Un fulgor en el instante de su desaparición. La película Los destellos de Pilar Palomero os herirá amablemente las pupilas como el primer sol de la mañana. Os infundirá el coraje necesario para pasar por esta vida, la que nos está tocando vivir, de puntillas y con los ojos entornados por los reflejos de una luz verdadera: nos vamos. Paulatinamente, nos vamos yendo. Todos. Sin excepción o polarización posible. Subsistimos, mientras tanto, y a veces incluso gozamos cegados por una representación de verdad. Los destellos: el sol en las hojas de los olivos, o sobre el vidrio polvoriento de aquellas garrafas viejas que venían recubiertas de un plástico basto con asas, o a través de una cortina marrón y ocre que impedía la entrada a casa de aquellas moscas tan presentes en los veranos de nuestra niñez. Los destellos, sobre todo, en las trenzas rizadas de Patricia López Arnaiz.
Caminaréis de su brazo, centrados en un encuadre que se aleja soberbiamente hasta la justa medida de la efímera bondad: el último reflejo solar en la piedra caliza del macizo de Els Ports.
Ya no hay garrafas recubiertas ni casi moscas, aun así podréis respirar el último aire puro en el pulmón del personaje representado por Antonio de la Torre, y sentir un soplo de esperanza en las notas de la trompa de un Julián López que subsiste y enseña en el instituto de Vallderoures. Un soplo de esperanza en la vida en general gracias a la espera impenitente de la muerte. Sin particularismos ni exclusiones, sin movimientos ni rebeldías pendulares. Sin algoritmos ni enemigos. Para todos. La película vincula magistralmente el vínculo y el no-vínculo. Pilar Palomero os brindará la oportunidad de sacar fuerzas de flaqueza, de recuperar el aliento, aunque sea moribundo, en este nuestro fin de época. La directora os hará pensar sencillamente en el gran problema de la conciencia desdichada de Hegel. Y lo hará tan brillantemente como los ojos de la protagonista, una separada que se vuelve a vincular a su expareja para preparar la desvinculación suprema. Así, sin más. Aprendemos a esperar y a vincularnos a una tierna edad, hasta que nos desesperamos y separamos, a veces el reencuentro es posible: el vínculo del vínculo y el no-vínculo.
Pasa la vida. Se viene la muerte. Mientras, los destellos.