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El mundo al revés: el disparate Djokovic

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En el reino de la naturaleza animada no existe la libertad. Existen el azar y la necesidad, pero no la libertad. La libertad solo existe en las sociedades humanas. Y existe porque nos ponemos límites a nosotros mismos para hacer posible la convivencia. El límite no es la negación de la libertad sino todo lo contrario: es el elemento constitutivo de la libertad.

Esto es así en todas las sociedades humanas que han existido a lo largo de la historia, pero más que en ninguna en las sociedades democráticamente constituidas, que descansan en el principio de igualdad como fundamento de las mismas. 

La sociedad democrática es una cadena ininterrumpida de relaciones jurídicas. Cada ser humano dispone de autonomía para hacer con su vida lo que le parezca oportuno a través del ejercicio de los derechos que la Constitución le reconoce. Pero dicha autonomía individual tiene siempre como punto de referencia la voluntad general, la ley. Por eso, en democracia, la libertad es autonomía personal con el límite de la voluntad general. No hay ningún ejercicio de la autonomía personal que no tenga el límite de la voluntad general. El límite es la sombra que acompaña al cuerpo de cada paso que se da en el ejercicio de la autonomía personal.

La voluntad individual tiene siempre el contrapunto de la voluntad general. La voluntad individual es siempre múltiple. Son millones de voluntades, que se expresan en todas las direcciones imaginables. La voluntad general es siempre una. Por lo general la voluntad del Estado, del que cada individuo es ciudadano. Puede ser también la voluntad de una organización internacional o supranacional en la que esté integrado el Estado del que cada individuo es ciudadano. 

Puede ser también la voluntad de un Estado del que el individuo no es ciudadano, pero en cuyo territorio el individuo desea desarrollar una actividad, como puede ser, por ejemplo, participar en una competición deportiva. El límite que se establece por el Estado en el que tiene lugar dicha competición es de obligado cumplimiento, no solo para los ciudadanos de dicho Estado, sino también para quienes no son ciudadanos del mismo y desean participar.

Nadie puede alegar que se está vulnerando su libertad personal porque se le obliga a someterse al límite democráticamente establecido por un Estado en el que un individuo pretende desarrollar una determinada actividad. Australia puede establecer los límites para acceder al país y dichos límites son de obligado cumplimiento. Como es un Estado democráticamente constituido, no puede hacerlo de manera arbitraria, siendo, en todo caso, posible impugnar el límite establecido ante un juez o tribunal. 

Esto no se ha discutido nunca. De ahí que no resulte comprensible la protesta de Novak Djokovic porque Australia no le permite la entrada para participar en el Grand Slam por no haberse vacunado contra la COVID-19. 

El Estado australiano no está imponiendo un límite arbitrario, sino que ha establecido un límite con carácter general para proteger a la población frente a la propagación del virus. Lo ha establecido de manera jurídicamente impecable y, en consecuencia, se podrá no estar de acuerdo con el mismo, pero nadie puede eximirse de su cumplimiento. 

No es Australia la que está limitando la libertad personal de Novak Djokovic, sino que es este el que quiere imponer su voluntad individual a la voluntad general del Estado en cuyo territorio se juega el Grand Slam. Es a Australia a la que asiste la razón democrática y no al tenista serbio, que está poniendo de manifiesto con su conducta su profunda convicción antidemocrática. 

Se trata de un despropósito tan evidente que resulta difícil de imaginar que se haya podido llegar hasta donde se ha llegado. Ninguna sociedad democráticamente constituida debería permitir que se le pudiera echar un pulso como lo está haciendo el tenista serbio al Estado australiano. El que se haya llegado hasta aquí es un indicador más de la regresión democrática que avanza desde hace tiempo. 

En el reino de la naturaleza animada no existe la libertad. Existen el azar y la necesidad, pero no la libertad. La libertad solo existe en las sociedades humanas. Y existe porque nos ponemos límites a nosotros mismos para hacer posible la convivencia. El límite no es la negación de la libertad sino todo lo contrario: es el elemento constitutivo de la libertad.

Esto es así en todas las sociedades humanas que han existido a lo largo de la historia, pero más que en ninguna en las sociedades democráticamente constituidas, que descansan en el principio de igualdad como fundamento de las mismas.