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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Colas kilométricas, pánico y despedidas para escapar de Ucrania en plena invasión rusa

Gabriela Sánchez

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Filas kilométricas de coches esperan durante horas frente a los principales pasos fronterizos que conectan Ucrania con Polonia. En las carreteras también aparecen vehículos abandonados. Quienes viajaban en su interior decidieron dejarlos por el camino tras quedarse sin gasolina y no conseguir repostar. Otros se cansaron de esperar y optaron por caminar. Algunas mujeres y niños logran cruzar la frontera, pero siguen mirando hacia atrás, después de enterarse en ese mismo momento de que sus maridos, hermanos o hijos mayores de edad no podrían acompañarlas.

Cerca de 50.000 ciudadanos ucranianos han llegado a Polonia desde el inicio de la ofensiva rusa, según los últimos datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), pero las cifras aumentan cada minuto. Alrededor de 21.000 han llegado a Moldavia. Acnur calcula que cerca de 115.000 refugiados han huido de Ucrania en menos de 48 horas, y muchos más se dirigen hacia sus fronteras. Solo pueden salir del país las mujeres, niños y los hombres mayores de 60 años.

“Llevamos trabajando sin parar desde hace dos días”, dice por teléfono Anna Alboth, activista en la organización Hope Project, que desde hace años apoya a migrantes en el país. “Según nuestra estimación, frente a los pasos fronterizos polacos hay alrededor de 100.0000 personas esperando a cruzar. Todo va muy despacio, porque los sistemas de los ordenadores no están funcionando bien”.

Quienes logran atravesar la frontera de Polonia, cuyas autoridades han abierto las puertas a sus vecinos ucranianos tras el inicio de la invasión rusa, se están encontrando con una sociedad “volcada” para recibirles, dice Alboth. Las mayores preocupaciones de la organización no se encuentran en el otro lado polaco de la frontera: “Hay una crisis humanitaria justo antes de que la gente entre en Polonia, en la frontera, porque algunas personas tienen que estar durante días esperando sin estar preparados. Muchos tuvieron que abandonar sus hogares muy rápido. No tienen ropa suficiente, no tienen comida ni agua suficiente. Estamos buscando formas de llegar a ellos”.

Liliya (nombre ficticio) caminó durante horas en una de esas filas que parecen eternas y decidió volver para atrás, explica a elDiario.es a través de su tía. Su pueblo, situado en los alrededores de Leópolis, se encuentra relativamente cerca de la frontera con Polonia, pero los obstáculos en el camino les empujaron a posponer sus planes de desplazarse al país vecino. “Había muchísimo atasco y tardamos horas en llegar a Mostyska [ciudad próxima a uno de los pasos fronterizos]. Decidimos aparcar allí y empezar a andar. Caminamos 14 kilómetros, ya estábamos en la frontera, pero no dejaban de pasar ambulancias, estaba oscuro y los niños lloraban mucho...”, explica por teléfono la ucraniana. “Vimos mucha gente agolpándose. Mucho pánico. Nos dio miedo que nos pasase algo”. Dieron la vuelta.

No saben si lo volverán a intentar mañana o esperarán un poco más. Si se van, sus maridos se quedan atrás. Si se quedan, temen poner en riesgo su vida y la de sus niños. Su pueblo aún no ha recibido ningún ataque ruso y sienten que tienen cierto margen para esperar, pero los sonidos de los bombardeos, aunque lejanos, les inquietan. También las alertas que, de vez en cuando, recomiendan a los vecinos resguardarse en un lugar subterráneo. Tienen familia en España y les gustaría trasladarse a Madrid durante un tiempo, pero les preocupa el papeleo. Una de ellas tiene el pasaporte caducado y dos de sus hijos solo tienen la partida de nacimiento.

Solo mujeres, niños y ancianos

“Están saliendo a pie, en coches, en trenes, autobuses.... como pueden. Sabemos que se están produciendo colas en varios lugares y momentos del día”, afirma la portavoz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en España. A Oksana, quien quería mandar a su hija menor a Polonia, le ha llegado la información sobre el colapso de la frontera con Polonia, la más próxima su casa. Teme poner en riesgo a su hija durante las horas de espera, por lo que aún no ha tomado una decisión: “Queremos que salga, pero no la quiero poner en más peligro de lo que ya hay. Porque dejar a una niña en una cola de 20 kilómetros de coches y de gente, con frío... Vamos a esperar y estudiar otras vías, como enviarla a Hungría o Rumanía”.

Andriy acompañó a su mujer y su niño de dos años a la frontera, pero se quedó atrás. Tras recorrer los 200 kilómetros que separa su ciudad (Ivano-Frankivsk) del paso fronterizo más próximo, se acercaron a la frontera el jueves por la noche, con la intención de cruzarla juntos: “Me enteré en ese mismo momento de que solo podían salir las mujeres, los niños y los ancianos, por la Ley Marcial. Los hombres entre 18 y 60 años nos tenemos que quedar”, lamenta a través del envío de varios mensajes, que interrumpe de forma repentina: “Suena la alarma. Nos vamos al refugio. Allí no hay internet. Rece por nosotros”.

Las 27 horas de viaje merecieron la pena para Iryna porque, dice, su hijo de cinco puede estar tranquilo. “Si mi hijo sonríe y salta es porque está aquí en Polonia. Él no se enteró de los bombardeos, hemos evitado ese trauma”, explica la mujer ucraniana, acogida por una familia polaca en Lublin, junto con su madre y su pequeño.

“Se puede pensar que no es la mejor opción abandonar mi país, quizá debería unirme al ejército, pero en esos momentos tienes que tomar decisiones rápidas y difíciles. Desde aquí yo puedo ayudar, estoy intentando organizar grupos para conseguir que la comunidad internacional se mueva más. Si estuviese allí, escondida bajo tierra, estaría muy estresada y sería totalmente inútil porque no estoy entrenada para estar en una guerra”.

Quienes logran irse

El jueves 24 de febrero, cuando Rusia inició la ofensiva contra Ucrania, Iryna tomó la decisión. “A las cinco de la madrugada escuché los sonidos de las bombas, cogí las cosas muy rápido, como en 20 minutos, cogí el coche con mi madre y mi hijo y salimos hacia la frontera. Hicimos una parada para comprar más cosas: agua, comida y gasolina. Había muchísimos coches. Tardamos más de un día en conseguirlo. En la frontera esperamos alrededor de cinco horas, parados, en el coche”, detalla la mujer, quien agradece la generosidad del pueblo polaco: “Nada más cruzar nos vinieron a preguntar si necesitábamos algo. Nos dieron agua, comida y medicinas para mi madre. La gente está siendo muy amable y cariñosa con nosotras”.

La activista de Hope Project ratifica sus palabras: “Hay mucha respuesta de la sociedad polaca. Familias que dejan sus casas para dormir, miles de personas que hacen donaciones... Hay muchos proyectos e iniciativas. Es emocionante”.

Iryna vivía en una ciudad situada a 10 kilómetros de Kiev, atravesada este viernes por las tropas rusas a su paso hacia la capital: “Hoy [el viernes] ha sido un día oscuro para mi ciudad. Los edificios han sido bombardeados. Mi oficina ha sido bombardeada. Hoy he visto fotos horribles de mi espacio de trabajo destrozado. Mi mesa, el sitio donde solía trabajar, todos mis documentos, mis mejores libros… Todo ha sido bombardeado”.

“Nuestro futuro está destruido”

Una vez segura, con tiempo para pensar, Iryna empieza a asimilar las consecuencias de la ofensiva rusa contra su país. “Me meto en Facebook y veo destrozados aquellos lugares que yo frecuentaba. Es muy doloroso cuando pienso que, hace tres días, no imaginaba que iba a pasar esto con nosotros. Había noticias sobre la posible guerra desde hacía meses, pero nosotros no nos lo creíamos, confiamos en que vivíamos en un país democrático, que no era posible… Nunca lo vimos. Ahora estamos aquí. Miro al pasado y veo que, unos días atrás, había ido con mi hijo al cine. Pienso en lo importante que es vivir tus días simples, tu rutina, en tu país. He perdido todas mis cosas. He perdido mi hogar. He perdido mi perfume, mis libros, mi ropa… Es lo menos importante, pero todo se ha ido”.

Desde Polonia, intenta transmitir a la sociedad europea lo volátil que puede llegar a ser la paz a la que nos hemos acostumbrado: “Mi madre llora cada vez que ve las noticias. Se pregunta sobre el futuro, sobre nuestro plan, pero no hay nada. No sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí. Nuestros sueños están destruidos. Nuestro plan de futuro está destruido. Todo está destruido”. Pide que la empatía se traduzca en un mayor apoyo internacional “Nuestro ejército es fuerte pero no es suficiente. Rusia se ha preparado durante años… Estamos solos. Y no sabemos qué será lo siguiente”.