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Espacio público en estado de shock

Joan Olmos

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El cuadro titulado ‘La ciudad ideal’, atribuido entre otros a Piero de la Francesca, que se exhibe en el Palazzo Ducale de Urbino, transmite una extraña sensación. Ni rastro de vida humana en las calles ni siquiera en los edificios, misteriosamente abiertas las ventanas y balcones. El único guiño del autor a la vida tiene que ver con una pareja de palomas situadas en la fachada del edificio a la derecha del cuadro, que hay que encontrar como un juego.

Si algo caracteriza a la ciudad y le proporciona identidad es precisamente el espacio público lleno de vida, no solo humana, también de otras especies que nos son afines.

Son las ciudades ecosistemas vivos, eso sí, muy artificializados, pero ecosistemas al cabo. Por eso resulta tan extraño contemplar el cuadro citado, como resulta inquietante escuchar el silencio de nuestras calles desiertas estos días a causa de la pandemia. Una situación sin precedentes para la mayoría de nosotros.

Muchos proyectos, a lo largo de la historia del Urbanismo, han pretendido imaginar ciudades ideales, y lo han hecho en diferentes direcciones, unas veces añorando el campo, la ciudad-jardín, otras buscando formas de vida en comunidades cerradas, otras ensanchando exageradamente los espacios públicos y creando unidades de viviendas colectivas, como la escuela de Le Corbusier. Casi todos esos modelos huían de la visión de la ciudad tradicional de estrechas calles y elevadas densidades de población, y algunas de esas iniciativas generaron una inevitable polémica. Otras supusieron un rotundo fracaso.

Con el paso del tiempo, la vista se ha vuelto sobre la ciudad que proporciona espacios públicos ricos en paisaje y en actividades, incontrolable en su variedad de funciones humanas. La ciudad europea, diversa y compacta, ha ido ganando adeptos, por más que hoy buena parte de la población del Viejo Continente vive fuera de la raíz urbana. Pero la calle tradicional continúa teniendo un gran atractivo.

“Es muy fácil dar por sentado el espacio público. Está a nuestro alrededor, y lo usamos todos los días para viajar, hacer compras, encontrarnos con amigos, familiares, vecinos y extraños. Pero como muchas cosas, solo apreciamos realmente el valor total del espacio público cuando nos lo han quitado”, copio del mensaje enviado estos días por ‘Project for Public Spaces’ (PPS), una asociación sin ánimo de lucro dedicada a promover iniciativas para mejorar la vida de las comunidades locales con proyectos destinados a revitalizar calles, plazas y mercados. Al mismo tiempo, PPS sugiere que se trata de momentos importantes para la reflexión. “¿Qué valor ofrece el espacio público en un bloqueo?” …

Estamos conociendo infinidad de iniciativas que han aumentado el sentido de comunidad. Leo en La Vanguardia que en una manzana del ensanche barcelonés los vecinos han reforzado lazos de proximidad (supongo que casi inexistentes hasta ese momento) para saludarse, cantar o intercambiar recetas de cocina, involucrando en su red comunitaria a más de 80 personas. “En tiempos de distancia social, nos hemos juntado aún más, algo maravilloso en días tan duros”. ¿Qué quedará de todo esto?...

La reconquista del espacio público’ es el título del libro que, como autor del mismo, vengo promocionando desde principios de este año, formado por una serie de capítulos tomando como base la ciudad de València. Calles sin árboles y calles sin niños son dos de los capítulos del libro. Pero no se me hubiera ocurrido imaginar lo que estamos viendo estos difíciles días, calles sin gente.

Lejos de caer en la tentación de restringir la sociabilidad en nuestras calles cuando volvamos a ocuparlas, y asumiendo que vamos a tener que adquirir nuevos rituales de protección, más que nunca ha de ser un espacio para todos, en especial, para las personas que llevan confinadas en sus casas mucho antes de la pandemia, como son los niños (Tonucci lo recordaba estos días) y las personas con algún tipo de limitación por edad o salud. Para todos ellos, de manera muy especial, la calle será la mejor terapia para curar heridas y para llevar una vida más plena. Resulta imprescindible, para ello, cambiar sustancialmente las reglas comunitarias, algo que ya era imprescindible antes de la crisis.

Probablemente vamos a tener que hacer frente a presiones que intentarán poner la recuperación económica como argumento para insistir en el viejo modelo de ocupación del espacio público, tanto por lo que se refiere a las actividades lucrativas como al uso sin trabas para la movilidad motorizada, justificándolo para superar el distanciamiento social. También, imagino, se cotizarán al alza las viviendas alejadas de las urbes que disponen de espacios privados más amplios.

Por el contrario, hay que avanzar en las propuestas para ensanchar calles y plazas para la gente, proporcionar ambientes de calidad, bien dotados de arbolado, cómodos para ser caminados o paseados, ricos en variedad de paisajes, propicios al encuentro y a la estancia, aire limpio, ausencia de presión estresante. La mejor salud colectiva genera economías públicas y privadas. Recordemos la otra pandemia causada por la contaminación que provoca numerosas muertes prematuras. Sin duda, la bicicleta aumentará su valoración teórica y práctica para los desplazamientos que le son propicios.

La reflexión habrá de extenderse al papel social de la vivienda, inseparable del espacio público y que deberá abordar, con carácter de urgencia, el mandato constitucional como derecho para todos, empezando por resolver el grave problema de la gente que malvive en las calles.

Los proyectos pendientes, algunos paralizados por la pandemia, han de volver con más ambición y determinación, ampliando a lo ancho de la ciudad sus beneficios sociales y ambientales. Me refiero, en concreto, a las actuaciones que tiene previstas el ayuntamiento de València para reducir la presión motorizada sobre la plaza comunal y su entorno, y que deberían haber comenzado a funcionar el pasado 23 de marzo. La ciudad sanadora, el espacio público del reencuentro, han de renovarse a fondo, con mucha imaginación y talento, que los hay, para acoger a la gente de manera generosa, sin trabas.

Habrá que redoblar esfuerzos. Desde la calle. Y no solo para la ciudad capital.

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