El barco de rescate Aita Mari zarpa hacia Lesbos para entregar ayuda humanitaria

El barco de rescate Aita Mari pone rumbo a Grecia. El atunero vasco ha partido la mañana de este domingo desde Donostia, donde ha pasado los últimos meses haciendo mejoras en el barco y esperando el permiso del Gobierno para navegar. Aunque el Ejecutivo sigue negando la autorización de realizar “operaciones de rescate de manera activa”, el buque de salvamento sí tiene permiso para viajar al Egeo, donde entregará las casi ocho toneladas de ayuda humanitaria que carga en su bodega.

Amanece en los astilleros del puerto de Pasajes y la tripulación del Aita Mari ultima los detalles antes de levar anclas: más de 18.000 litros de gasoil, comprobar el calado —que la línea de hundimiento sea adecuada pese a las toneladas de mantas, tiendas de campaña, abrigos…—, arranchar y amarrar todo para que cuando las olas del Cantábrico azucen todo esté preparado.

El mal tiempo del norte ha obligado a retrasar el viaje, previsto en un primer momento para el pasado miércoles. En unos cinco días la embarcación estará atravesando el Estrecho, después hará una parada en Sicilia para repostar y de ahí seguirá otra semana más hasta la isla de Lesbos, donde el mes de septiembre las llegadas de personas migrantes alcanzaron importantes cifras, no que se producían desde 2016, cuando el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía frenó las entradas por este lado del Mediterráneo.

“La urgencia es evidente, es una situación de desborde absoluta”, cuenta Íñigo Mijangos, presidente de Salvamento Marítimo Humanitario (SMH), la ONG que gestiona el Aita Mari. En la isla de Quios, donde la organización tiene un equipo sanitario desplegado, llegan decenas de personas todas las semanas. El plan es entregar toda la ayuda humanitaria a un almacén que después se encarga de distribuirlo por las diferentes islas de cara al invierno.

Horas antes de zarpar, la cubierta del barco es un ir y venir de personas. Fernando Blanco, el sukardari –cocinero, en vasco-- que ha servido en misiones humanitarias en todo el mundo, tararea mientras prepara la comida para las 11 personas de la tripulación. Eduardo Thiam y Alfonso Bienert, marineros, acaban de limpiar el toldo de popa, que se ha empapado durante la noche. Y Marco Martínez, el capitán y artífice del Aita Mari, entra en el comedor con el parte metereológico de los próximos días: “En el Mediterráneo es el peor momento para navegar”.

Martínez se muestra optimista después de meses de estancamiento, una espera que no se cuenta en días sino en vidas perdidas. Desde su puesta a punto a finales de 2018, el Aita Mari nunca ha podido rescatar. Pese a la postura inicial favorable, el Ejecutivo de Pedro Sánchez cambió de estrategia a principios de año y comenzó a denegar el permiso a los barcos humanitarios amparándose en el cierre de puertos de Malta e Italia.

Este verano, sin embargo, después de cien días de espera, el buque de la ONG Open Arms desafiaba las órdenes del Gobierno y ponía rumbo al Mediterráneo Central. “Antes presos que cómplices”, escribía en Twitter su fundador, Óscar Camps. Sobre el barco pesaba la amenaza de imponer multas de hasta 900.000 euros si realizaban labores de búsqueda y rescate y, aunque ha ocurrido, el Gobierno todavía no ha tomado ninguna acción concreta.

El Aita Mari ya fue a Lesbos en abril con el objetivo de entregar ayuda humanitaria a los migrantes bloqueados en las islas, pero su tripulación se vio obligada a regresar al País Vasco debido a una serie de problemas técnicos. Después, el buque tuvo que esperar un mes para obtener el permiso de navegación por parte del Ministerio de Fomento, un trámite que suele resolverse en 24 horas. “No podían denegarlo, como ya hicieron antes, porque [el Gobierno] sabe que sería prevaricación, así que no contestaba”, explica Mijangos.

Sin permiso para ir a la zona de búsqueda y rescate (SAR, por sus siglas en inglés) frente a las costas de Libia en el Mediterráneo Central, el Aita Mari no tiene decidido del todo qué destino tomará después. “Es obvio que hace falta ayuda pero también los griegos tienen un miedo atroz”, comenta el presidente de la ONG. La burocracia de los barcos extranjeros para realizar labores de rescate se ha complicado con el nuevo gobierno conservador, continúa, y por eso quieren que su llegada a la isla sea discreta: “Vamos a colaborar y a intentar que nuestra presencia sea lo más útil posible para todos”.

Por estos motivos la salida del Aita Mari deja una sensación agridulce: “una mezcla de un fracaso colectivo y una victoria de la insistencia”, explicaba Íñigo Barandiaran, diputado del PNV que se acercó al puerto a saludar a la tripulación. Cerca de la mitad de la financiación que ha logrado el Aita Mari para su rehabilitación y puesta en marcha proviene de ayudas del Gobierno Vasco, que apoya de cerca el proyecto. “La gente se sigue muriendo en mitad del mar. Es increíble que a estas alturas y frente a la buena voluntad de estas personas, haya otros que se sigan empeñando en poner en riesgo esas vidas”, denunciaba Barandiaran.

Con el Cantábrico más calmado el Aita Mari, nombrado así en honor al marinero vasco convertido en héroe por la cantidad de vidas que salvó en el mar, pone rumbo al oeste para bordear la Península y entrar al Mediterráneo. El derecho internacional obliga a socorrer a cualquier embarcación en peligro en alta mar, una normativa que de momento ha protegido las acciones de los barcos de salvamento y en la que el antiguo atunero podría ampararse en caso de que tuvieran que rescatar de camino a Grecia. “No son cuántas pateras se rescatan, son las que se pierden”, sentenciaba el capitán en el puente de mando.