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La Ópera de París presume de su coloso en su aniversario

EFE

París —

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La sede de la Bastilla de la Ópera de París abrió este viernes los 1.500 metros cuadrados de sus dos escenarios principales para mostrar una nueva versión de “Los Troyanos”, de Hector Berlioz, con la que celebra treinta años de titánicas producciones.

El director de la Ópera de París, Stéphane Lissner, confió la adaptación al ruso Dmitri Tcherniakov (1970), que aprovechó cada centímetro de los 1.500 metros cuadrados de escenario útil de los que dispone Bastilla para esta epopeya latina de tintes “shakesperianos”.

Con más de cinco horas de duración, la calificación de monstruosa no resulta exagerada. De hecho, la obcecación del francés Berlioz (1803-1869) en adaptar “La Eneida” de Virgilio después de varios fracasos musicales le costó bastantes frustraciones pues, en su momento, nadie quiso representarla en su totalidad.

Ni siquiera la Ópera de París, para quien el autor la había creado y que se murió sin verla interpretada al completo.

Aunque para 1989 la pieza ya era considerada la gran obra maestra de Berlioz, que París la eligiera como primera obra lírica en la inauguración de la sala de la Bastilla muestra un gesto indudable de redención hacia el creador, que contó con más apoyo alemán que francés para llevar adelante el proyecto.

Treinta años después, su escenario volvió a desplegarse para una adaptación que, pese a la dificultad, logró mantener al público entregado -y despierto- durante cinco horas.

Tras una década de asedio a la ciudad de Troya, los griegos se van dejando un enorme caballo de madera como regalo, que el rey Príamo en su arrogancia verá únicamente como un triunfo. De poco sirven los furiosos augurios de su hija, Casandra, que acabará por suicidarse cuando la invasión se consume.

Al cierre de esta primera parte, la mezzosoprano francesa Stéphanie d'Oustrac, en la piel de la desgraciada heroína, se llevó el mayor aplauso de la noche que no pudo ser igualado más adelante por una segunda parte estática y, en ocasiones, desconcertante.

Cártago, la tierra a la que huyen los troyanos, es en el imaginario de Tcherniakov una clínica de rehabilitación para traumatizados de la guerra llena de lisiados, literalmente.

El impresionante trasiego de edificios en ruinas por el grandioso escenario mantuvo a los espectadores hipnotizados en la primera parte, al hilo de una orquesta fieramente dirigida por Philippe Jordan, a quien también supieron reconocer la proeza.

Con la mezzosoprano bielorrusa Ekaterina Semenchuk en el papel de la reina Didon y el tenor estadounidense Brandon Jovanovich en el de Eneas, una de las creaciones más esperadas de los festejos por el 350 aniversario del nacimiento de la Ópera de París y los 30 de Bastilla presumía además de tener a varias estrellas en su reparto.

Pese al pesimismo de la historia, que en esta versión transcurre entre los años 80 y la actualidad, al público se le escapó la risa en un par de ocasiones reconociendo la capacidad de Tcherniakov de mostrar en los reyes de la Antigüedad la misma falta de miras de la que carecen otros dirigentes más recientes.

Pero eso no le libró de los abucheos que le lanzaron cuando cayó el telón, cuando se desató un cruento enfrentamiento de aplausos y silbidos mostrando una opinión dividida pero entusiasta.

María D. Valderrama