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Cómo medir 5.000 años de deuda

'Una nueva forma de pagar la deuda nacional', cuadro de James Gillray, 1786.

Iñigo Sáenz de Ugarte

La deuda no es una simple consecuencia de una serie de actividades económicas en la que unos benefactores prestan dinero a personas que lo necesitan para montar un negocio o mejorar de nivel de vida. Ese beatífico análisis, típico de economistas, no es el que hace David Graeber, un antropólogo norteamericano del que ahora la Editorial Ariel publica en España “En deuda. Una historia alternativa de la economía” (“Debt: The First 5,000 Years”).

El extracto del libro que publica hoy eldiario.es consiste en sus primeras páginas. A partir de una conversación en una boda con una persona que trabaja en una organización humanitaria, Graeber es consciente de lo muy arraigada que está la idea “uno debe pagar sus deudas”. En nuestras sociedades, no se trata de un imperativo económico, sino de uno moral. Nos lo ofrecen como si fuera un mantra ético sin el cual la civilización se vendría abajo.

No siempre ha sido así. Hay precedentes históricos de todo tipo. En la tradición judía cada 50 años se celebraba el jubileo, cuando quedaban canceladas todas las deudas. Los reyes sumerios y después los babilonios anunciaban periódicamente amnistías crediticias. “Estos decretos solían declarar nulo y sin efecto todo crédito al consumo (no afectaban al crédito comercial), devolver todas las tierras a sus dueños originales y permitir a todos los peones por deuda (personas esclavizadas al no poder pagar sus deudas) el regreso con sus familias”, escribe Graeber.

Todo esto podía ocurrir también después de algún tipo de catástrofe; una guerra o una serie de malas cosechas que convertía en algo imposible devolver las deudas.

Es una situación no tan diferente a la que atraviesa ahora la eurozona. La deuda pública y en especial privada ha adquirido tales dimensiones en Europa que muchos países se plantean seriamente si podrán ponerse alguna vez al día, es decir convertirla en una carga sostenible. Graeber duda que esto sea posible.

Graeber hace un repaso por todas las civilizaciones para estudiar cuál ha sido el origen y desarrollo de los sistemas crediticios y por qué en el pasado no siempre ocurría lo que ahora se plantea como imprescindible. Descarta por completo la idea habitual entre economistas de considerar el trueque como un estadio anterior a la llegada del dinero. No hay ninguna prueba o indicio histórico que sustente esa tesis, dice. El trueque es posterior a la aparición del dinero y cumple funciones muy específicas.

Como antropólogo, a Graeber no le cabe duda de que el dinero y la deuda son elementos ligados íntimamente al poder y la violencia. El origen del dinero tiene mucho que ver con el potencial de una situación violenta. Hay que cuantificar exactamente el valor de una deuda cuando pagarla o no puede desencadenar un acto violento. Necesitas una fórmula exacta cuando el riesgo de violencia es real. Por eso, en los textos jurídicos antiguos –al imponer el ojo por ojo– era necesario saber con total exactitud cuánto dinero o cuántas vacas, cabras u ovejas hay que pagar como compensación por el asesinato de un miembro de otra familia.

“Pero una vez que comprendes que los impuestos y el dinero comienzan en gran parte por la guerra –ha dicho Graeber en una entrevista– es más fácil entender lo que ocurrió. Después de todo, los mafiosos lo entienden así. Si quieres coger una extorsión violenta y convertirla en algo moral, y sobre todo hacer que parezca que es culpa de la víctima, la conviertes en una relación de deuda. 'Me lo debes, pero te daré un respiro'. La mayoría de los seres humanos han escuchado eso de sus acreedores”.

Las revueltas y protestas contra el peso asfixiante de la deuda son una constante en la historia de la humanidad. Sólo cuando las autoridades comprenden que están perdiendo el control de la situación se plantean un perdón que asegure la estabilidad. En el fondo, la deuda está íntimamente ligada al poder.

Graeber es profesor en el Goldsmiths College de Londres y antes dio clases en la universidad de Yale. De ideas anarquistas, su historial de activismo le ha llevado a tener un papel importante entre los intelectuales que apoyaron el movimiento Occupy Wall Street. Su padre luchó en la Guerra Civil española en el bando republicano.

El libro de Graeber ha sido descrito como provocador, beligerante y radical. Eso no impidió que la director adjunta del Financial Times en su edición norteamericana, Gillian Tett, escribiera que se trataba de uno de los libros más recomendables del año pasado.

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