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Nacidos para perder (y cantarlo)

Michael Gira

Luis J. Menéndez

Al entrar en el salón el cenicero a rebosar de cigarrillos y un par de torres de cds amenazando con derrumbarse son señales inequívocas de que la noche se alargó más de la cuenta. “Tocaba presentar el libro en Fnac y terminamos aquí un pequeño grupo de amigos, escuchando música y discutiendo sobre lo de siempre”. Luis Boullosa (Madrid 1975) se reconoce en los tópicos que comparten periodistas y rockeros: algunas de sus mejores páginas nacen de largas conversaciones noctámbulas, acodado en la barra de un bar.

“El puño y la letra surge precisamente así, un amigo y yo teníamos la típica discusión a propósito que ya no se hace música como la de antes. Yo creo que esa idea es falsa, otra cosa es que según te haces viejo te vas retirando y vuelves al mito del paraíso perdido: 'Aquellos sí que eran tiempos y no éstos'. El caso es que mi colega me desafió a darle una serie de nombres de bandas. Salió el de The Drones, que además tienen unas letras de la hostia. Y a eso me respondió que no sabía, que él nunca atendía las letras. Hay canciones en la que estás perdiendo casi todo si no atiendes a las letras. No voy a entrar en la discusión de si Chuck Berry está por encima de Leonard Cohen o al revés, pero lo que está claro es que si quieres escuchar a Cohen debes atender a lo que te dice. Así que la mañana siguiente elegí diez músicos/letristas y me puse a escribir el libro”.

Ese es el punto de partida de un volumen que viene a llenar un hueco. Por un lado porque en nuestro país pocos son los periodistas musicales que se aventuran con el formato largo, y menos aún los que completan la opaca labor del entrevistador con arrebatos de literatura rock -un poco de todo hay en El puño y la letra-. Por otro, porque, más allá de las traducciones de cancioneros, es cierto que apenas hay textos, dentro y fuera de nuestras fronteras, que se ocupen de analizar el proceso de escribir canciones. Al final el trabajo de Boullosa, que además de periodista es también poeta y músico underground -en bandas como Gog y Las Hienas Telepática o los extintos 5 Cobras-, termina convirtiéndose en una metainvestigación mutante a propósito del hecho creativo en el terreno de lo underground.

“El libro es un ente vivo que muta a lo largo del proceso: un músico te ofrece una entrevista tan brutal que de ahí surgen preguntas nuevas para el siguiente. Arranca con una suerte de tesis ensayística que deviene en descripción de caracteres y finaliza con las conclusiones a las que llegan los músicos y también yo, qué es el rock'n'roll para mí y por qué”. Gareth Liddiard (líder de The Drones) abre su corazón para explicar la huella que el suicido de su novia ha dejado en su obra, Julian Cope desarrolla las ideas plasmadas en el disco Jeovahkill sobre paganismo neolítico y su lucha contra las religiones monoteístas, y Grant Hart describe con un estremecedor realismo la realidad del músico nómada al que ni las adicciones, ni la enfermedad o la miseria pueden acallar.

Bienvenidos al mundo real

Más allá de la inesperada atención que han despertado Swans a estas alturas de su carrera o la posición capital que ocupan Julian Cope o Hüsker Dü en la Historia del rock, la selección de Boullosa -a los citados Liddiard, Cope y Hart hay que añadir a Ryan Sambol (Strange Boys), Pete Simonelli (Enablers), Kim Warsén (Ginferno), Brendon Humphries (The Kill Devill Hills), Matt Korvette (Pissed Jeans), Aidan Moffat (Arab Strab) y Michael Gira- viene a ser una suerte de partido de las estrellas del rock alternativo. “Todos estos tíos tienen éxito. No éxito comercial, por supuesto, pero hablamos de gente que con 50 años vive de hacer canciones porque un tal Joseph se mete en la cabeza”. Se refiere a Michael Gira, quien asegura que de cuando en cuando otra persona se introduce en su mente para dictarle los textos. “Eso es el éxito. E implica una ascesis, porque aguantar ese tipo de vida no es fácil, supone renunciar a la idea de fama y dinero que de chaval considerábamos adosada al rock y al mismo tiempo luchar para intentar llevar una vida más o menos normal”.

Que es tanto como adaptar al terreno de la música popular aquella cita de El club de la lucha de Palahniuk que se recupera en la pieza sobre Matt Korvette: “Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas o siendo esclavos oficinistas. La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es la vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine, o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados”. Bienvenidos al mundo real.

“Todos los que estamos en este mundo conocemos el esfuerzo que implica. Ellos saben perfectamente, porque no son gilipollas, que lo que están haciendo es difícilmente sostenible en un entorno tan absolutamente banalizado y corrupto como el que vivimos -que por otra parte no es más corrupto o banalizado que el de hace 3.000 años-, pero son orgullosos militantes de una tradición creativa que les viene dada, en la que ni siquiera han ingresado por voluntad. Porque el artista se siente obligado a sacar eso de dentro, si no lo hiciera sería aún más infeliz”.

Ese sería el principal nexo de unión de las diez personalidades que aparecen en El puño y la letra. Sin embargo, narrativamente cada uno sigue un camino diferente. “Creo que ahí radica buena parte del interés del libro. Aunque también en ese sentido tienen un punto en común: el rock está llegando hoy al lugar al que la literatura llegó hace cien años al darse cuenta de que el héroe ya no existe. De alguna forma el rock, o al menos el rock para las masas, aún vive en el tiempo del mito y probablemente muera como expresión artística antes de abandonar del todo ese paradigma. Sin embargo estos diez músicos han alcanzado el existencialismo y la negación del hombre. De esta manera Gira representaría a Beckett, Cope sería Robert Graves, Simonelli un poeta beat,... Pero son buenos, han llegado a ese punto por sí mismos, no se trata de meras copias de los grandes nombres de la literatura”.

Es difícil apreciar a los Sepultura si te los ponen a cañón con 14 años

El belicoso discurso de Boullosa sitúa al músico alternativo en las trincheras. Para él el rock que aún demuestra validez en 2013 no debe ser tanto vehículo revolucionario -califica de conservadores a los nostálgicos que aún reivindican la validez de la contracultura de los 60 y 70- como ejemplo de resistencia a la manera de los hombres-libro de Farenheit 451. “Hay un momento en La Diosa Blanca en que Robert Graves cuenta como tras la unificación del Reino de Gales la casta bárdica se divide en los que marchan con el rey para convertirse en cortesanos cantando sobre aquello que el Estado considera lícito y aquellos otros que consideran que su ministerio es sagrado y que seguirán haciendo lo que les dé la gana aunque mueran de hambre. Esa situación se ha repetido a lo largo de la Historia sistemáticamente y explica lo que ha ocurrido con el rock'n'roll”. Lo que nos lleva a otro conflicto muy de nuestro tiempo: el papel que tienen los agentes culturales -muy especialmente en el terreno de la música popular- en el complicado momento que nos toca vivir.

“La cuestión del buen gusto es peligrosa porque puede ser terriblemente elitista. ¿Alguien es peor que yo porque en vez del hardcore le interese El Canto Del Loco? Mi respuesta es: 'Sí, eres peor que yo'. Y la justificación es sencilla: el concepto de integridad artística. Poniéndonos provocadores, cualquier cosa que no obedezca a tu integridad artística acabará siendo inevitablemente de mal gusto, débil y no sostenible. Y conviene tener cierta instrucción para distinguir una cosa de la otra. A veces con 15 años lo ves, pero cierta instrucción ayuda... Es difícil apreciar a los Sepultura si te los ponen a cañón con 14 años. Pero si has escuchado antes a los Rolling Stones, Led Zeppelin, AC/DC, Metallica y recorres un camino terminarás haciendo cosas muy raras como escuchar a Napalm Death en tu casa y que te guste.

Es un trayecto, al igual que es absurdo darle a un chaval un libro de Samuel Beckett sin un proceso de educación previo. Un proceso de educación al que la gente se niega sistemáticamente porque casi nadie quiere que le eduquen, la gente quiere vivir, estar tranquilo, cerrar su vida a los 40 años y pensar en la jubilación. A mí personalmente eso ni me gusta ni me disgusta... simplemente es así. Así que el pensamiento rebelde es inevitablemente minoritario. Y de ahí viene otra idea mía que es que la contracultura no es revolucionaria en el sentido de tomar el poder, sino que cobra sentido en la trinchera. No le va a gustar a tus padres, no le va a interesar a la mayoría de los que nos rodean, pero alguien tiene que hacer ese trabajo sucio del que se termina nutriendo la sociedad“.

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