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Sobre este blog

Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

La cara oculta de un Mundial de Fútbol: corrupción, derechos pisoteados y esclavitud laboral

El expresidente de la FIFA, Joseph Blatter, durante el anuncio de Qatar como sede de la Copa del Mundo de 2022

Iker Armentia

El Mundial de Fútbol se está celebrando en un país en el que se ha advertido a los aficionados que no se den la mano en público con sus parejas si son del mismo sexo: en el mejor de los casos pueden ser denunciados por la policía; en el peor, pueden terminar apaleados en un hospital. Milicias progubernamentales han anunciado que durante la Copa del Mundo van a realizar patrullas urbanas para evitar que aficionados gays se besen en público. Ser un aficionado al fútbol en este Mundial es un riesgo si no eres heterosexual. 

La persecución a la comunidad LGTBI en Rusia está promovida por el Estado y alentada por la extrema derecha. “La ley antigay rusa de 2013 contra la llamada ”propaganda homosexual“ se ha utilizado para aplastar protestas pacíficas, despedir a profesores y reprimir organizaciones benéficas que apoyan a adolescentes de este colectivo”, escribía este jueves en eldiario.es el activista Peter Tatchell.

Por supuesto, al fútbol profesional que celebra su cumbre estos días en Rusia esto no le importa demasiado. O por lo menos, no le importa lo suficiente como para que la FIFA hubiera levantado algo más la voz o los futbolistas se hubieran atrevido a hacer algún tipo de gesto. Pero, claro, en el fútbol profesional no hay gays. “Deja ya de insistir, Alcalá. No es posible lo que pides. En este club no hay maricones”, le contestaron al periodista Juan Antonio Alcalá que intentaba convencer a una estrella de fútbol para que hiciera pública su homosexualidad.

Durante los meses previos al arranque del Mundial, organismos de derechos humanos también han denunciado las condiciones de explotación laboral que han vivido los trabajadores que han levantado los estadios de fútbol. Aunque en este apartado el que se lleva la palma es Qatar, la sede de la Copa del Mundo en 2022. Las estrellas de fútbol van a jugar en estadios bañados de sangre de los cientos de trabajadores extranjeros -de India, Nepal, Bangladesh y otros países- que están perdiendo la vida construyéndolos. Las condiciones en muchos casos son casi esclavistas: jornadas interminables a 50 grados, salarios ridículos, amenazas, alojamientos miserables y el secuestro de los pasaportes para que los trabajadores no puedan abandonar el país.

La FIFA ha recibido numerosos llamamientos para que tome medidas al respecto -la semana pasada protestaron en Madrid los Premios Nobel de la Paz Rigoberta Menchú y Lech Walesa- pero, ¿qué se puede esperar de una organización tan corrupta como la FIFA? Tras el FIFAgate, los responsables del fútbol mundial se comprometieron con un fútbol más limpio y comprometido con los derechos humanos pero el dinero, la política y la falta de transparencia siguen mandando. De momento, pesan más los petrodólares que el daño de imagen que la FIFA pueda sufrir por permitir que se esté preparando un Mundial de Fútbol con trabajadores esclavos.

La corrupción del fútbol profesional no es exclusiva de los gerifaltes. El mejor jugador de fútbol de esta Copa del Mundo es un defraudador de Hacienda condenado a 21 meses de cárcel por evadir 4,1 millones de euros. El otro mejor jugador de fútbol ha negociado una condena por cuatro delitos fiscales para evitar la cárcel y pagará 18,8 millones de euros a Hacienda. Leo Messi y Cristiano Ronaldo, un ejemplo para los niños, según la edulcorada teología de la prensa deportiva.  

Los futbolistas profesionales -que aprovechan sus vacaciones para lavarse la imagen con campañas humanitarias en países del Tercer Mundo- se han desentendido de la lucha contra los abusos que se cometen para que ellos puedan disputar un Mundial: derechos pisoteados, esclavitud laboral y corrupción a espuertas. La pasión acrítica de millones de aficionados al fútbol los mantiene a salvo de asumir responsabilidades públicas. Y los que mandan seguirán mirando hacia otro lado a no ser que las grandes marcas patrocinadoras den la espantada en masa. Para el Mundial de Rusia ya es demasiado tarde, pero queda tiempo para el de Qatar. Tiempo para boicotearlo. Tiempo para limpiar el fútbol. 

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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

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