Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Europa, de la mano de Alemania, se hace el harakiri
“Europa ha perdido el alma en Gaza”. Así se expresaba recientemente Josep Borrell, quien fuera durante cinco años (2019-2024), alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, en el primer Ejecutivo comunitario de Ursula von der Leyen. Continuaba su reflexión afirmando, como europeísta convencido, que Europa había perdido la capacidad de hablar de derechos humanos y del derecho internacional.
Y así es. Europa se desmorona por su incapacidad e inoperancia para actuar con una sola voz, por enredarse en su gobernanza asamblearia hasta el punto de sufrir una auténtica parálisis en ámbitos tan dispares como la economía, el derecho internacional o los derechos humanos. Ámbitos todos ellos en los que se requieren actuaciones contundentes. Sin embargo, en el mejor de los casos, se susurran reprobaciones, que ni siquiera llegan a materializarse en actuaciones concretas y que quedan en mera retórica, cuando no en auténticas humillaciones como la que tuvimos que soportar en suelo europeo por parte de un mandatario que representa mejor que nadie el filibusterismo que se impone gracias, en esa ocasión, a la pusilánime UE.
Pero los males de Europa, de esta UE, no vienen del exterior, se encuentran en su interior y aniquilan en este momento cualquier ambición por reforzar la presencia del viejo continente en el panorama internacional. La UE no está preparada en este escenario de bilateralismos en el mejor de los casos, cuando no unilateralismos acompañados de impunidad que galopan a lomos de países desbocados. No hay más que ver cómo el mandatario estadounidense criticaba este mismo martes por la mañana el multilateralismo en la sede de la ONU en un discurso indigesto, mientras que por la noche ofrecía una cena a la que acudía todo el mundo pese al empacho de la mañana. ¡Cuánto mejor hubiese sido una menta poleo en la habitación del hotel y a la cama! Pero no, el saber estar y la diplomacia obligan a aplaudir discursos nauseabundos y hacer largas colas para fotografiarse con unos anfitriones que se ríen a la cara de todos y de todas. ¿Hasta cuándo tanta pleitesía a quien solo merece desprecio?
Pero, insisto, los males que más me preocupan no vienen de fuera, sino que se encuentran en el propio corazón de esta Europa. Tienen nombres y apellidos y su presencia representan un freno para cualquier intento por situar a Europa como referencia en el mundo. Me refiero a Alemania, que va acumulando méritos para que cada vez seamos más quienes veamos con buenos ojos un Gerexit. En efecto, Alemania, la tantas veces nombrada “locomotora de la UE”, lo es en estos momentos para conducirnos a la irrelevancia económica y la miseria moral. Y esto se debe a que el país sufre de pluripatologías crónicas que lo inhabilitan para liderar cualquier cosa en Europa, ya sea la economía, ya sea la ética o la moral.
En este mundo tan exquisito y políticamente correcto, lo que afirmo puede interpretarse como un excentricidad o una irresponsabilidad. Sin embargo, desde mi punto de vista, la irresponsabilidad es seguir la inercia de esta Europa antieuropeísta que se está forjando a base de despojarse de las ambiciones que le dieron un sentido en sus inicios.
Desde el punto de vista económico, Alemania es el lastre para que las recomendaciones del 'informe Draghi' se puedan llevar a cabo, por su negativa a desplegar de forma sistemática deuda mancomunada que permita afrontar la envergadura de las inversiones necesarias para abordar los retos de la transformación energético-medioambiental o la digitalización. Es más, Alemania podía haber invertido sus superávits crónicos en avanzar en ambas transformaciones, pero la anestesia del gas barato procedente de Rusia y su aversión enfermiza a la deuda han impedido tal cosa.
Esa aversión al endeudamiento o la inexistencia en la arquitectura del euro a imponer medidas no solo contra los déficits excesivos, sino igualmente contra los superávits crónicos excesivos han frenado a la locomotora de Europa hasta el punto de que sea adelantada por la derecha o por la izquierda por países como China o Estados Unidos, que sí han entendido el papel de la inversión pública como motor de crecimiento y de futuro. Quizás un euro que hubiese funcionado como el “bancor” que Keynes propuso en la Conferencia de Bretton Woods, habría facilitado tal cosa, permitiendo ajustes casi automáticos tanto de déficits como de superávits. De esta manera, la obligación a invertir en los Estados con superávit hubiese dinamizado la demanda interna así como las importaciones procedentes del exterior, en particular del resto de países de la UE. Pero ya sabemos que Europa priorizó con el pacto de estabilidad y crecimiento la consolidación presupuestaria en detrimento de la inversión, priorizó el egosistema alemán, con sus filias y sus fobias, frente al ecosistema europeo.
Desde el punto de vista moral y ético, la presencia de Alemania con su otra enfermedad crónica, la “razón de Estado”, le lleva a su negativa a reconocer el genocidio que Israel está cometiendo en Gaza (sin olvidar el colonialismo estilo “far west” en Cisjordania), y representa un claro obstáculo para que la UE haga valer los derechos humanos y el derecho internacional. Así se pudo comprobar recientemente en la rueda de prensa conjunta que ofrecieron el presidente del Gobierno de España y el canciller de Alemania.
Peor, aún, mientras los intereses económicos de Alemania, origen del 33% de las importaciones de armas por parte de Israel (segundo proveedor mundial tras los Estados Unidos), prevalezcan, este país solo podrá presumir de haber pasado a la historia como actor protagonista del holocausto del siglo XX primero, a actor de reparto del genocidio del pueblo palestino después. Por este motivo, y dado el veto que Alemania impone para actuar contra el acuerdo de asociación, y de la misma manera que la Comisión deja a los Estados miembros que actúen de forma individual para resolver retos de índole económico, que todos los estados dispuestos a condenar y aislar a Israel, declaren este aislamiento con todas sus consecuencias.
¿Acaso no se puede aislar a Alemania, adoptando nuevas mayorías en el seno de la propia UE? Pues que se haga, que España, por ejemplo, lidere este movimiento y se establezca una política de aislamiento al régimen genocida y de apartheid del Estado de Israel, sin la contribución de Alemania. Es una lástima que hubiese que llegar a este extremo, pero viendo cómo actúa Alemania, golpeando salvajemente incluso hasta sus propios ciudadanos cuando se manifiestan pacíficamente contra el genocidio, no cabe otra alternativa si se quiere pasar de la retórica a los hechos.
En este sentido, la sociedad civil ha mostrado a los Estados el camino que éstos han de transitar. Es la sociedad civil la que está suplantando a los Estados. La flotilla que pretende abrir un corredor humanitario en Gaza, y que ha sido atacada por tercera ocasión en la madrugada de este martes es el paradigma de esta suplantación. Con el incremento del gasto militar impuesto a los socios europeos por parte de la OTAN (por cierto, incremento para que Alemania sí está dispuesta a relajar su aversión a la deuda), ¿no cabe una intervención militar para que sean los ejércitos de los países de procedencia de las personas voluntarias de la flotilla quienes recuperen su responsabilidad y retomen la iniciativa que nace de la sociedad a la que supuestamente representan? Nunca en mi vida hubiese estado más satisfecho de que parte de mis impuestos acabaran en las arcas del Ministerio de Defensa, por la defensa de los derechos humanos y el derecho internacional.