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'diecisiete', una cálida 'road movie' para jóvenes incomprendidos

Nacho Sánchez y Biel Montoro interpretan a dos hermanos obligados a emprender un viaje en autocaravana

Francesc Miró

Hacía seis años que Daniel Sánchez Arévalo -uno de los nombres propios más destacados del cine español desde que ganase el Goya a Mejor director novel con Azul oscuro casi negro-, no estrenaba un largometraje. Pero eso no significa en absoluto que haya estado inactivo.

El realizador consiguió convertirse en finalista del Premio Planeta en 2015 con La isla de Alice. Acto seguido rodó un cortometraje que adaptaba un pasaje de dicha novela: Queimafobia -Espiga de oro al Mejor cortometraje en el Festival de Valladolid-. Y más tarde hizo dos cortos publicitarios para Gas Natural Fenosa, otro para la Fundación Infantil Ronald McDonald, otro para Danone, otro para Vodafone, y hasta uno para Campofrío -sí, el polémico La tienda del LOL-.

Ahora se ha aliado con Netflix, que le ha producido diecisiete, una road movie emotiva y sencilla sobre dos hermanos que deben aprender a entenderse. Una comedia dramática que, lejos de la abigarrada colección de clichés de La gran familia española, y de los pormenores artificiosos de Primos, se revela como una eficaz reflexión sobre las relaciones afectivas entre hombres con problemas para explicitar sus sentimientos. La película se podrá ver en cines hasta el 18 de octubre, día en el que llegará a Netflix.

Un viaje hacia la historia mínima

“Estos años he tenido tiempo para reflexionar sobre el cine que quiero hacer”, cuenta Daniel Sánchez Arévalo en una entrevista concedida a eldiario.es. “Y eso me ha impulsado a intentar perfeccionarme en el arte de contar historias, para hacerlo con menos elementos”.

Su nuevo largometraje narra la historia de Héctor -Biel Montoro-, un joven de 17 años interno en un centro de menores, que empieza una terapia de reinserción con unos perros de una protectora. Gracias a uno llamado Oveja, el joven consigue empezar a abrirse a los demás. Pero cuando el can es adoptado y abandona el centro, Héctor decide escaparse para buscarle. Un viaje en el que le acompaña Ismael -fantástico Nacho Sánchez-, su hermano mayor, que lidia con sus propios problemas y vive en una autocaravana.

“Era una historia más sencilla en esencia, en apariencia y en ejecución. Un concepto enfrentado a mis películas anteriores que son mucho más abigarradas con muchos personajes, tramas, acciones en paralelo...”, explica el director de diecisiete.

Este reto personal está vinculado de forma indisoluble con el espíritu de road movie que la película defiende a capa y espada -saliendo airoso-. Un género no demasiado frecuentado en nuestro país, pero con exponentes muy relevantes como Hola, ¿Estás sola?, Carreteras secundarias, Airbag o Vivir es fácil con los ojos cerrados.

“Siempre fue un viaje, emocional en este caso. Un viaje al interior de uno mismo, de estos dos hermanos que tienen que aprender a eso: a ser simplemente hermanos”, explica el realizador.

Una cuestión de equilibrio y verdad

Héctor, el personaje protagonista interpretado por Biel Montoro, es un joven impulsivo y a la vez reflexivo. Introvertido y a la vez brutalmente sincero. Un chaval con una memoria excepcional y una inteligencia fuera de toda duda, que sin embargo no es capaz de conectar con su alrededor. No encaja en el mundo tal y como lo conocemos. Así de simple y complejo.

“El suyo es el problema de muchos chavales adolescentes que no tienen un diagnóstico, que no hay un papel que describa qué les ocurre exactamente. Solo parecen no encajar”, cuenta el director de Primos. “Trabajar eso requirió una parte previa de investigación muy seria. No puedes aspirar a una verdad y meter la pata en esto”.

De la misma forma que diecisiete se cuida de no frivolizar con la diversidad funcional, tampoco recurre a la comentario edulcorado ni se asienta en la comedia amable. Se construye a partir de una premisa que arranca en un centro de menores. “Para rodar toda la parte del centro tuve como asesora a una persona que había trabajado en varios, y que me ayudó desde la fase de escritura de guion”, comenta.

“Fue muy difícil trabajar el tono para que no fuera demasiado dramático, ni tampoco estigmatizase, y que a su vez no pecase de buenista”, explica. “Esto es, para mí, el gran reto de la película: que hubiera un equilibrio. Es lo que más me interesa en las películas, cuando sitúan al espectador en un lugar inclasificable en cuanto a género, que ahora te ríes y ahora no te hace ningún tipo de gracia. Es lo que yo llevo toda mi vida intentando perfeccionar”.

Dos hermanos, su abuela, un coche y un perro

Por mucho que con diecisiete Daniel Sánchez Arévalo haya emprendido la senda de la deconstrucción de su propio cine, es inevitable no ver los vasos comunicantes con toda su filmografía.

Su última película cuenta con muchos elementos ya presentes en anteriores trabajos: traumas familiares, animales, vejez, incomunicación... Incluso se permite reconsiderar el discurso sobre la masculinidad tóxica con el que viene jugando desde Azul oscuro casi negro hasta Primos pasando por cortometrajes como Pene.

“Pues mira que quise ser consecuente con la idea de hacer una película sencilla”, bromea, “y aún así quitamos peculiaridades a Héctor, por ejemplo. Se cayó del montaje alguna cosa porque de repente sentías que era demasiado, que ya estabas forzando un poquito la máquina”.

“Tuvimos que equilibrar el peso dramático desde la presentación de Ismael”, explica el director de cine. “El hermano mayor aparece casi a la media hora de película. Pero yo siento que es el protagonista de la historia, porque creo que tiene la pelota en su tejado: tiene que hacerse hacerse cargo de su vida. Aunque en lo aparente, él ayude a su hermano pequeño, Héctor cuida más de Ismael que Ismael de Héctor”, explica.

En ese detalle, en ese juego fraternal ante la ausencia de las figuras paternas y maternas, es donde diecisiete encuentra su verdadera voz. Y plantea, con perspicacia e inteligencia emocional, una historia sencilla -que no simple- de reconciliación entre hermanos.

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