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Lean críticas de arte

“La situación de debilidad de la crítica en España repercute intensamente en la falta de visibilidad del trabajo de nuestros artistas”, sostiene Jiménez en su libro.

Mónica Zas Marcos

“Es paradójico que cuanto más necesita el arte el papel de mediador, menos críticas recibe”, dice José Jiménez en la presentación de su nuevo libro, Crítica en acto (Galaxia Gutenberg). Es un homenaje a Gotthold Ephraim Lessing y a Denis Diderot, a los periodistas especializados y, sobre todo, al arte contemporáneo. Las intenciones de su ensayo son muy claras: llamar la atención sobre la crítica artística y mostrarla como el diálogo más directo con las obras y sus artífices.

La figura del crítico en la actualidad está siendo, cuando menos, denostada. La crítica es considerada como un género opinativo que obedece a un starsystem y al aval de los juicios más mordaces. Lo que propone este doctor en Filosofía es restablecer el oficio y los beneficios de este género.

Recuerda que la retórica era el séptimo arte antes de que llegase el cine a usurparle el trono y que hay que apelar a ella en los artículos. Pero más que regenerar su todo, se debe empezar por las partes que la componen. Jiménez defiende que requiere un intenso análisis de contenidos y conocimientos, como una filosofía aplicada: “No puede ser libresca, genérica o abstracta”.

“En nuestro mundo vivimos más de la apariencia y de la puesta en escena que de la verdad”, sentencia, y manifiesta con pesar que el periodismo se ha rendido ante la moda o la música, aunque en general todas las temáticas están siendo desplazadas.

Pese a lo que se podía pensar a finales del siglo XX, la crítica de arte contemporáneo es una de las más azotadas por esta realidad. Esto responde a otra incoherencia: este arte surgió como método de acercamiento al público, para romper los paradigmas desfasados, y ocurrió precisamente lo contrario. A la gente le costaba entenderlo y empatizar con la personalización de los artistas. Eso salpicaría a la prensa, que relegaba el análisis a los especialistas y les dedicaba un espacio ínfimo en los tabloides.

El escritor recalca el impacto que tiene esta falta de cobertura en la distribución internacional. En ese aspecto, España está a años luz de sus vecinos europeos. Pero no sólo en promoción periodística, Jiménez también admite que la falta de apoyo institucional tiene terribles consecuencias. “Nos dicen que se ha rebajado al 10% el IVA del arte, pero no es verdad”.

Demanda que los gobernantes trabajen para dinamizar la adquisición y que acaben con la discontinuidad que nos caracteriza en este ámbito. Anuncian medidas ficticias para fomentar la competitividad, y para ello reducen la cultura entera de un país a la llamada Marca España. “Equiparar la idea de una nación con la de un logo comercial es un disparate”.

Los 83 magníficos

El autor se centra únicamente en la disciplina contemporánea desde los años noventa al 2009. “No es un manual sistemático y no están todos los que son”, precisa sobre los 83 artistas a los que homenajea. Ante la pregunta de cuales serían sus favoritos, responde como un padre que no puede elegir, pero durante su exposición se le escapan algunos nombres. Y no hay mejor forma de rendirles tributo que mediante la definición –resumida– que él mismo recoge en su Crítica en acto.

Luis Gordillo. La imagen tachada.

Lo interesante de Luis Gordillo es el carácter radical de su propuesta pictórica y la coherencia con la que ha mantenido esa radicalidad. Redefine la pintura “a través de la pintura misma”. Su arte ha ido desarrollándose en la consciencia de la crisis de la pintura. Del agotamiento de su espacio secularmente privilegiado, dominante, en el universo de la representación. Y de ahí, de esa consciencia, provienen su fuerza y su radicalismo.

Juan Muñoz. Soliloquio del doble.

Jiménez resume su percepción de este artista a través de un obituario del diario El Mundo titulado “Con qué elegancia sabe usted perder”. Ponía así al descubierto lo insólito, lo insospechado, utilizando a la vez figuras supuestamente distantes, que, sin embargo, no son otra cosa que el reverso de nosotros mismos, de nuestra mirada. [...] La densidad estética, la profunda belleza de las piezas de este artista, brota de esa sensación difusa de pérdida, de derrota y soledad, que todos llevamos en lo más profundo del corazón.

Cristina Iglesias. Jardines y laberintos.

Entre techos suspendidos, serigrafías de gran formato sobre planchas de cobre, doseles, celosías y habitaciones vegetales, el espectador es conducido a un recinto íntimo y secreto en el que sus pautas perceptivas habituales son puestas a prueba. ¿Dónde estamos? Lo que da elevación y consistencia a la obra de Iglesias es esa intensidad poética que sugiere, sin afirmar abiertamente.

Marina Núñez. Luz negra.

Marina utiliza las mismas imágenes del universo cotidiano de la cultura de masas: literatura de consumo, diseño, ilustración gráfica, cine. Pero las trasciende. Se apropia de ellas y las conduce a un espacio interior, íntimo, desde el cual establece una interrogación radical sobre lo que tenemos y nos falta, sobre el destino de nuestra civilización. Porque precisamente en esas imágenes se aprecia el trazado oscuro de nuestro deseo.

Fernando Sánchez Castillo. Temblad, tiranos.

Sánchez Castillo es una especie de poeta de las armas y el juego para quien, según afirma, “el arte revela lo que está oculto”. Pistolas, caballos, coches militares, pasquines y canicas: los elementos que configuran su universo creativo parecen formar un entramado imposible. Una aproximación superficial podría encontrar en sus piezas una cierta continuidad con los planteamientos militaristas de las primeras vanguardias; por ejemplo, con la exaltación de la guerra de Marinetti.

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