Es la primera norma de cualquier actor. Esa que es inquebrantable: “No juzgar a tu personaje”. Lo dicen siempre. No se pueden meter en la piel de alguien si no intentan entender sus motivaciones. Ojo, juzgar no significa legitimar. Ahí la gran diferencia que siempre matizan cuando se meten en la piel de personajes oscuros, malvados o sociópatas. Pero, ¿qué pasa cuando ese personaje oscuro y asesino es el dictador que oprimió tu propio país?, ¿qué ocurre cuando uno tiene que meterse en la piel de Francisco Franco?, ¿es posible olvidarse de lo que hizo o hasta qué punto hay que tenerlo presente para que esa representación sea fiel?
Aunque la leyenda urbana diga que se han hecho muchísimas películas sobre la Guerra Civil, los datos demuestran que no es cierto. Más se han hecho que abarquen la dictadura (algo lógico teniendo en cuenta que son 40 años de la historia reciente de España). Y, sin embargo, no han sido tantos los actores que se han puesto el bigotillo y aflautado su voz para interpretar a Franco. En el recuerdo está la interpretación de Juan Echanove en Madregilda, por la que ganó el Goya, o la de Juan Diego en Dragón Rapide. Pero recientemente han sido otros tantos los que han seguido sus pasos. Lo han hecho desde el teatro y el cine, y desde registros diferentes. A Franco se le ha abordado desde la sátira al drama. Alguno de ellos, hasta siguen en cartelera, como el que interpreta Xavi Francés en La cena, la comedia de Manuel Gómez Pereira que triunfa en la taquilla.
El actor recuerda con humor cuando su representante le llamó para ofrecerle el papel, porque no le hicieron prueba. “Me llamó y me dijo: 'Es una comedia sobre la Guerra Civil de Manuel Gómez Pereira'. Y yo le dije que qué bien, un director muy reconocido. Pero la veía rara y le pregunté qué le pasaba. ‘Quieren que hagas de Franco’, me dijo. Fue como ‘guau’. Es que tienes el peso de la historia del personaje. Y más en este país en que la Transición no limpió heridas ni acabó de sanar todo. Pero, a la hora de interpretar, te metes en la situación. Y es ese personaje, en esa situación. Pero claro, en este caso sí que hay un peso, porque además sabes que todas las miradas, que todos los comentarios pueden ir ahí”.
Juan Vinuesa se ha pasado un año siendo Franco casi todas las noches. Es uno de los múltiples papeles que interpreta en 1936, la obra dirigida por Andrés Lima que se ha convertido en uno de los éxitos del teatro español de este año. Para él la norma de no juzgar es clara, pero en este caso “hablamos de no juzgar a alguien que destrozó un país”. “En este caso creo que el debate va por otro lado, porque el juicio está claro. Porque hablamos no solo de las víctimas de la guerra, podemos hablar de las cifras del hambre, de las más de 200.000 personas que murieron hasta el 42, o los 114.000 desaparecidos”, explica.
Y ahí sale la primera contradicción, ver que uno puede disfrutar interpretando a ese personaje. Vinuesa lo explica: “Lo que habla por los personajes y por los seres humanos son sus acciones. Y, en este caso, a mí me ayudaron varias cosas concretas. Primero, creo que si hacemos un malo de tebeo lo estamos excusando. Hay un libro de Paul Preston de 900 páginas que me ayudó muchísimo, porque aquí es importante la construcción del personaje. Se habla mucho de ver vídeos, de escuchar la voz, de ver cómo caminaba. Pero yo siempre defiendo y defiendo mucho en las clases que doy, que la fuente de construcción puede llegar desde cualquier lugar”.
Su construcción le hizo descubrir elementos que le hicieran “entender al ser humano”, como la vez que acudió a su clase de inglés a pesar de que el día anterior habían matado a Calvo Sotelo. “Entendí que él no necesitaba imponerse, sino que necesitaba que el otro obedeciera. Entendí que su calma para mí no era serenidad. Era un cálculo de todo lo que iba a hacer”, continúa y pone varios ejemplos concretos de la vida del dictador en momentos cotidianos: “Te ayuda a construir al ser humano. Creo que hay que ir al corazón y no a la caricatura”.
Uno de los Francos más complejos de la ficción reciente es el que interpretó Santi Prego en Mientras dure la guerra, el filme de Alejandro Amenábar por el que optó al Goya al Mejor actor revelación. El intérprete gallego lo deja claro. No juzgar es “la norma absoluta”. “Si aceptas hacer el personaje, tú tienes que defenderlo. Si no, no lo aceptes. Hay mucha gente a la que le cuesta. Alejandro me decía que llevaba un porrón de años buscando a Franco y que no lo encontraba. Hizo un montón de castings. Supongo que había un prejuicio, esta cosa de los actores que decimos: ‘Yo estoy haciendo de Hitler, pero yo no soy así’. Pues joder, estoy pagando 50 euros por esto, yo pago por ver a Hitler. ¿Sabes lo que te quiero decir?”. Bromea recordando que Amenábar le dijo un par de veces que se estaba “volviendo muy franquista” y también matiza, “es un proceso que no es de empatía, pero sí de defender al personaje”.
Franco en el espejo
Uno de los momentos clave es ese instante en el que un actor se mira al espejo y se descubre siendo Franco. El traje militar, el bigote… Uno abandona su físico para intentar parecerse o, al menos, evocar a una persona cuya imagen todos conocen al dedillo. “Impone mucho”, reconoce Xavi Francés sobre ese momento de verse vestido. En su caso le tranquilizó un poco que la película no trataba de replicar al dictador. Bromea con que ambos tienen la misma altura y una edad parecida, pero que más allá de eso no tienen nada que ver. Eso sí, cuando se vio con el traje y el maquillaje, “que son cuatro pinceladas” dijo: “Madre mía, sí que me parezco, la verdad”.
Todos destacan al equipo de maquillaje. Juan Vinuesa subraya el trabajo de Cécile Kretschmar porque el Franco de la obra 1936 es con ojeras, pálido. Buscaron una caracterización que “no fuera realista”: “Yo no busco la imitación, yo busco leer sobre Franco, ver videos de él, ver incluso trabajos de compañeros que lo han interpretado y ver en qué ancla se apoya cada uno y luego llevarlo a tu misterio personal. Y si la caracterización de Franco fuera hiperrealista, no te ayuda. Yo pienso que sentarte a ver un espectáculo de teatro ya es un acto que te escapa del realismo, aunque hagas Ibsen. No sé en qué momento caímos en la trampa del realismo. Y la caracterización de Cecil tiene que ver con cierto tono tenebroso que te ayuda a no ser Carlos Latre”.
Tampoco era una imitación la de Santi Prego, y Mientras dure la guerra estaba lejos de la comedia o la sátira. El tono y el género también marca en qué Franco se convierte cada actor. “El palo no era ese”, dice Prego que cree que en su caso lo que había que captar era “que tenía una mirada impasible, una frialdad”. No hacerlo llevándolo al exceso, sino reconociéndose en ese gesto para “hacer a la persona humana”.
Mientras que una película son unas semanas de rodaje y cada día una escena diferente, en una obra de teatro un intérprete se enfrenta una y otra vez al mismo texto y al mismo personaje. Siempre remarcan que nunca es la misma experiencia, que cada día hay algo nuevo. Pero, a efectos prácticos, Juan Vinuesa se ha metido en la piel de Franco cada día desde hace 11 meses. El contexto social cambia, y cómo se enfrenta al personaje también. “Ahora, cuando hablo de bombardear Guernica está ocurriendo a la vez lo mismo en Gaza. Las palabras, lo que dices, coge otro sentido”, asegura.
Lo siente también en “la respiración del público que es diferente”. “De repente hay pasajes que se han resignificado. Ya en un principio eran episodios duros, pero ahora con la masacre en Gaza había muchas palabras que resonaban de forma muy, muy concreta”. Lo que los tres lograron fue no llevarse el personaje a casa. Otro tópico del actor que en el caso de Franco mejor no cumplir. Aunque, a veces, como confiesa Juan Vinuesa, se sorprendía en su casa “hablando como él”.