Ucranianas que renuncian a su plaza de acogida en España por no poder quedarse con sus mascotas
Tatiana Belash vivía en Járkov con su hija y su marido. En enero, adoptó una perra de seis meses que, en pocas semanas, pasó de vivir en una amplia casa en la segunda ciudad más grande de Ucrania a sobrevivir en un refugio antibombas. Tatiana y su hija de 16 años huyeron a España, para afincarse en Valencia. Allí, tal como les habían recomendado voluntarios y compatriotas, se dirigieron a Cruz Roja en busca de un techo. Les consiguieron una plaza en uno de los hoteles gestionados por la ONG, pero su perra no podía quedarse con ellas.
Hasta el inicio de la invasión rusa y la llegada de miles de refugiados ucranianos a España, el sistema de acogida estatal no permitía la entrada de las familias de solicitantes de asilo junto a sus mascotas. Aunque apenas había casos de demandantes de protección internacional acompañados de animales, por norma general, cuando ocurría, los potenciales refugiados debían dejarlos atrás si querían optar a una cama en los centros estatales.
Ante la llegada de cientos de personas procedentes de Ucrania junto a sus mascotas, algo inédito hasta el momento en tales dimensiones, el Gobierno decidió hacer una excepción que solo aplica en el caso de los desplazados por la invasión rusa. En los tres centros de referencia para ucranianos con capacidad de acogida (Madrid, Málaga y Alicante) las mascotas son bienvenidas e incluso cuentan con los servicios de personal veterinario, según el Ministerio de Inclusión. Pero, más allá de estos puntos de recepción de emergencia, adaptar en cuestión de meses el sistema de acogida a la incorporación de animales no está siendo fácil para las autoridades y las ONG encargadas de la gestión de la red, según sostienen la Secretaría de Estado de Migraciones y varias organizaciones implicadas en el proceso.
Mientras cientos de personas ucranianas ya se encuentran acogidas en España acompañadas de sus mascotas y no han encontrado problemas, un número indeterminado de ellas como Tatiana, Nataliya, Anna o Hanna se están topando con dificultades que les han empujado a plantearse renunciar a su plaza o a dejar al animal en una protectora.
Son muchas las imágenes difundidas por redes que destacaban el comportamiento de personas ucranianas que, como Tatiana, no querían dejar sus animales atrás. Por eso, la Unión Europea también decidió hacer excepciones en su normativa para facilitar el libre tránsito de mascotas dentro de las fronteras comunitarias. En España, los ministerios de Derechos Sociales y Agricultura elaboraron un nuevo protocolo para flexibilizar los requisitos exigidos habitualmente para la entrada de animales. Según el director general de Derechos Animales, Sergio García, 1.200 familias ucranianas han llegado a España con sus mascotas y se encuentran registradas en las distintas comunidades autónomas.
Con los cambios marcados por el Gobierno, algunas ONG, como Cruz Roja, Accem o CEAR intentan encontrar plazas accesibles para mascotas. “Nos estamos adaptando para concebir a los animales como un miembro más de la unidad familiar”, explica un portavoz de la Cruz Roja. Pero no siempre es posible.
“Es de la familia”
Cuando Tatiana supo que su perra no podía acceder al hotel que le ofrecían, decidió renunciar a este alojamiento (y, por tanto, a entrar en el sistema de protección) y buscó una alternativa a través de una red de voluntarios. “Es de la familia y ha pasado por esta pesadilla con nosotras. No puedo dejarla atrás”, dice en referencia a su mascota. Encontraron refugio en casa de una mujer con la que pueden quedarse hasta el verano.
“Tengo hasta entonces para aprender castellano, encontrar un trabajo y poder pagar un alquiler”, lamenta Tatiana, que tiene claro que no va a aceptar ninguna opción que conlleve separarse de su cachorra. Tanto desde el Ministerio como desde Cruz Roja aseguran que casos como el de Tatiana son “minoritarios”, pero reconocen las obstáculos logísticos que supone alojar a personas con mascotas. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), sin embargo, sí reconoce que ya han tenido “muchos” casos que han renunciado a su plaza por no poder permanecer junto a sus animales.
Dificultades logísticas
“El Gobierno nunca ha permitido el acceso a mascotas al sistema de acogida, ni cuando era necesario por razones terapéuticas. No teníamos muchos casos, pero recuerdo algunos, en los que hacíamos informes por un tema psicosocial y nos lo denegaban. Pero con los ucranianos se han hecho excepciones. Se da un trato discriminatorio ligado al hecho de que han llegado muchos en coches particulares, con ninguna información de origen... Y ya nos los encontramos aquí”, explica Aliva Díez, coordinadora estatal de Acogida de CEAR.
Pero, a nivel logístico, la organización apenas ha encontrado lugares donde acepten mascotas. Con unas plazas pactadas en su mayoría antes de que se anunciase esta excepción, la organización está chocando con obstáculos. “Hay hoteles que son accesibles, en los que no hay inconveniente, pero en otros muchos recursos no lo permiten. Hay plazas que hemos cerrado sin negociar la posibilidad de que aceptasen mascotas. Por lo que es un puzle muy difícil. Llega la persona con su mascota y justo tiene que coincidir que ese lugar acepte animales. Esto esta siendo verdaderamente complicado”. La consecuencia, admite la miembro de CEAR, es que la organización “apenas” acepta “gente con mascotas” dado que su nivel de ocupación se encuentra al límite.
La rabia
Además de asegurar plazas en hoteles que alojen animales o vigilar las alergias de otros solicitantes de asilo, otra de las principales trabas tiene que ver con la rabia. En Ucrania se trata de una afección endémica, mientras que en España está casi erradicada. Por ello, el protocolo aprobado para la acogida de animales de este país establece que se deberá comprobar que el animal está debidamente vacunado y deberá realizar una cuarentena de treinta días, ya sea con su dueño o en un centro especializado.
Este protocolo, que delega la concreción de su aplicación a las Comunidades Autónomas, está suponiendo un problema debido a la gran cantidad de animales que están llegando, ya que en muchos centros se están quedando sin lugar para realizar estos confinamientos.
A Tatiana nadie le dijo que su perra tenía que hacer cuarentena. Según reconoce Cruz Roja, se informa y se acompaña en el procedimiento a seguir “solo a los dueños de mascotas que sí que entran en el sistema de protección”, por lo que quienes quedan fuera de la red estatal no son informados del protocolo. Ante esta situación, colegios profesionales de veterinarios como el de Alicante han denunciado que el Gobierno no da “soluciones definitivas para acoger a los perros ucranianos rechazados en hoteles”.
Nataliya Pavlishina tampoco pudo acceder a una plaza en Sevilla debido a que iba acompañada de su perra y tampoco le informaron del protocolo antirrábico, según su relato. “Nadie nos explicó que no podíamos venir con animales y en ningún momento me dieron alternativas”, recuerda. Sin embargo, el Ministerio de Migraciones, Cruz Roja, Accem y CEAR aseguran que “siempre” se explican las opciones en caso de que no se pueda aceptar al animal. “Se ofrecen refugios o se pone en contacto con veterinarios voluntarios”, dicen desde el Ministerio.
“Ninguna persona se va a a quedar en la calle. Y tampoco un animal. En ningún caso”, añaden desde Cruz Roja. Pero ninguna familia ucraniana contactada para este reportaje recuerda que se le explicara qué opciones tenían, más allá de dejar a sus animales atrás. “De haber sabido que tendría estos problemas y tan poca ayuda, me habría ido a otro país”, asegura Hanna Azaroskaia, quien llegó a Murcia con su hijo pequeño, donde le ofrecieron quedarse en un albergue, compartiendo habitación con otras seis personas.
Poco después llegó su madre, acompañada de un gato; a ella le esperaba una cama, pero al gato, no. “Lloramos mucho”, explica Hanna, quien entiende que no se permitan animales en espacios compartidos, pero se queja de que nadie se lo comunicara antes y de que no le ayudaran a buscar una lugar alternativo para el felino. Finalmente, fueron las redes de voluntariado las que encontraron un hogar para el gato: “Lo vamos a visitar, pero no es lo mismo. Es muy duro para mi hijo: ha huido de una guerra y, cuando pensaba que el horror ya había acabado, lo separan de su gato. No es justo”.
La incerteza de la excepción
Anna Holobutska comparte una pequeña habitación de un hotel de Barcelona con su hija de 16 años, sus dos perros y un gato. Ella es una de las refugiadas ucranianas que sí consiguió entrar en el sistema de protección con sus mascotas. Para ella, no había otra manera de huir de la guerra que no fuera con sus animales, a pesar de los problemas añadidos durante el viaje. Cuando llegó a España, Cruz Roja le dijo que no había ningún problema y que encontrarían un hogar para ellos, pero ahora Anna tiene el miedo de que esa seguridad se pueda desvanecer de un momento a otro.
Sus temores se despertaron porque, cuando llevaba ya un mes y medio acogida, tenían que abandonar el hotel donde estaban alojados porque, con la llegada de la temporada alta, regresaban los turistas y Cruz Roja debía buscar otra localización para los solicitantes de asilo. Y no todos los hoteles aceptan animales. “Es difícil porque los hoteles ponen límites, es una ayuda temporal y cada uno tiene sus particularidades y especificidades”, explica un portavoz de la institución humanitaria en Catalunya. Por esta razón, no pueden asegurar a todas las familias como la de Anna que su próximo destino sea también compartido con sus mascotas.
Los voluntarios de Cruz Roja entregaron a Anna un documento, llamado ‘compromiso de participación’, que explicaba las condiciones ligadas a su traslado a otro espacio de acogida. Uno de sus puntos asustó a Anna. “No se podrá ingresar en ningún dispositivo de acogida financiado por el Sistema con animales, siendo responsable de buscar un lugar de estancia alternativo para el animal la persona que solicita el ingreso”, reza la carta, que lleva el sello del Ministerio y de Cruz Roja. “Eso me heló la sangre. Jamás voy a firmar nada que me obligue a dejar a parte de mi familia atrás”, asegura.
Desde el Gobierno y la ONG explican que esta carta simplemente expone las normas generales actuales, pero que siempre se aseguran de que los ucranianos entiendan que se le proporcionan alternativas y que se intentará, por todos los modos, que los animales permanezcan con la familia. Anna también desmiente haber recibido tales aclaraciones. Se negó en redondo a firmar el documento. “Si no firma, renuncia al programa”, explica el portavoz de Cruz Roja.
Anna no las tiene todas consigo de que le vayan a encontrar un hogar que pueda compartir con sus mascotas. “Ellos también son refugiados de una guerra. ¿Cómo le digo a mi hija que, después de lo que hemos pasado, tiene que pasar por otro trauma?”, se pregunta. Por eso, desde hace unas semanas, ha empezado a pedir ayuda a las redes de voluntarios y tiene las maletas preparadas para cuando le digan que se tiene que ir, aunque todavía no tenga adónde. A pesar de que Cruz Roja le ha asegurado que no la van a echar del hotel y que están buscando una solución a su situación, Anna sigue sin querer firmar la carta. Y sabe lo que significa, pero no le importa. “Si existe la más mínima posibilidad de que algo salga mal, prefiero renunciar al asilo antes que dejar a mis perros”.
“Lo he perdido todo, no puedo arriesgarme a perder también a mis mascotas. Puede haber quien piense que renunciar al refugio por un perro es una tontería, pero que pase una guerra y después hablamos”, sentencia Anna.
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