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Sobre este blog

Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

¿Es 'El Irlandés' de Scorsese demasiado larga o somos nosotros demasiado cortos?

Joe Pesci y Robert De Niro en El Irlandés

Iker Armentia

Noqueada por la crisis de los 40 o para evitar pasar tiempo en casa, una parte de mi generación se está preparando para correr maratones. Otros llevamos desde hace unos días preparándonos para ver en Netflix la última película de Martin Scorsese: 'El Irlandés'. Los primeros saben cuándo correrán la carrera, tienen tablas de entrenamiento, tiempos marcados. Los segundos andamos desorientados y no encontramos el momento adecuado para ver del tirón las tres horas y media que dura la película.

El reto no es sencillo. En primer lugar, uno tiene que estar descansado para una película tan larga. Y no es fácil. Un amigo –que tiene dos curros para poder salir adelante y llega a casa como si hubiera pasado el día parando los pies al fascismo en el Frente del Este– lo ha intentado en tres ocasiones y las tres veces el sueño le ha golpeado con un mazo. Otro colega con el que comparto confidencias cinéfilas está más o menos como yo: agotado por el trabajo y el resto de obligaciones de la vida cotidiana. Estamos pensando pillarnos una excedencia para ver la peli. La excedencia Scorsese.

El trabajo que nos exprime la vitalidad a cambio de cuatro euros no es el único problema. Uno tiene que aislarse del mundo durante tres horas y media: desenchufar el teleportero y el teléfono fijo de casa, bajar las persianas, no dar señales de vida que puedan invitar a un vecino a pedirte huevos para la tortilla. Nada que interrumpa tan sagrada misión.

Y lo más difícil todavía. Tienes que apagar el teléfono móvil durante tres horas y media. No vale ponerlo en silencio porque ya sabemos lo que pasa: al rato, uno está con un ojo –y su parte correspondiente de cerebro– puesto en las notificaciones. El móvil, apagado. Con los peligros que eso conlleva, claro. Es muy probable que cuando termines de ver la película y lo enciendas, tu familia se esté preguntando si te has mudado a Sotosalbos o en las tertulias de la tele estén echándote la culpa de que no se haya podido formar Gobierno. Tres horas y media sin responder whatsapps es el equivalente a bajar a comprar tabaco y no volver del siglo pasado.

Sin embargo, no recuerdo tanto alboroto con 'JFK: Caso abierto' (Oliver Stone, 1991), 'La lista de Schindler' (Steven Spielberg, 1993) o 'Bailando con lobos' (Kevin Costner, 1990). La película es larga, se decía sin mayores aspavientos; ahora la descripción viene con tono de advertencia grave: ten cuidado, la película es larga, coge provisiones, cuando podamos iremos a rescatarte.

Es tan larga ‘El Irlandés’ que hay a quien ya se le ha ocurrido cómo trocearla en pedazos más o menos comprensibles para visionarla como si fuera una serie. No es algo nuevo. En algunas salas de cine a los críos les cortan las películas por la mitad para que descansen tirándose por un tobogán. Los capítulos de series de apenas 25 minutos son celebrados por consumidores y críticos con gran entusiasmo. En las redes sociales el destino de un vídeo se juega en los primeros segundos. La propia Netflix está probando poder acelerar la velocidad de reproducción para ver más contenido en menos tiempo.

Todo va demasiado rápido. Una canción de Spotify nos lleva a otra sin haber terminado la anterior. Las mejores mentes de nuestros tiempos trabajan para que dejemos lo que estamos haciendo y pinchemos en un link de publicidad. De las broncas que surgen en las redes se desprende que mucha gente sólo lee el titular de las noticias y un par de líneas al azar dentro del texto. Gente que escribía artículos muy interesantes, ahora abre hilos. Miramos el teléfono móvil sin parar. En las ciudades, al sonido de los tranvías y los estorninos se han sumado los 'biiip-biiips' de las notificaciones de los móviles. Vivimos en la sociedad de la interrupción.

El medio es el mensaje. Y el ecosistema de producción de contenidos que hemos creado en las últimas décadas está minando nuestra capacidad de concentración. Me contaba hace poco un compañero de clase de la infancia, ahora profesor de Historia en un instituto, que cada vez le es más complicado exigir a sus alumnos la lectura de textos largos. Ya hay estudios que relacionan el mayor uso de los smartphones con el empeoramiento de los resultados académicos.

“La lectura profunda que solía suceder de forma natural se ha convertido en un esfuerzo”, explicaba el ensayista Nicholas G. Carr en un artículo de 2008 titulado '¿Está Google volviéndonos tontos?'. Y esto era en 2008, cuando todavía las redes sociales no eran lo que son ahora, los smartphones no se habían generalizado y para acceder a Internet había que hacer el esfuerzo de encender un ordenador. Ahora, con Internet acoplado como una extensión de nuestros cuerpos a través del teléfono móvil, es probable que ya seamos lo suficientemente tontos como para conseguir que una película de tres horas y media se haya convertido en una maratón para nuestras mentes.

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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

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