Cómo la ternura puede convertir los museos en espacios más amables

Alba Correa

23 de noviembre de 2025 22:02 h

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Si piensa en un museo de arte, especialmente de arte contemporáneo, es posible que la memoria le proyecte hacia su propia experiencia. Tal vez recuerde salas diáfanas, de paredes níveas y techos altos. Incluso puede que un escáner en la entrada. Es probable que la memoria corporal evoque la postura erguida que adoptó al entrar, sabiendo que tenía por delante un rato a pie, el recorrido lineal a paso lento, la distancia prudente, el silencio que reinaba, tal vez la duda de si podía tomar una fotografía. Otro asunto es si le acompañó la mediación necesaria para interpretar lo que veía, si se implicó personalmente en esta tarea o si aquel museo era solo parte de un listado de quehaceres de una jornada turística. 

Esta forma de experimentar los museos no es ajena a quienes trabajan en ellos. Muchos desarrollan proyectos e iniciativas con las que ensayar nuevas aproximaciones al público (desde salas de descanso a tejer vínculos con sus barrios), así como un replanteamiento de la mirada que alientan sus exposiciones y los recursos para ser decodificadas e insertadas en el universo de quien mira.

Ablandar el museo, esa es la propuesta de Blanca Arias, historiadora del arte y educadora en MACBA, en su ensayo Blandito, blandito: ¿qué le hacemos las feministas al arte? (Cielo Santo). Un ejercicio de escritura en formato íntimo que implica a los espacios e instituciones artísticas en hacer lo posible por estrechar, e incluso enternecer, una relación con el público a menudo marcada por la distancia. En el punto de mira de Arias caben desde los elementos arquitectónicos que distinguen los museos de arte contemporáneo al planteamiento de la relación entre las obras y los visitantes, que no siempre ayuda a pasar de la observación a la emoción.

La aproximación que propone Arias está presente en los esfuerzos de importantes museos de arte en todo el mundo por adaptarse a su tiempo, abrir sus paredes a miradas, sensibilidades y geografías que antes no tenían sitio en estos espacios, así como a nuevas maneras de establecer puentes con su público. Tiene que ver con adoptar otras perspectivas, hacerse nuevas preguntas y, en líneas generales, evitar dar por sentado el modo en el que tradicionalmente hemos asimilado el contacto con el arte. Museos que intentan hacerse tiernos, permeables al mundo, que abogan por texturizar el tiempo el que los visitantes recorren su interior.

“Si hablo sobre la ternura es porque hago desde la ternura, en mi trabajo como educadora es superimportante empezar, como mínimo, con esa predisposición a ser amable”. Arias recibe en MACBA visitantes de once años en adelante, y reconoce que algunos públicos, como los estudiantes de secundaria, suponen un reto. “Llegan sin ganas, no les apetece estar ahí, pero para nosotras es fundamental que entiendan que esos conocimientos que estamos movilizando pasan por el cuerpo siempre.” La autora percibe que el museo de arte contemporáneo se antoja como un lugar hostil para algunas personas que lo visitan, que sienten incomodidad o desafección. Por eso los encuentros en los que las visitantes se emocionan con algunas obras son tan especiales: “Es muy bonito cuando alguien encuentra, en una obra, un espejo. Para mí eso es el éxito máximo de una visita a un espacio cultural, reconocerte en algo que está pasando en ese espacio, y yo he visto un cambio en los últimos años hacia esta posibilidad”. Arias enumera visitantes emocionadas con obras de Cabello Carceller sobre las violencias que sufren los cuerpos lesbianos, las reflexiones sobre los cuidados de Lara Fluxà o las esculturas que remiten al cuerpo de Eva Fábregas, que despiertan emociones y recuerdos cercanos para los visitantes. “Todo eso hay que pensar cómo recogerlo”, reflexiona Arias, “y la forma de ser justos con esa vulnerabilidad de las visitantes es con la ternura”.

Museos que cambian, espacios que acogen y el papel del feminismo

La pregunta en el título del libro de Arias, “¿qué le hacemos las feministas al arte?”, tiene mucho que ver con estas nuevas aproximaciones, a veces todavía experimentales. La función de las instituciones de arte como mediadoras, tejedoras de un diálogo entre artistas y público, se ha visto también intensamente revisada bajo perspectivas feministas. “Las feministas hemos forzado al museo a pensar sobre sí mismo”, reflexiona Arias. “Porque el museo, como institución, ha sido durante mucho tiempo impermeable a la crítica. Ahora ha llegado a un punto en el que ya no se puede resistir a revisarse a sí mismo”. 

El museo, como institución, ha sido durante mucho tiempo impermeable a la crítica. Ahora ha llegado a un punto en el que ya no se puede resistir a revisarse a sí mismo

Para Julia Morandeira Arrizabalaga, directora de estudios del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la metáfora de enternecer el museo es “acertada, práctica y bastante encarnada en el día a día”, porque “las estructuras rígidas, en el caso del museo, son las que históricamente han predominado.” Aunque Morandeira cita a la politóloga feminista Jo Freeman para defender que la transformación de las estructuras no debe confundirse con su eliminación. Para ella, el feminismo incentiva una conciencia sobre la violencia que generan estas y promueven “repensar la mirada: quién mira, cómo mira y qué tipo de representaciones genera esa mirada”, expone. “Una mirada patriarcal, de hombre blanco de clase media, genera estereotipos y lugares comunes que reproducen unos imaginarios violentos”. El reto que enfrentan los feminismos no es nimio, pues consiste en “deshacer esas miradas hegemónicas, abrirlas a otros lugares, deshacer las categorías, pensar en lugares más fluidos que no solamente se reflejan en la obra, pero que también las devuelve al espectador.”

Al igual que Arias, Morandeira coloca el foco en la relación entre obra y espectador, en la necesidad de implicar a las personas en el tejido de ese vínculo. Para ello apunta la tarea de prestar atención a las formas de acogida de los visitantes, su tránsito por el museo, el contexto del que proceden, pero también implica atender al modo en el que el museo se hace desde dentro, con su personal. “Para mí es muy importante pensar siempre en el feminismo, ante todo, como una praxis”, declara. Museo Tentacular es un departamento del museo Reina Sofía que toma su nombre del pensamiento de la filósofa feminista Donna Haraway y cuyos propósitos remiten a esta empresa de ablandar el museo, “atendiendo a las urgencias sociales que atraviesan la práctica artística y a cómo las políticas culturales definen el espacio de expresión”, explica la directora de estudios. El departamento es un lugar para tramar redes de trabajo, sus iniciativas (o tentáculos) buscan ser sensibles tanto al contexto vecinal del barrio de Lavapiés como a tejer una red de colaboración feminista a ambas orillas del Atlántico.

Hacia otra una nueva historia del arte

Para Tania López García, historiadora del arte y crítica cultural, su interés personal ha estado muy marcado por trasladar el foco a las mujeres artistas y los colectivos más olvidados por la historiografía del arte, tratando de “buscar fuera ese arte que parte de la intimidad y la ternura”. Destaca como hallazgos pintores como Salman Toor y Jenna Gribbon, que le han ayudado a pensar en la representación pictórica del amor más allá del maternal o romántico. “Desde el punto de vista de la divulgación, también he notado como ha habido una mayor aceptación por parte de la gente a este tipo de arte, como si en general todo el mundo buscara ese refugio ante la hostilidad y la agresividad que se estaban configurando en el mundo exterior”, explica López. “Están siendo unos años de experimentación para todos, y eso se nota especialmente en las imágenes que buscamos y de las que queremos hablar. Esa experimentación y esa búsqueda tienen mucho que ver con la ternura y cómo intentamos que nos acompañe.”

Están siendo unos años de experimentación para todos, y eso se nota especialmente en las imágenes que buscamos y de las que queremos hablar. Esa experimentación y esa búsqueda tienen mucho que ver con la ternura y cómo intentamos que nos acompañe

La historiadora aprecia cómo esta sed por imágenes que exploran el afecto y la ternura desde otras perspectivas ha ganado presencia en los museos. Precisamente, desde su trabajo en el museo, la autora Blanca Arias valora la participación de los visitantes a la hora de interpretar las obras. “La información que necesitas la tienes disponible en tu mochilita personal”, expone. “Cada persona en el mundo tiene unas herramientas supervaliosas para entrar en contacto con el hecho artístico, y esas herramientas son más que válidas para desarrollar un comentario, un vínculo, incluso para escribir sobre arte. Esto flexibiliza bastante también lo que entendemos por historia del arte”.

Resignificar el museo como espacio público

La reivindicación de la agencia del público es clave a la hora de imaginar nuevas relaciones con el sector del arte. Blanca Arias reivindica también el papel, la iniciativa y el interés de cada persona por resignificar los museos como espacios públicos, de convivencia, habitables y vivos. “La de comparar el museo con un mausoleo, un lugar donde las obras van a morir en lugar de vivir y crecer, es la crítica que ancestralmente se le hace”, reconoce la autora. “Pero ni todos los museos son así ni tampoco es la única experiencia que puedes tener en ellos. Cuando hablamos de instituciones, en este caso de la historia del arte, es importante creer en nuestro derecho a reclamar esos espacios. Los museos son lugares de lo público, por lo que nos tendrían que provocar, como mínimo, la voluntad de habitarlos. Son instituciones al servicio de la ciudadanía.”

Los museos son lugares de lo público, por lo que nos tendrían que provocar, como mínimo, la voluntad de habitarlos. Son instituciones al servicio de la ciudadanía

Arias invita a los estudiantes más jóvenes a que piensen en el museo como un lugar al que pueden venir aunque sea solo a conectarse al WiFi. En este sentido, los museos públicos son lugares que pueden acoger en días de clima extremo, o sencillamente proveer una alternativa a los planes de ocio mediados por el consumo. “Me interesa esta posibilidad de resistencia a las normas del capitalismo que existe en los museos, que es el hecho de que dentro de ellos el tiempo pasa de otra forma”, aventura Arias.

“Habitualmente, las temporalidades son mucho más laxas. Es como si el tiempo de repente deviniese en chicle y pudiésemos estirarlo para quedarnos ahí todo el tiempo que quisiéramos. Y eso me parece interesante, porque esa posibilidad de dilatar el tiempo, el ritmo al que pasan las cosas, tiene que ver con un deseo de desmantelar las lógicas del capitalismo. Mientras que fuera del museo estamos acostumbradas a la hiperestimulación, dentro, tal vez podemos practicar una forma de estar más relajadas que nos invite a la práctica del pensamiento crítico, que es incompatible con los ritmos del capitalismo”.