Felipe González que vives en los cielos

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Era el año 82. El PSOE ganaba las elecciones y los niños y niñas entonábamos alegres el himno de España con la popular letra de Franco, Franco, que tiene el culo blanco porque su mujer lo lava con… una conocida marca de detergente. Es una anécdota de aquella España que despedía el fascismo y daba la bienvenida a la democracia con un Felipe González encumbrado como un ídolo que cautivó a toda la sociedad.

Mi padre tenía en el recibidor de su casa el cartel de aquella campaña electoral en el que, bajo el lema Por el cambio, Felipe González fijaba la mirada en el infinito, en un cielo rodeado de nubes que se despejaban. Hasta en eso fue un adelantado a su época, porque aparece como un precursor de aquel icónico cartel que el artista callejero Shepard Fairey ideó para Barack Obama, en 2008, donde retrataba al exmandatario estadounidense con los colores de la bandera estadounidense y la palabra HOPE.

Esperanza. Eso es lo que representaba también Felipe González para miles de españoles y españolas que sufrieron la pobreza, la desesperación, la humillación, la violencia, la desigualdad, la injusticia durante cuarenta años de terrible y corrupta dictadura. Gentes humildes, condenadas a vivir Los años del terror, como los describe Mirta Núñez Díaz-Balart en una obra que analiza cómo el franquismo puso en marcha una estrategia para transmitir el miedo durante generaciones.

Con Felipe llegó la transición y con la transición el olvido de todo lo pasado. No hubo justicia ni reparación para las víctimas porque se decidió que era mejor pasar página. Se decidió, como una entelequia. ¿De qué otra manera podía responder una sociedad, castigada por el silencio, el miedo y la sumisión, que no quería más sufrimiento? Con el argumento de la paz social, los franquistas dejaron en barbecho sus uniformes y las empresas que se lucraron con la corrupción pudieron blanquear su reputación, como tan exhaustivamente revela Mariano Sánchez Soler en Los Francos S.A.

También fueron los años del terrorismo de ETA y de la extrema derecha. El Golpe de Estado de Tejero y los tanques tomando las calles de València por orden de Milan del Bosch. Los años del terrorismo de estado, de los GAL y la cal viva. De Europa y de la OTAN. De la heroína y el Vaquilla. De la movida. De los Almodóvar y los Jesús Quintero, La Clave y La edad de Oro. Del destape y el topless. Los anticonceptivos y las manifestaciones por el aborto. Del divorcio. De una televisión que cambiaba los rombos por tertulianos que fumaban o aparecían beodos.

De la reivindicación de las autonomías y las lenguas cooficiales. De la Educación y la Sanidad públicas. Todo se sucedía a una velocidad de vértigo, se vivía con la intensidad de todo lo que ocurre por primera vez. Y en todo estaba él, Felipe. El padre, el tío, el vecino, el yerno, el amante deseado. Tenía carisma, frescura. ¿Quién no le quería y admiraba? Cuestionarle era interpretado poco menos que como una blasfemia.

Pero llegaron las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla y comenzó el principio del fin de una época. El ocaso del felipismo, del ungido por mayorías absolutas. El imbatible contra el que se urdió un complot, tal y como confesó el ex director del diario ABC Luis María Ansón en una entrevista concedida a la revista Tiempo. Ansón reconoció que para terminar con González “se llegó a tal extremo que en muchos momentos se rozó la estabilidad del propio Estado... pero era la única forma de sacarlo de ahí”.

A Felipe todo eso se le ha olvidado. Ahora se sienta en la mesa de aquellos que conspiraron contra él, en lugar de empatizar con Pedro Sánchez y devolver a la militancia socialista el apoyo recibido, durante tanto tiempo y de manera incondicional. Vive tan alejado de la realidad de la sociedad española que está absolutamente desconectado de ella.

Y, sí, comparto las palabras de Javier Pérez Royo a cuenta la amnistía: “Es lamentable en lo que se está convirtiendo Felipe González, me da mucha pena”. Pero es que Felipe hace tiempo que dejó de vivir en la tierra, en lo mundano, entre la gente corriente, y se instaló en el Olimpo de los dioses. También en esto aquel cartel del 82 fue premonitorio o, simplemente, es que Felipe siempre ha vivido en los cielos, pero nunca quisimos darnos cuenta.