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Río abajo

Imagen de archivo del río Tajo en Portugal

Miguel Ángel Curiel

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Este tiempo en una cascada, debajo de ella no oyes más que la cascada, si se secara el riachuelo oirías sólo tu respiración, el mundo, y el sonido que en la memoria dejó la cascada. El problema es el lenguaje, el lenguaje nos ha vuelto locos. Los silenciosos están llenos de lenguaje. Nunca sabes quién te dirá la verdad. La gran verdad no existe, porque siempre la verdad es una pequeña verdad entreverada, mezclada y trufada de realidad. La falta de información es información y la sobreinformación es carencia de información.

Sé poco, pero lo que sé en verdad lo sé, y no quiero saber mucho más. Veo el río desde la ventana del apartamento de la Ronda, necesito verlo todos los días para estar en contacto con el mundo. En el balcón leo al sol 'El libro del agua' de Leonardo da Vinci; quien me regaló esta maravilla en tiempos de incertidumbre se merece el mundo. “Del agua en sí. Del mar. De los ríos subterráneos. De los ríos. De los distintos estados de los fondos. De los obstáculos. De la gravilla. De las cosas que allí se mueven. Del cuidado de los ríos. De los canales. De las máquinas movidas por el agua. De la crecida del agua. De las cosas que consumen el agua”. De esto trata.

El río sigue ahí abajo, nadie se lo ha llevado. Hay cosas que sólo tienen sentido si las tocas, y es mejor tocarlas para sentirlas. Ferdinand Levallois después de tocar las aguas del Sena se las lavaba en el estanque de su casa, y más tarde con jabón en el grifo del agua corriente. El río le daba miedo y asco. Una vez toqué las vísceras aún calientes de un venado y sentí asco. Después me lavé las manos al menos diez veces y ya no toqué nada con ellas a lo largo del día. El agua tiene sentido si la bebes y puedes tocarla. 

Mi viejo amigo el artista plástico A.F. come piedras de hielo, le gustaba morder el hielo. Con los años comenzó a hacer arte con hielo después de haber trabajado toda su vida con el barro. Lo llama el material sublime. Para conservar las pequeñas piezas de hielo que talla, llenó el garaje de su casa de frigoríficos y congeladores industriales. Del barro se pasó al hielo, del calor al frío. El barro cura la mano que ha quemado el hielo. “El futuro del arte está en el derretimiento de la obra. Derretirse es como redimirse”.

En sus exposiciones se pueden admirar una serie de piezas que terminan formando finalmente charcos de agua al derretirse. Siempre mantiene que todas sus obras son charcos de agua. Finalmente fotografía los charcos de agua que quedan una vez que las piezas se han derretido. Ninguna exposición de A.F. dura más allá de unas horas. Lo sublime es efímero, pero el material debe ser eterno. El agua. Nunca trabajó con aguas que no procedieran del río y de sus afluentes. Me dice siempre que trabaja con aguas muy sucias y con aguas muy limpias. Nunca permitió que durante una exposición fotografiaran sus piezas, sólo el charco que queda. Para él la memoria debe estar limpia de recuerdos. Debe ser sólo agua; te verás siempre dentro de ella. Nada se oye, sólo la memoria de la cascada seca que es el tiempo.

Hace unos días me acompañó a Castelo Branco. Estaba ocioso y quería escapar de T. a toda costa. Podríamos haber viajado en una barca de hielo por el río. Castelo Branco, una ciudad aguas abajo en la que mirarse, T. una ciudad en la que cerrar los ojos. Mi envidia sana aflora cada vez que visito Castelo Branco o Abrantes río abajo. Bares los justos. En la inmensa plaza de la ciudad un fascinante edificio parece que va a echar a volar. Es el museo de arte contemporáneo  proyectado por Josep Lluís Mateo. La colección de arte hispanoamericano de José Berardo, que tiene también obras de su propiedad en Lisboa, en el Centro Cultural de Belem, y en Bombarral. Muy cerca, en la Rua dos peleteiros nos encontramos de sorpresa una pequeña exposición de pintura hecha por niños titulada Dibuja un río.

Dibujar un río es como dibujar la sombra de un árbol, el cielo, el infierno o el alma: debes pensar cómo hacerlo. Un río no se puede dibujar, no puedes llevártelo en los ojos. No es fácil dibujar un río. Se dibuja la vida, la muerte, las líneas se enredan, los trazos se cruzan. Siempre debes pensar cómo hacerlo, y una manera de pensar cómo llegar a ello es no pensar en ello; entonces mana al instante la idea, y el resultado final de esa idea no es más que el esbozo al que se ha llegado después de deconstruirlo todo. Sí, las casas se construyen por el tejado.

Es como si la idea final de un edificio fuera la grúa. La grúa simboliza lo que se va alzar antes de ser posado para siempre. La grúa está en el gran descampado sólo para que te imagines el edificio. Nuestra infancia estuvo llena de grúas y descampados, y en el río de plumas excavadoras sacando arena en las graveras. El río está en el río sólo para que puedas imaginar el río. Íbamos muy despacio por aquella sala blanca llena de dibujos de niños, los paneles donde se habían colgado, las obras se había dispuesto como un laberinto, lo habían llamado os meandros, que son algo así como las complejidades, las curvaturas.

De todas las obras allí expuestas había una que llamaba la atención sobre las demás, en una cartulina blanca un niño había trazado una línea recta de color azul, y en mitad de la línea por abajo había escrito «Tejo» y por encima «agua». Después había unas canoas de color negro de las que salían unos remos en los bordes de la cartulina. A.F. apretó el dedo en la línea y la siguió de izquierda a derecha, y cuando llegó al final de la línea hizo el camino inverso. «Remontar, avanzar, ir y volver», me dijo. Llevaba colgada al cuello su vieja Zenit rusa. Fotografió todos los dibujos que más le llamaron la atención. Antes de abandonar la sala volvió a aquel dibujo y con el dedo recorrió otra vez la línea azul. «Cuando me salí de la hoja me salí del mundo».

Hay cosas que sólo tienen sentido si las tocas, y el agua si la bebes y la tocas. En una terraza do Jardim da devesa pidió un vaso lleno de piedras de hielo y se las fue comiendo muy despacio. «Lo próximo que haré será una barca de hielo y cruzaré el río con ella, el hielo flota en el agua». Sentí que esos niños que habían intentado dibujar el río nunca se habían bañado en el río, sentí que el niño que trazó la línea azul tenía miedo y todo lo hacía de manera muy directa. Al día siguiente pregunté por aquel niño. Lo encontré y le pregunté porque hizo el dibujo de esa forma. El niño se quedó callado, supongo que no acertó a comprender lo que yo quería saber. Encogió los hombros y se dio la vuelta, señaló otro dibujo: era un círculo lleno de capilares o líneas, en realidad parecía un sol, era el dibujo de su amigo.

Dentro del círculo dibujó un puente con tres ojos. «Todos tenemos tres ojos». En cada ojo del puente había dibujado un pez muy grande de color azul. El niño dijo: «Es el mar, y el río va al mar». En el hotel, por la noche intenté imitar esos dibujos en el cuaderno de los ríos, las líneas me salían temblorosas, el círculo demasiado pequeño, pero el puente casi perfecto y los peces estaban muertos. «Todo es imaginario», –escribí debajo de los dibujos– hasta la gripe.

La imaginación puede destruir y crear al mismo tiempo: el miedo es fértil, el miedo vive en la imaginación. Finalmente una frase de Da Vinci que es difícil de olvidar por su plasticidad. «El agua es el cochero de la naturaleza, que transforma la tierra y la transporta». A.F seguía chupando piedras de hielo a las que le echaba azúcar. «Estas saben demasiado bien para lo que estoy acostumbrado» dijo. El agua de T. sabe cada vez peor. Hojeaba las páginas del Diario de noticias tirado en la cama, en la edición de 2 de marzo de 2019 que había encontrado en una papelera. Las pasaba muy rápido, sus dedos parecen viento, sus ojos fuego. «La culpa la tenemos nosotros, los niños dibujan nuestra culpa, el río es nuestra culpa, la cesura, el caudal, la línea el remanente de la culpa», y esa va directa desde A. hasta B.

Pero un remanente apenas lleva agua. «¿Hay alguna línea que no sea de culpa?»  dijo un poco antes de dormirse. «Debes elegir entre contagiarte con el Covi19 o beber un vaso de agua del río» Hay gran diferencia entre el asco y el miedo. Habrá que echarlo a suerte con la taba de una vaca. Al día siguiente nos acercamos hasta la desembocadura del Ponsul en el río, era una desembocadura triste, como la del Uso en la ciudad de Vascos.  Un curso de agua sin nervios. 

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