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Sesenta años de proyecto europeo: ¿Y ahora qué?

Hace sesenta años, en Roma, seis naciones profundamente heridas por dos guerras mundiales apostaron por huir de la confrontación hacia la armonía que los intereses industriales y comerciales comunes podrían generar. A través de una integración gradual de las sociedades europeas, fue un paso destinado a conformar rápidamente una comunidad política. Aun así, con el tiempo, la realidad mostró que la unión política no podía realizarse automáticamente con la integración económica, sino que requería de la construcción de un verdadero proceso político.

Hoy, aun haciendo frente a la crisis y a pesar de que la austeridad y los retrocesos democráticos han dañado seriamente el proyecto, la Unión Europea permanece como una de las más grandes ambiciones llevadas a cabo por los europeos y europeas. Significa un auténtico aliento de esperanza para todos los que estuvieron y siguen viviendo bajo la opresión de los regímenes autoritarios o en regiones empobrecidas. En un continente de pasado sangriento, el proyecto de integración, con sus altibajos, sigue constituyendo un pilar de paz y cooperación sin precedentes entre sus pueblos.

Hoy, nosotros y nosotras las europeas, podemos generalmente movernos y vivir libremente por toda la Unión Europea; compartimos recursos e ideamos reglas comunes, a través de instituciones comunes, y eso ha contribuido a mejorar considerablemente la vida diaria de 500 millones de personas; hemos dado la bienvenida a las democracias del sur, emancipadas de sus dictadores militares y hemos reunido un continente con el corazón rasgado por el Telón de Acero.

Por desgracia, estos logros no pueden ocultar que estos últimos años, la crisis amenazó muchos progresos sociales, democráticos y económicos y puso al descubierto la inhabilidad de la Unión Europea y sus Estados Miembros para ofrecer soluciones viables y compartidas. La insistencia obstinada en las políticas de austeridad, combinada con la falta de instrumentos y recursos comunes, así como procesos institucionales disfuncionales, dañaron progresivamente la cohesión y la promesa de solidaridad y prosperidad compartida, incrementaron la desigualdad y el desempleo, y generaron una deuda insostenible en muchos países como es el caso de España. Incluso la libre circulación de personas se está viendo ahora amenazada.

Políticamente debilitada, la UE establece por sí misma sus objetivos sociales y culturales sin los medios necesarios para conseguirlos; los derechos fundamentales están abiertamente cuestionados por algunos gobiernos ultraconservadores y de extrema derecha. Y peor, “Europa” es ahora percibida por un creciente número de europeos como una máquina burocrática que pone el bien común al servicio de intereses privados y de una competencia supuestamente intocable, incapaz de abordar adecuadamente los problemas comunes como la migración, la seguridad y la pobreza.

Asimismo, el establecimiento de una dinámica entre acreedores y deudores fruto de una zona euro mal diseñada y que requiere de urgentes reformas, origen de unos rescates que pusieron en grave riesgo los derechos y democracias de los europeos víctimas de las políticas de la Troika, es un capítulo que el proyecto europeo debe urgentemente dejar atrás.

Los retos de este siglo son globales: el clima, las migraciones, las tensiones y guerras, la tecnología digital, la evasión fiscal, la industria, la preservación de recursos, la contaminación, la biodiversidad, la agricultura, la corrupción y el crimen organizado no respetan las fronteras nacionales. Sí, la Unión Europea no es perfecta. Al igual que no lo es ningún Estado Miembro. Pero sigue siendo sin embargo nuestra mejor herramienta para defender la paz, la solidaridad y las conquistas sociales de la post-guerra y proyectarnos en el futuro.

La construcción de una Europa justa y democrática es nuestra elección. Nuestro deber es defenderla del repliegue nacionalista y de la extrema derecha. Nuestra voluntad es reafirmar su vigencia como hogar común y abierto. Nuestro objetivo es transformarla en estandarte único de tolerancia, integración, sostenibilidad y justicia social.

La mayor riqueza de Europa no yace en su poder económico, sino en el trabajo y valor de sus mujeres y hombres. Vive cada día a través de sus ciudadanos, trabajadores, estudiantes, emprendedores. Es para todos y cada uno de ellos que el proyecto europeo debe proveer razones para ser defendido.

La Unión Europea debe ser nuestro marco común capaz de agrandar el alcance de los derechos y libertades. Llevemos a cabo la transición ecológica contra las amenazas del cambio climático y la escasez de recursos, protegiendo el aire que respiramos, la comida que comemos, el agua que bebemos y la salud de cada uno de nosotros y nosotras. Invirtamos en la juventud, en educación, en nuevas actividades económicas y empleos de calidad, saliendo de la dependencia de las energías sucias y contaminantes. Peleemos por un presupuesto europeo real para construir solidaridad, redefinir el bienestar y luchar contra la exclusión y la pobreza. Ayudemos a la gente que huye de la guerra y la miseria, y llegan a nuestras costas. Recuperemos la ambición en la lucha contra la corrupción, el mal gobierno y la debilidad de la ley, así como buscando la cooperación frente a la competencia y desregulación.

Significa un nuevo ímpetu para una “Europa aún más unida”, resonando las esperanzas de hace 60 años. La UE debe ser transformada para convertirse en una efectiva democracia multinivel, liberada de la regla de la unanimidad y de los vetos mutuos. La sucesión de tratados intergubernamentales y sus enmiendas no será suficiente. ¿Por qué no apostar por un verdadero proceso constituyente europeo que organice la separación de poderes, consolide las libertades y derechos fundamentales, deje atrás los inefables años de la Troika y establezca los objetivos de la Unión dentro y fuera de sus fronteras?

Los Verdes europeos nos comprometemos a ser parte activa en una gran alianza entre los actores del cambio, los movimientos sociales y las fuerzas demócratas y progresistas para liderar un contrato social renovado para una mayor democracia en la UE. Para nosotros es un proyecto y horizonte compartido y debe convertirse en una herramienta indispensable para construir una sociedad justa y ecológica.

Sesenta años después, no es el momento de conmemoraciones, mucho menos de nostalgias. Es, más que nunca, el momento de dejar atrás los años oscuros de la austeridad y los retrocesos democráticos y escribir juntos un nuevo capítulo para nuestra historia común, más cohesionada y más sostenible.

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Ska Keller, copresidenta de Los Verdes/ALE en el Parlamento Europeo

Philippe Lamberts, copresidente de Los Verdes/ALE en el Parlamento Europeo

Florent Marcellesi, eurodiputado de EQUO en Los Verdes/ALE

Ernest Urtasun, eurodiputado de ICV en Los Verdes/ALE

Hace sesenta años, en Roma, seis naciones profundamente heridas por dos guerras mundiales apostaron por huir de la confrontación hacia la armonía que los intereses industriales y comerciales comunes podrían generar. A través de una integración gradual de las sociedades europeas, fue un paso destinado a conformar rápidamente una comunidad política. Aun así, con el tiempo, la realidad mostró que la unión política no podía realizarse automáticamente con la integración económica, sino que requería de la construcción de un verdadero proceso político.

Hoy, aun haciendo frente a la crisis y a pesar de que la austeridad y los retrocesos democráticos han dañado seriamente el proyecto, la Unión Europea permanece como una de las más grandes ambiciones llevadas a cabo por los europeos y europeas. Significa un auténtico aliento de esperanza para todos los que estuvieron y siguen viviendo bajo la opresión de los regímenes autoritarios o en regiones empobrecidas. En un continente de pasado sangriento, el proyecto de integración, con sus altibajos, sigue constituyendo un pilar de paz y cooperación sin precedentes entre sus pueblos.