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'Zombieland: Mata y remata': convivir en un apocalipsis de sangre y bromas sobre veganos

Pequeños duelos de americanidad y hombría.

Ignasi Franch

Uno de los filmes más recordados del realizador George A. Romero, Zombi, localizaba una narración posapocalíptica en un centro comercial. Las peripecias de múltiples personajes servían para ilustrar una tesis: una crítica del apego enfermizo a la compra de bienes. Los fallecidos seguían intentando entrar en sus tiendas como si de un movimiento reflejo se tratase. Y los protagonistas hallaban un refugio en ese emporio... pero acababan arriesgando sus vidas por avaricia.

La propuesta, estrenada en 1978, podía entenderse como un coletazo de los tiempos de la contracultura estadounidense y de las miradas críticas al capitalismo desatado. Si cineastas como Jean-Luc Godard o Pier Paolo Pasolini habían atacado la progresiva introducción del consumismo en las sociedades europeas, Zombi nacía en un momento de consolidación de un consenso. La hegemonía sostenida de las políticas neoliberales -acompañada de una exportación triunfal de ideología mediante el audiovisual reaganista-, iría amortiguando las voces disidentes.

Treinta años después llegó Bienvenidos a Zombieland. Si Romero había propuesto una cinta de acción seria, en ocasiones meditativa, el realizador Ruben Fleischer y compañía optaron abiertamente por una bulliciosa mezcla de violencia y humor. Construyeron una verbenera comedia de acción en un mundo postapocalíptico muy moderadamente amenazante. La propuesta desprendía ese espíritu desacomplejado de la serie B del que se han apropiado, de manera calculada y en ocasiones cínica, los grandes estudios.

En la película, un joven e inseguro urbanita -Jesse Eisenberg-, encontraba la compañía de un virilísimo redneck -Woody Harrelson-. Ambos entrarían en contacto con una desconfiada joven -Emma Stone- y su hermana pequeña -Abigail Breslin-. Entre bromas, disparos y ejecuciones creativas de muertos vivientes, fluía la comedia de personajes con la correspondiente y casi inevitable trama romántica. El joven nerd quería acceder al amor.

La comedia de acción posmoderna terminaba con una masacre en un parque de atracciones. Como en Zombi, el escenario era simbólico. La elección resultaba doblemente afortunada, porque la película tenía mucho del espíritu lúdico de estos emplazamientos... y porque nos recordaba el peterpanismo de su protagonista y de una (o varias) generaciones de espectadores. Todo acababa con una escenificación tranquilizadora del inicio de la vida adulta. Y con la correspondiente creación de una familia alternativa formada por el cuarteto protagonista: Columbus, Tallahassee, Wichita y Little Rock.

De familias y referencias pop

popEn los últimos tiempos, mostrar la creación de otros modelos de convivencia se ha convertido en un tema habitual. Algunos géneros, como el terror, han proyectado una especie de repliegue conservador: abundan las historias donde la ausencia de un miembro de la familia nuclear abre un canal de vulnerabilidad al Mal. Con su tendencia a la contradicción, Hollywood también hace guiños a los feminismos o las sensibilidades LGBTIQ y ha apostado por encauzar esa diversidad, susceptible de ser entendida como una anomalía por las audiencias más intolerantes, hacia el terreno aceptable de la organización familiar.

Algunos blockbusters han representado vínculos más allá de lo sanguíneo. El héroe de la reciente ¡Shazam!, que también terminaba en un parque de atracciones, asumía que una familia de acogida podía ser tan real como cualquier otra. Y Deadpool 2 era una película familiar, como afirmaba la voz en off del personaje principal, aunque la protagonizasen un antiguo sicario, otra superheroína y una especie de Terminator venido del futuro. Los guionistas del díptico Deadpool, por cierto, son los mismos de las dos entregas Zombieland.

En Zombieland: Mata y remata nos reencontramos al cuarteto protagonista escasamente cambiado, a pesar de los años transcurridos. Y esa potencial inverosimilitud, esa especie de congelación dramática, tiene su vertiente creíble: ¿no son las relaciones familiares especialmente poco dinámicas, proclives a la inercia, al enquistamiento de conductas y piques?

Sea como sea, Fleischer y compañía vuelven a ofrecer un artefacto pop chispeante, con mucho humor y salpicones de sangre digital. La violencia no incluye sufrimiento porque no hay que torcer las sonrisas del público, ni aunque llegue el momento en que los héroes tienen que matar a un compañero. Aparecen nuevos tipos de zombis más peligrosos, pero raramente resultan amenazantes porque la comedia manda.

La narración apenas incluye vestigios de la fantasía y el terror propias del cine de muertos vivientes. Los responsables vuelven a poner un cinturón de seguridad al espectador para que goce de su parque de atracciones fílmico, funcional pero ajeno a cualquier mezcla arriesgada de tonos. A cambio, ofrecen un caudal constante de referencias con las que solazar a la audiencia, desde Terminator 2 a Los Simpsons. Incluso se incluye alguna situación simpsoniana: la aparición de dos cuasidobles de Columbus y Tallahassee nos recuerda, en una broma metalinguïstica, el carácter arquetípico de los protagonistas.

Vagos

En esta nueva entrega se da otra vuelta de tuerca a los miedos a la vida adulta, a los equilibrios entre el compromiso con los otros y el deseo de soberanía individual. Las fricciones entre el cuarteto principal dan combustible dramático a una trama con separaciones, reencuentros y un nuevo espacio en el horizonte: una comuna de supervivientes pacifistas que rechazan las armas de fuego.

Los guionistas incorporan unos cuantos chascarrillos a costa del veganismo o el rechazo a las armas. Ante el silencio (¿cómplice?) del nerd interpretado por Jesse Eisenberg, Tallahassee muestra su horror a este tipo de conductas en aras de su normalidad. Al final emergen situaciones de amenaza que sellan disensiones y eso facilita un espacio para la cooperación y la coexistencia pacífica... siempre que se mantengan las distancias con los neohippies y sus idealismos.

Por fortuna, la presencia de una chica rubia convertida en secundaria cómica por su ingenua bobería resulta menos preeminente de lo que dan a entender los tráilers del filme. No deja de ser un recurso humorístico facilón, pero encaja dentro de una propuesta que se burla constantemente de los estereotipos. Y la presencia de otros personajes femeninos (como la independiente y decidida mujer encarnada por Rosario Dawson) desactiva o matiza posibles malestares antimachistas.

En definitiva, Zombieland: Mata y remata es una apuesta agradablemente continuista, de cuyos planteamientos emana un cierto conservadurismo estilístico e ideológico.

La película escenifica de alguna manera el actual estatus central de los nerds ejemplificados en Columbus cuyas pautas de consumo son un eje del mercado del entretenimiento. Nuestro protagonista tiene los mismos anhelos románticos de sus padres, y quizá no esté tan alejado de la visión del mundo que ostenta el ridiculizado y re-dignificado redneck interpretado por Woody Harrelson. Los hippies y las rubias veganas tendrán que esperar su turno para ser héroes.

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