Josep Haydn: Sinfonía nº 44 en mi menor, Hob. I:44, “Fúnebre”. José Mª Sánchez-Verdú: Mural. Johannes Brahms: Sinfonía nº 1 en do menor, op. 68. Orquestra de València. Alexander Liebreich, director. Palau de la Música, València, 17 de octubre de 2025.
Las cuatro sinfonías de Johannes Brahms son todas obras maestras, de gran densidad armónica, riqueza melódica y variedad rítmica. A ello se une una intensa expresión romántica, contenida en una perfección formal arraigada en la tradición germánica. Todas estas cualidades hacen que sea casi imposible que en una temporada sinfónica no haya al menos una sinfonía del compositor de Hamburgo, si no dos, tres o incluso las cuatro. El titular de la Orquestra de València, Alexander Liebreich, escogió la Primera, probablemente la más frecuentada, para la segunda parte del concierto que ha abierto la temporada 2025-26 en el Palau de la Música. También la Filarmónica de Berlín, con su titular Kirill Petrenko al frente, interpretó esa obra en el concierto inaugural de esta temporada, el pasado 29 de agosto, fecha acorde con la tradición de la orquesta berlinesa.
Más cerca tenemos la interpretación que tiene prevista la Orquestra de la Comunitat Valenciana en noviembre del ciclo de las cuatro sinfonías de Brahms en dos días dirigido por Daniele Gatti, quien, por cierto, acaba de hacer la Tercera con la Filarmónica de Berlín. Mucho Brahms, aunque nunca es demasiado. Pero el de Les Arts recuerda que en la programación de la Orquestra de Valencia de esta temporada, rica y variada, se echa de menos un ciclo sinfónico como hilo conductor. Por cierto, que los programas de mano del Palau de a Música han reducido el gramaje del papel, lo que no está mal, si bien su diseño es manifiestamente mejorable, con una portada farragosa y una sorprendente página en negro que muestra una estilizada clave de sol en el reverso de la que expone las obras interpretadas.
El concierto se inició con la Sinfonía 44 de Haydn, conocida como Trauersinfonie, (Sinfonía fúnebre). Fue compuesta en 1772, durante el período del compositor denominado Sturm un Drang (Tormenta e impulso),cuando estaba al servicio de la corte Esterházy. El sobrenombre, que no corresponde al propio Haydn, está relacionado con el hecho de que el Adagio, situado en tercer lugar, en contra de la tradición clásica, fue interpretado en Berlín en 1809 en un funeral por Haydn. La obra, no obstante, parece alejada de un espíritu verdaderamente fúnebre, pese a la relativa solemnidad del Adagio.
Liebreich optó por una plantilla reducida de 32 profesores, con dos trompas, dos oboes y la cuerda. No había fagot, que se suele incluir en las sinfonías de Haydn para doblar el bajo, ni tampoco clave, que algunos maestros utilizan, como hizo James Gaffigan en su concierto de despedida del Palau de les Arts. No es imprescindible el clave, pero aporta una agradable riqueza tímbrica. El maestro condujo una versión de tempi animados, con un fraseo de marcados acentos y líneas claras, en la tradición historicista, que es hoy la dominante en ese tipo de repertorio. La orquesta ofreció un muy bello sonido, que fue premiado con aplausos por el público. Por desgracia, durante el primer movimiento sonaron con estridencia hasta tres teléfonos móviles, que enturbiaron la percepción de la música y que hicieron pensar, sobre todo en el tercero y más sonoro, que el director bávaro iba a detener la interpretación para pedir silencio, aunque no lo hizo. Parece que una parte del público era poco habitual de los conciertos, ya que tras el primer movimiento hubo un conato de aplauso de algunas personas, que fue sofocado por el siseo de un grupo que se impuso.
Tras la sinfonía de Haydn, la orquesta creció en magnitud, con una amplia cuerda y un numeroso y muy variado plantel de instrumentos de viento, que incluía saxofón bajo y clarinete bajo. También había piano, arpa y acordeón. Se presentaba la obra Mural, de José María Sánchez-Verdú, estreno en España con el que su autor, uno de los compositores españoles de más proyección internacional, estrena su residencia con la OV esta temporada. La inspiración de la obra en la pintura y la caligrafía vinculan esta obra con la de Toshio Hosokawa, que fue el compositor residente en la temporada pasada. En las notas al programa Paco Yáñez destaca la utilización por Sánchez-Verdú de la técnica del palimpsesto, “sobreponiendo estratos de caligrafía y pintura musical profusamente ornamentados”. El resultado son “tramas de sonidos que se superponen, trasforman y reaparecen a lo largo de la obra”. El director modeló con primor la amplia paleta sonora que utiliza el autor, para ofrecer una versión, intensa, rica en matices y timbres yuxtapuestos, que fue premiada por el público con largos e intensos aplausos. Sánchez-Verdú saludó repetidamente en compañía de Liebreich.
La segunda parte hizo volver a los años finales del siglo XIX con la interpretación de la Primera sinfonía de Brahms, acabada y estrenada en 1876, si bien sus primeros esbozos se remontan al menos a 1855. Mucho se ha insistido en el peso de la sombra musical de Beethoven, pues debió de influir en la indecisión de un Brahms que tardó tanto en dar por acabado su primer trabajo en el campo sinfónico. El resultado es una obra de gran atractivo, lo que explica su éxito entre el gran público. Hans von Bülow fue el autor del sobrenombre Décima de Beethoven, con el que bautizó la obra, especialmente por célebre tema que enuncian las cuerdas en el cuarto movimiento y que recuerda el del final de la Novena del compositor de Bonn. “Cualquier asno se daría cuenta”, respondía Brahms displicente cuando alguien se lo recordaba.
El Un poco sostenuto que abre la obra fue planteado por Liebreich con la tensión que la pieza requiere, subrayada por los golpes repetidos del timbal de Javier Eguillor, quien tuvo un brillante papel en una sinfonía con importante presencia de los timbales. Desemboca en el potente Allegro que cierra el movimiento, interpretado con energía y vuelo romántico. En ese tiempo hay alusiones a Beethoven con el motivo rítmico de cuatro notas similar al inicio de la Quinta sinfonía de este compositor, también en do menor, como la Primera de Brahms.
En el Andante sostenuto, interpretado con detallista delicadeza, destacaron los muy bellos solos. José Teruel en el oboe, José Vicente Herrera en el clarinete, Salvador Martínez Tos en la flauta y Anabel García del Castillo con la extensa intervención del violín al final del movimiento. El siguiente, Un poco allegretto e grazioso, marca una cierta distensión antes del poderoso Finale, de tres secciones y gran intensidad, en el que sonó muy bella y redonda la intervención de las trompas, con Santiago Pla y Cristian Palau, al enunciar el célebre tema precedente al que cantan las cuerdas, que recuerda el coral de la Novena de Beethoven. La cuerda de la OV sonó empastada y expresiva y exhibió gran maestría también en los difíciles pasajes en pizzicato. El público dedicó largas ovaciones a orquesta y director.