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El negocio con esclavos de Antonio López, al detalle: cómo amasó su primera fortuna el gran empresario español

Antonio López, en un retrato ya de mayor. De fondo, un anuncio de compra de esclavos en 'El Redactor de Santiago de Cuba', en junio de 1851

Pau Rodríguez

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La estatua de Antonio López y López, el primer Marqués de Comillas, fue retirada de su pedestal en Barcelona el 4 de marzo de 2018. El gobierno de Ada Colau, que lo llevaba en su programa electoral, recogía la demanda de algunas entidades que defendían que un hombre que se había enriquecido con el comercio de esclavos en Cuba, incluso con el tráfico ilegal, no podía tener símbolo público alguno. Algunas voces, por contra, tacharon ese gesto de revisionismo histórico sobre una figura que ellos loaban como la de un exitoso emprendedor indiano fruto de su tiempo, que emigró sin nada y volvió para construir un todopoderoso imperio empresarial desde la capital catalana. 

A estas alturas, no hay dudas de que López (1817-1883) amasó su primera fortuna, o buena parte de ella, con la compraventa de esclavos desde Santiago de Cuba. Pero, ¿cómo lo hizo? ¿En qué consistía exactamente su negocio? Y, una de las preguntas más difíciles de responder: ¿qué se sabe sobre su participación en la trata atlántica desde África, una práctica para entonces ilegal pero muy extendida en la colonia? En medio de la polémica por la estatua, el historiador Martín Rodrigo, profesor titular de Historia Contemporánea en la UPF, se sintió interpelado. Él había investigado años antes para su tesis la vertiente empresarial del personaje, e incluso publicó una biografía en el año 2000, hoy descatalogada. Pero en ellas apenas ahondaba en sus andanzas cubanas.

“Decidí trabajar en profundidad las notas que en su momento no había usado porque no me parecían relevantes”, explica Rodrigo, movido también por sus más recientes investigaciones sobre la trata de esclavos en las colonias españolas y su acceso a algunas fuentes británicas. El resultado es Un hombre, mil negocios. La controvertida historia de Antonio López, marqués de Comillas (Ariel), un pormenorizado repaso a la vida del naviero y financiero barcelonés del siglo XIX, el que fue Marqués de Comillas, amigo del rey Alfonso XII y uno de los empresarios más ricos e influyentes de Catalunya y España.

En el capítulo cubano, proporciona nuevos detalles y documentos sobre su empresa dedicada a la venta de esclavos y añade toda la luz posible a su papel como negrero, con numerosos indicios que le vinculan a una actividad que, pese a estar prohibida desde 1821, supuso hasta 1867 el desembarco ilegal de cientos de miles de personas en Cuba. De los 900.000 que se estima que desembarcaron en la isla, según Rodrigo, 600.000 lo hicieron en ese período, con una notable participación de capitales catalanes en esas empresas.

Se “compran negros”

López nació en 1817 en el seno de una familia humilde de Comillas, en Cantabria, y pronto emigró a América, primero a México y después a Cuba, donde se abrió paso en el mundo de los negocios empezando en un almacén cuyo propietario, Andrés Bru, acabaría siendo su suegro y su socio. El dinero de la familia política dio mayor impulso a su empresa, Antonio López y Hermano –fundada con su hermano Claudio–, que se dedicó entre otras cosas a explotar líneas marítimas regulares dentro de la isla. Aquella actividad les sirvió de base para su negocio con los esclavos, que consistía en comprarlos en Santiago y venderlos a otros puntos de la isla, desde Matanzas a Cienfuegos o la Habana, donde servían de mano de obra forzada en cafetales y los campos de azúcar. 

Un anuncio en el periódico El redactor de Santiago de Cuba, de junio de 1852, da un vistoso testimonio de ello. “Compran negros de ambos secsos [sic] en partidas o sueltos al contado; los Sers. Antonio López y Hermano, calle de la Marina, 38”. Durante más de una década, entre 1844 y 1856, en su treintena de edad, hay constancia de que el futuro Marqués de Comillas hizo negocio con la intermediación comercial de decenas de esclavos, cada año más que el anterior, según documenta Rodrigo a partir de actas notariales y de los archivos de las escribanías de Santiago. Si en 1848 su empresa vendió 34 esclavos y recibió poderes para hacer lo propio con otros 23, en 1851 la cifra llegó a alcanzar las 399 personas esclavizadas. “Era una de las grandes compañías que se dedicaba a ello, jugaba con las diferencias de precio, y estableció una importante red de poderes en distintos puntos de la isla”, apunta Rodrigo.

Todo aquello era legal. Aunque el tráfico de esclavos desde África a América estaba prohibido desde 1821, por un acuerdo bilateral entre España y el Reino Unido, la esclavitud estuvo permitida en Cuba hasta 1886. También las transacciones con esclavos dentro de la colonia. Sobre ese trabajo forzoso se asentaron las fortunas de numerosos grandes apellidos españoles, muchos de ellos catalanes, que coincidieron con López en Cuba o ya en Barcelona. Samà, Xifré, Vidal-Quadras, Goytisolo son algunos de los que se entrecruzan de forma recurrente en el libro, a veces en forma de matrimonios, operaciones inmobiliarias, consejos de administración o lobbies esclavistas.

Interrogatorios y otros indicios de tráfico

En paralelo a aquella actividad para entonces legal, el libro Un hombre, mil negocios enumera algunos episodios que le permiten al autor afirmar que también estuvo involucrado en el tráfico ilegal, un aspecto mucho más complicado de acreditar, puesto que la propia irregularidad del negocio hace que no se conserven fuentes documentales. “Para esconder las pruebas no solo se quemaban todos los papeles, sino que a veces se quemaban incluso los barcos”, sostiene. Si Rodrigo describe la trata atlántica como una cadena en la que durante años operaron cientos de personas (desde los financieros a los capitanes), López integraba el eslabón encargado de recibir en las playas los alijos de los llamados bozales, los futuros esclavos. 

El primero que lo denunció, a los dos años de fallecer López en Barcelona, fue su cuñado, Francisco Bru, en el libro La verdadera vida de Antonio López López por su cuñado Francisco Brú. Enfrentado a su pariente, el cuñado quiso responder con su versión de la historia a las hagiografías y homenajes que se sucedían sobre empresario indiano. “Traficaba con carne humana; sí, lectores míos. Era comerciante negrero. López se entendía con los capitanes negreros, y a la llegada de los buques, compraba todo el cargamento”, dejó escrito Bru. El resentimiento que desprende su publicación, sin embargo, ha servido hasta hoy a los herederos de López para tratar de desacreditar esas acusaciones. 

Pero Rodrigo recaba más fuentes. Entre ellas están los archivos de la administración británica, en los que consta una investigación –de las tantas que hubo– sobre la goleta Deseada, que en 1850 desembarcó a 280 africanos en la ensenada de Juragua. López y su socio Vinent fueron interrogados por considerarse que habían embarcado al menos a quince de esos esclavos hacia Batabanó. El cántabro negó conocer la operación, pero a la vez declaró que había transportado no 15, sino 79 “negros, los cuales no eran sin embargo bozales”. Es decir, que aseguraba que eran criollos, tal como se denominaba entonces a los esclavos regularizados en la isla. En su declaración exculpatoria dejó constancia también de que su empresa se dedicaba al “tráfico de este tipo de negros” desde hacía años “enviándolos a aquellas partes de la Isla donde sacaba más provecho”. 

Las pesquisas como aquella raramente llegaban a buen puerto, aunque la información de la que disponían los cónsules británicos solía ser buena, apunta Rodrigo. El motivo responde a que una vez en tierra cubana, la investigación de los hechos correspondía a los funcionarios españoles. “Algunos capitanes querían hacer cumplir los tratados, pero eran pocos. En la mayoría de casos pasaba que se daba carpetazo al asunto, como se vio con López”, resume. La llegada de decenas de miles de esclavos durante la época en la que estuvo prohibido –y su necesaria e inmediata regularización– sólo se explican, añade, por la colaboración de los funcionarios de un Estado que se beneficiaba de ese modelo. 

El historiador desgrana en Un hombre, mil negocios uno de los procedimientos con los que se solía legalizar a esas personas: “Un individuo (diríamos que en calidad de testaferro del propio López o de sus socios) acudía ante un notario y otorgaba poderes primero a favor de la razón Valdés y López (o de la firma Antonio López y Hermanos, después) para que, en su nombre, pudieran vender esclavos supuestamente de su propiedad. De aquella manera, con una sola escritura notarial se podían legalizar desde un solo esclavo bozal hasta varias decenas de africanos esclavizados recién descargados”. Rodrigo enumera más episodios, como la alianza de López con un conocido negrero de A Coruña, Eusebio da Guarda, y unas expediciones fallidas que financiaron entre ambos y cuya mercancía no se especificaba, cuando lo habitual era hacerlo.

Por todo ello, el historiador defiende la participación de López en el tráfico ilegal. Pero lo que es todavía más complicado de calibrar es hasta qué punto el negocio de los esclavos le catapultó en su carrera empresarial, puesto que en Cuba se dedicó también a la venta de ropa y acabó comprando varios ingenios antes de volver a la península. “La etapa cubana es fundamental para la acumulación originaria de capital; el peso que tuvo el comercio de esclavos solo lo sabríamos si tuviésemos los libros de contabilidad, pero lo que sí sabemos es que sus actividades estuvieron marcadas por la esclavitud, eso es impepinable”, resume el historiador.

El hombre más rico de Catalunya

A su vuelta a España, López se afincó en Barcelona, uno de los principales puertos coloniales de la península y la ciudad de su mujer, Luisa Bru Lassús. A partir de ahí, la historia de ese indiano y tratante de esclavos es mucho más conocida, y consiste en un fulgurante ascenso hasta lo más alto de la élite barcelonesa y española. A su muerte, en 1883, y más allá del multitudinario funeral en la Catedral de Barcelona, López se podía considerar el hombre más rico de Catalunya. Según el inventario de bienes patrimoniales, los capitales de su casa de comercio y los títulos de deuda, Rodrigo estima que la fortuna acumulada por el empresario era superior a la que legaron otros prohombres de su generación como Joan Güell –su consuegro–, el naviero José María Serra, el indiano Agustín Goytisolo o el financiero, político y exalcalde de la capital catalana Manuel Girona. 

Las numerosas empresas en las que se embarcó López desde su llegada a España, además del éxito tuvieron casi siempre dos nexos en común. “La vertiente colonial y la dependencia del Estado”, describe Rodrigo. Con su firma naviera Antonio López y Compañía –que luego sería la Compañía Transatlántica, la más importante del momento– logró contratos para prestar el servicio de correos y de envío de soldados hacia las Antillas. La fundación en 1876 del Banco Hispano Colonial, que él mismo presidió, nació de un préstamo al Gobierno para financiar la guerra de Cuba. Y su última gran empresa, la considerada primera multinacional española, también era fruto del sistema colonial: la Compañía General de Tabacos de Filipinas. 

No es de extrañar, en este sentido, que el Marqués de Comillas participase activamente en todas las iniciativas antiabolicionistas que lideraron las grandes fortunas españolas y catalanas. “Uno de los hechos diferenciales de España respecto a otros países europeos es que la cronología de la abolición de la esclavitud es más tardía, y uno de los factores que lo explica es sin duda la fortaleza de los proesclavistas, ya fueran los de Madrid, Barcelona o la Habana”, argumenta Rodrigo. La esclavitud en la colonia española de Cuba no se abolió hasta 1886, cuando solo era ya legal en Brasil.

Más allá de la faceta empresarial, muy complicada de discernir de las demás, López fue también un mecenas y un hombre que quiso y pudo entrar en los círculos más exclusivos de la alta sociedad. Prueba de ello es su relación con Alfonso XII, que veraneó con él en Comillas y le dio primero el título de marqués y luego de grande de España. En el pueblo cántabro, López llevó a cabo múltiples obras benéficas, a menudo ligadas a la iglesia, y de su papel como mecenas de las artes se recuerda sobre todo la financiación de la obra del poeta Jacint Verdaguer, que fue el párroco de la familia. 

La herencia de los negreros, un melón por abrir

Rodrigo no quiere entrar a valorar la decisión del Ayuntamiento de retirar la estatua de López, pero sí defiende que el legado y representación de los grandes apellidos españoles que levantaron sus fortunas sobre la mano de obra esclava es un todavía un melón por abrir en España. “Es una asignatura pendiente que requeriría una actitud valiente por parte de los poderes públicos, que deberían encargar estudios”, opina. Desde Sitges a Santander, desde Cádiz hasta Madrid, y por supuesto en Barcelona, este historiador cree que se debería inventariar el legado de los negreros y, a partir de ahí, decidir qué se mantiene y qué no. 

Mientras tanto, en la capital el busto de Antonio López permanece en el Centro de Colecciones del Museo de Historia de Barcelona, desprovisto de su función de ejemplaridad –tal como quería el consistorio– pero no de su valor patrimonial y artístico. El presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, le pidió a Colau que lo donasen a Comillas, donde aseguraba que sí iban a quererlo, pero la alcaldesa se negó. Con todo, el primer Marqués de Comillas sigue teniendo estatuas en distintas ciudades españolas, entre ellas su pueblo natal, y todavía da nombre a la plaza de Barcelona donde se ubicaba el monumento, la Plaça Antonio López. Varios colectivos pidieron el cambio de nombre del espacio mediante el proyecto de multiconsulta ciudadana que se trató de impulsar el mandato pasado. Querían renombrarla como Plaça Idrissa Diallo, en honor al joven guineano que falleció en enero de 2012 en el CIE de Barcelona. Pero la votación no prosperó en el pleno del consistorio.

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