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Postureo en la academia

Los académicos Dragan Djuric y Boris Delibasic

Lucía Lijtmaer

Todos conocemos el estereotipo: el académico –especialmente en el mundo de las humanidades– como aquel espécimen que dice cosas obvias de la manera más enrevesada o pedante posible. En la cultura popular suele ser representado como el teorizador de la nada, el vendehumos de la comunidad universitaria, el tipejo intelectual con aire 'europeo' y muchas ínfulas.

Y, pese a lo injusto de ese chiste fácil, en ocasiones la mofa tiene que ver con ciertos inconvenientes propios del sistema de regulación de la investigación: la falta de control y rigor en algunos casos ha dado pie a problemas que se han convertido en endémicos y a veces se plasman en estudios flojos, cuando no directamente en fraudes, como fue el caso de los datos falsificados del científico Hwang Woo Suk.

Pero ahora la cosa va más allá. Algo está pasando en el mundo universitario. Un grupo de irreductibles cachondos se está tomando la justicia por su mano, creando verdaderas joyas aprovechando los fallos del sistema. Y lo hacen desde dentro.

El último caso que ha hecho temblar a la comunidad académica ha sido el de los profesores Dragan Djuric y Boris Delibasic que, con la ayuda de Stevica Radisic, que actuó como supervisor, publicaron un artículo completamente ficticio en la revista académica Metalurgia International para llamar la atención sobre la poca calidad de los artículos de investigación en las publicaciones universitarias y la falta de control sobre el material publicado. La pieza de Djuric y Delibasic –profesores en la Facultad de Estudios Organizativos de la Universidad de Belgrado– no era poca cosa: su “Evaluación de la heurística hermenéutica transformadora para el procesamiento de datos al azar” contenía una supuesta beca “Jeremy, Weber y Jackson” –refiriéndose al actor porno Ron Jeremy, el filósofo Max Weber y la superestrella Michael Jackson– y citas de ficticios nuevos estudios de los matemáticos Daniel Bernouilli y Pierre Simon Laplace –el primero murió en 1782 y el segundo en 1827.

También incluía resultados científicos avalados por personajes de Disney que fueron publicados anteriormente en denominadas “revistas científicas” como la publicación de comic serbia Mikijev Zabavnik o el ingenioso aunque también ficticio Journal of Modern Illogical Studies (algo así como la Revista de Estudios Ilógicos Modernos). No satisfechos, entregaron el paper con innumerables errores sintácticos y ortográficos, redactado en un inglés chapucero y acompañado por fotos de los autores posando con pelucas y bigotes falsos.

Lo increíble es que coló. El despropósito fue publicado sin ningún problema y, cuando saltó la noticia, los responsables del artículo declararon que su intención era hacer público que no solamente se puede publicar cualquier chapuza para que los académicos engrosen así sus currículos –cada artículo publicado en una revista especializada suma puntos para la trayectoria profesional y el prestigio del investigador– sino que, además, se trata de verdaderos negocios. Las publicaciones científicas cobran hasta 2.900 dólares (unos 2.100 euros) al académico por permitir que se publique el material de su investigación y, como la práctica es habitual hasta en los círculos más prestigiosos –es normal que un profesor pague sumas de este calibre no solamente para publicar sino otras, un poco más modestas, para inscribirse en un seminario especializado–, hecha la ley, hecha la trampa: en los últimos años han aparecido innumerables revistas de reputación desconocida o altamente dudosa –como Metalurgic International, donde fue publicado el bulo– que copian estas prácticas simplemente para sacarle el dinero a los investigadores. Así, aprovechando la proliferación de las revistas académicas de libre acceso –que no requieren del pago previo para ser leídas–, y ya que solamente previo pago se llega a publicar, abundan nuevas revistas pseudocientíficas que no cumplen los criterios de las verdaderas editoriales de investigación. Tal es la confusión que ya tienen al sector académico en guardia, que ha creado sus propias listas negras.

El precedente y el recochineo

Más allá de la denuncia por la sangría económica y el despropósito en el contenido, Dragan Djuric y Boris Delibasic también hacían un homenaje al predecesor más importante en este tipo de bulo-mofa al sistema académico citando tanto en el cuerpo del texto del artículo ficticio como en las notas a Alan Sokal. Sokal, un doctor en Física por la Universidad de Princeton se sacó de la manga en 1996 el artículo “Transgredir los límites: Hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”, que contenía párrafos como éste: “una ciencia liberadora no puede estar completa sin una profunda revisión del canon de las matemáticas. Hasta ahora tal matemática emancipadora no existe, y nosotros sólo podemos especular sobre su eventual contenido. Podemos ver atisbos de éste en la lógica multidimensional y no lineal de la teoría de los sistemas difusos; pero este abordaje está todavía marcado fuertemente por sus orígenes en la crisis de las relaciones de la producción del capitalismo tardío”.

El artículo fue publicado en la revista postmoderna Social Text, y cumplió su cometido: parodiando a ciertas estrellas intelectuales –Julia Kristeva, Jean Baudrillard o Jacques Lacan, por ejemplo–, demostró que abusar de la jerga científica sin base alguna conceptual o empírica funcionaba incuestionablemente. Sokal se convirtió así en el rey de los bulos, y capitalizó el conocimiento en su libro Imposturas Intelectuales, escrito junto a Jean Bricmont.

Si Sokal lo hizo “a lo fino”, hubo otros que lo llevaron al límite de lo paródico. Para reírse de los revoltijos que realizan a veces los estudios culturales apareció The Paris Hilton & Jacques Derrida Appreciation Society (algo así como la Sociedad en Reconocimiento de Paris Hilton y Jacques Derrida), que se dedica a analizar la supuesta correspondencia y “evidente territorio intelectual común” entre el filósofo francés y la celebrity. Bromas aparte, ya hay quien ha encontrado cierto territorio común en ambos a través de la traducción: se trata de la artista Lynne Heller. A menos que también sea un bulo, claro.

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