años que forma parte del coro Musical Choir, uno de los que afrontará las partes más difíciles de la composición. Llega a la Sala la Paloma, donde se celebra uno de los últimos ensayos generales antes del estreno, muy ilusionado y cargado con una bolsa llena de libros y libretas. Él es uno de las decenas de niños y adolescentes que compaginan este proyecto con su vida académica y hacen los deberes en los descansos de los ensayos.

Para este enamorado del teatro musical, es “una gran oportunidad” poder pisar las tablas del Liceu, pero se muestra algo preocupado porque su familia no ha podido conseguir entradas para ir a verlo el día del estreno. “Solo las pudo conseguir mi madre, porque en seguida se agotaron”, reconoce este joven.

Reconciliar el Liceu con el Raval

Quien sí consiguió entradas para sus seres queridos es Angelina, una mujer de 75 años nacida en Elche e hija adoptiva del Raval. Ella, que canta en el coro KorraVal Evolution, se preocupó de conseguir 22 entradas. “Que el Liceu se abra al barrio y al público que tenemos menos dinero es maravilloso. Es una pena que haya tanta gente que se pierda toda la magia de la ópera”, reflexiona Angelina. Ella es una auténtica melómana, que recuerda con emoción cuando fue a Viena y pudo comprar una entrada para una butaca que había quedado vacía por menos de cinco euros. Le gustaría tener la misma opción en el Liceu de Barcelona, donde ha podido ver dos óperas. “Si no he ido más es por dinero; no es algo que pueda hacer cada mes, aunque compre las entradas más baratas con las que ni siquiera se ve el escenario”, se lamenta.

La gran mayoría de vecinos del Raval jamás han traspasado las puertas del Liceu. Unas puertas que, de hecho, fueron objeto de polémica cuando el artista Jaume Plensa presentó su diseño, pensado para “alejar de la entrada situaciones difíciles”, en referencia a personas sin hogar que usaban los porches para pasar la noche. El Raval es el séptimo barrio (de 73) con la renta más baja y, a su vez, acoge el Liceu, el teatro con algunos de los espectáculos más caros de la ciudad, con entradas que pueden llegar a los 263 euros (equivalente al 25% de un sueldo medio en el barrio).

“Es una cultura elitista, con precios inasumibles para la gran mayoría de gente. El arte no debe ser gratis, pero tenemos que encontrar mecanismos para hacerlo asequible. Pensar que la gente con menos recursos no consume cultura es muy clasista y además mentira, teniendo en cuenta que las entradas se agotaron hace semanas”, reflexiona Tordera, recalcando que los billetes para 'La Gata perduda' cuestan entre 10 y 35 euros.

“Si el arte no es contemplado para la sociedad, es artificioso. Debe poder dialogar y, para ello, debe tener espectadores. Pero si éstos sólo pertenecen a las élites, no hay diálogo”, remacha Tordera. Para fomentar este intercambio se creó el proyecto 'Opera Prima', una línea artística impulsada por el Liceu para estrenar, cada tres años, un espectáculo que incorpore las voces de los diferentes barrios de la ciudad.

Las mil voces del Raval

Los autores de la obra remarcan que se trata de una ópera “comunitaria y no participativa”, en el sentido de que los y las vecinas están presentes, no sólo encima del escenario, sino en todo el proceso de creación, que ha durado algo más de tres años. Lo sabe bien la dramaturga Victoria Szpunberg, autora del libreto, quien ha hecho una laboriosa tarea de investigación y trabajo de campo. Desde paseos hasta bucear en la literatura sobre el barrio, pasando por numerosas entrevistas y encuentros con vecinos. Todo para plasmar la esencia de un Raval “inesperado, fantástico, que rompe esquemas, muy politizado y reivindicativo, que no se rinde”, dice la dramaturga.

De hecho, este barrio es el espacio europeo con más densidad asociativa por metro cuadrado. Por ello, en la ópera han participado 50 entidades y asociaciones que han ayudado a los autores a entender la complejidad del Raval, pero también la solidaridad que se teje entre sus calles. “En el barrio he creado familia, pero es una familia de gente muy parecida a mi”, dice Angelina. Por eso se alegra tanto de haber participado de este proyecto, en el que comparte espacio con niños filipinos, ancianos manchegos, mujeres senegalesas y jóvenes catalanes.

“Esta ópera nos da la vida. Me ha permitido conocer a personas maravillosas que, de otra forma, no formarían parte de mi día a día”, dice esta mujer, que explica cómo la música ha tejido relaciones de cooperación entre ellos. Hay quien cuida de los más pequeños, aunque no sean sus hijos, quien ayuda con los deberes de los adolescentes o quien siempre tiene un ojo puesto en los ancianos para asegurarse de que estén a gusto.

Todo el mundo tiene su lugar grabado en la memoria y en el suelo de la sala Paloma, marcado con cinta adhesiva. Tras una indicación de Cristina Colomer, las 300 voces del Raval se van colocando en su puesto, listas para empezar el ensayo. Al oír que el show está a punto de comenzar, los ojos de Angelina se iluminan y se remueve en el asiento, pidiendo acabar la entrevista para no perder ni un minuto de trabajo. “Yo es que no sé vivir sin cantar”, dice, antes de salir corriendo hacia su puesto, lista para dar vida a 'La gata perduda'.