Las escritoras no quieren ser un gueto literario

En las últimas Ferias del Libro de Madrid ha sido fácil distinguir la presencia de las escritoras por el enorme remolino de gente a su alrededor. Autoras como María Dueñas, Almudena Grandes, Eva Sáenz de Urturi, Carme Chaparro o Dolores Redondo son auténticas bestsellers que se alzan entre las listas de los libros más vendidos sin ningún tipo de rubor frente a colegas como Arturo Pérez-Reverte o Fernando Aramburu. No es fácil calibrar las cifras de venta ni la presencia real de autoras porque la industria editorial es una de las más opacas que existen, pero sí es una certeza que a ellas se las lee. Y mucho.

Sin embargo, esta sensación que ya trajo titulares con respecto a la victoria de las mujeres en el terreno literario –y comercial– conlleva el interrogante de si es mera percepción. Es palpable que en los últimos meses han llegado a las librerías numerosos libros firmados por escritoras. Desde latinoamericanas como Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, María Fernanda Ampuero, o Gabriela Wiener  - el boom más claro-, francesas como Virginie Despentes, norteamericanas como Tara Westover y españolas como Sara Mesa. También que libros como los de Margaret Atwood y Lucia Berlín han sido muy aplaudidos por la crítica y por los lectores (as). Y también que hay una conversación –global– sobre asuntos relacionados con el feminismo impregnada por el movimiento Me Too. Pero ¿es cierto que hay una mayor presencia femenina en los catálogos de las editoriales, en las listas de ventas o en las tertulias literarias o es sólo un sesgo de tomar la parte por el todo?

Este 15 de octubre se celebra el Día de las Escritoras, una celebración que se instauró en 2016 para reivindicar a las mujeres de letras, y varias autoras han querido responder a esta pregunta a eldiario.es.  Y no todo parece tan evidente.

“Es cierto que se está publicando a más mujeres aunque no a tantas como parece a primera vista. Estamos todavía tan desacostumbrados a ver a mujeres en ciertos ámbitos que, cuando están, saltan mucho a la vista”, señala Sara Mesa, que acaba de publicar Cara de pan (Anagrama), una novela que trata la relación entre una niña y un hombre en la cincuentena. La autora madrileña, apreciada por la crítica por novelas como Cicatriz, premio Ojo Crítico de Narrativa en 2015 o Cuatro por cuatro, finalista del Herralde en 2012, se muestra escéptica cuando se habla de que las mujeres copan la mesa de novedades. “Si miramos los catálogos de las editoriales literarias de prestigio, no hay tantas mujeres. Si miramos los premios de prestigio crítico (Cervantes, premios de la Crítica, Nacionales, Formentor...), ídem”, indica.

Esta visión, incluso de forma más negativa, la comparten dos autoras como la uruguaya Fernanda Trías, que acaba de aterrizar en España con La azotea (editorial Tránsito), que aborda los vínculos familiares y su crueldad, y la argentina, aunque afincada en Barcelona desde 2008, Ana Llurba, autora de la novela La puerta del cielo (Aristas Martínez), una obra llena de sexualidad, misticismo y religión.

“No creo que se publique a más autoras que antes. Creo que hay autoras hispanoamericanas brillantes y que se las está publicando por eso, porque son brillantes”, comenta Llurba, que a su vez apostilla que “aún queda mucho trabajo por hacer para alcanzar la paridad, y no solo en la publicación sino en la vida en general”. Trías, por su parte, ahonda en otras preguntas: si es cierto que puede haber ahora más mujeres –“Tal vez, no lo sé”-, “¿se las está leyendo? ¿Y quiénes las están leyendo?”. Difícil contestar cuando los editores apenas hacen públicos sus datos de ventas o quiénes son sus lectores y dónde se encuentran.

No hay temas “femeninos”

Otra de las cuestiones que también está latente en los últimos tiempos es si las autoras ahora publicadas están trayendo una mirada femenina y si las temáticas que abordan tienen que ver con lo íntimo, lo doméstico, la maternidad y los cuidados. A Sara Mesa este asunto le molesta particularmente. “Son temas que están muy presentes y eso de por sí no es malo, pero las etiquetas que se están colocando en torno al fenómeno sí pueden serlo”, argumenta.

Porque, como indica Trías, “pensar que una mujer va a escribir sobre ”temas de mujer“ es parte del problema, ya que genera esa guetización que a su vez aleja a muchos lectores y nos recluye a las mujeres a dar conversatorios en mesas de mujeres, sobre mujeres y para mujeres”. Llurba no le va a la zaga y según señala, “no me gustaría formar parte de un apartheid ‘solo para mujeres’  porque no creo que el sujeto del feminismo seamos solo las mujeres, sino toda la sociedad”, aunque también reconoce que ahora sí que “ se nota la crítica del feminismo a nuestra economía de (re)producción con la tematización de los cuidados y la maternidad. Pero somos la otra mitad del planeta y todavía queda mucho  por crear, narrar y dar a conocer”.

Por tal motivo, como pide Trías, no está de más recordar que “las mujeres escriben historias de fantasmas, de zombies, de muerte, de pérdida, de dolor, de amor, como cualquier humano”. Y ahí están los ejemplos de Schweblin con sus historias de tono fantástico y un tanto apocalíptico en relación a las nuevas tecnologías de su nueva novela Kentukis, o las de Laura Fernández, que también juguetea con la ciencia-ficción y la literatura en Connerland. “El ‘ser mujer’ lo atraviesa todo, pero hay tantas maneras de ser mujer como mujeres, y por lo tanto el resultado de ese cruce de vivencias, esa ‘herida histórica’ personal nunca es igual”, recalca Trías. Muchas veces los árboles no dejan ver el bosque y lo más fácil es caer en la etiqueta.