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Los vestigios de la República exiliada en América Latina

Habras de ir a la guerra que empieza hoy/ Foto: Marta Pina

Mónica Zas Marcos

Pablo Fidalgo Lareo dio con un viejo libro de Origami japonés mientras paseaba su dedo por la estantería de sus abuelos. Papiro-zoo era un manual publicado en Buenos Aires que llevaba la firma de Giordano Lareo, un extraño que se convirtió en el héroe costumbrista de su imaginario. Las historias de la Guerra Civil que no cupieron en antologías o panegíricos descansan entre el polvo de las bibliotecas de los españoles. En las aldeas de la costa viguesa. “A mi querido hermano Manolo, con la añoranza de los años y la distancia”, dedicaba Giordano desde el otro lado del mundo, como en una plegaria contra el olvido. Desconocía que su memoria exiliada no solo perduraría entre su familia, sino que alcanzaría las tablas teatrales de la mano de un sobrino nieto curioso.

Habrás de ir a la guerra que empieza hoy es una tragedia de represión política, pero también un relato optimista sobre las segundas oportunidades. Su estancia en la escena del Festival de Otoño y Primavera de Madrid es breve y llega avalada por un buen puñado de premios desde Portugal, donde fue elegida mejor obra teatral de 2015.

El dramaturgo Pablo Fidalgo no comulga con la espiral de censura que se aplica sobre los detalles espinosos de nuestra historia. “Dejar pasar la Guerra Civil significa estar condenados a no entender nada, a ser juguetes en manos del poder”, defiende el director. Por eso representó las penurias del conflicto a través de la voz de una mujer, la de su propia abuela, en O estado salvaxe. Espanha 1939. En este caso, las lagunas familiares le llevaron hasta Argentina, donde su tío abuelo Giordano se libró de una ejecución in extremis durante la dictadura franquista.

“Una de las cosas importantes es imaginar y tomar como verdaderos esos datos que hemos ido recopilando”, nos cuenta Fidalgo. Unas licencias artísticas que, en su opinión, también nos ayudan a sanar la historia. “Los estudios sobre el exilio no son tan completos como el de los horrores de la guerra en terreno español”. Para tranquilidad de su descendiente, el camino hacia Giordano no fue la búsqueda del santo Grial. Un hombre perseguido por haber sido tesorero de la República, representante de Nestlé en la Patagonia e inventor de un sofá-cama no podía pasar desapercibido por la retentiva argentina.

Fidalgo se paseó por las calles de Buenos Aires, y recorrió el Café Iberia y la Perla del Once, dos garitos de reunión nostálgica para los refugiados españoles. Allí descubrió que su tío era toda una eminencia entre los origamistas plateros y que fraguó una agradable amistad con Eduardo Blanco Amor. Pero no logró encontrar su fecha de defunción, el momento exacto en el que las huellas de Giordano se frenaron en Mar de Plata.

Una historia cíclica

Los sentimientos de Habrás de ir a la guerra que empieza hoy se podrían superponer sobre todo exiliado de la Guerra Civil, e incluso sobre cualquier refugiado que naufraga en las vergüenzas del Mediterráneo o se araña con las concertinas europeas. “Cuando comenzamos a ensayar la obra en Portugal, lo hacíamos rodeados de todas esas imágenes horribles de los solicitantes de asilo en las fronteras”, nos desvela Pablo Fidalgo.

A su manera, los tres protagonistas de la obra (héroe, actor y director) han sido exiliados en una tierra prometida. Los dos que asisten a las tablas madrileñas encontraron su referente ético en Giordano Laredo. El dramaturgo por los lazos de sangre que le unen con la historia oculta de España, y el protagonista por ser hijo del exilio real, como dice Fidalgo. “Claudio da Silva es un angolano exiliado en Portugal que huyó con su familia con apenas dos años. Lleva en su cuerpo y en sus palabras toda esa voz perdida”.

La experiencia es dolorosa, pero también reconfortante cuando consiguen recomponer su vida en un hogar foráneo. En el caso de la Guerra Civil, los republicanos encontraron una vía de escape para sus ideales cercenados por la dictadura en América Latina. El entonces presidente de México, Lázaro Cárdenas, diseñó un plan de acogida para los repudiados del conflicto y les permitió desarrollarse como a cualquier mexicano. “Resulta curioso que tres de los colegios más importantes allí fueron fundados por republicanos españoles”, así como varias editoriales y proyectos económicos de Argentina y otros países suramericanos. “La idea de esa España que no fue, sí que se trasladó a muchos países de allí”.

Con las maletas siempre preparadas, pero también con la cabeza alta y mirando a los dictadores a la cara, dice Giordano en escena. Un desafío que no se pueden permitir muchos de los que hoy llaman a nuestras puertas para pedir asilo. Este desprecio hacia el concepto de acogida y hospitalidad “tendrá consecuencias de las que algún día nos arrepentiremos”, opina el director. Y nadie mejor que un exitoso dramaturgo que se marchó a Portugal a reencontrar su pasión profesional para corroborarlo. “Sabemos que somos frágiles, que estamos en manos de la economía y que la política está desapareciendo, pero mantenemos nuestra dignidad”.

El exilio de las artes escénicas

Pablo Fidalgo marchó a Lisboa después de unos años de asfixia y crispación en la escena teatral de Madrid. “Encontré una comunidad artística más tranquila, más comunicativa y menos enfurecida que aquí”, nos dice sobre su exilio personal. El autor apela a ese perfil veleta de la escena cultural española y al mal uso que hace de ella la poítica. “La cultura y el arte deben tener autonomía para respirar y no actuar siempre bajo presión”. Por eso encontró la libertad en la capital lusa, además de un nexo de unión con América, Brasil, África y, por supuesto, Europa.

Ante la pregunta de si ha notado una mejora en el sector madrileño después del cambio de ayuntamiento, Fidalgo se lo piensa. Y se ríe: “Estoy contento porque la ciudad está más viva, pero creo que falta muchísimo por hacer”. Defiende que hay que crear toda la estructura de las artes escénicas desde cero, que no es suficiente con nombrar directores nuevos en el Español o en las naves del Matadero. A este joven poeta le basta con que un día no tengamos las maletas siempre hechas y uno pueda construir su proyecto artístico en el lugar que elija. Y termina citando al gran Allan Kaprow, Arte es lo que hacemos, cultura es lo que nos hacen.

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