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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Ficciones y realidad(es)

Póster de 'Patria' que generó la polémica

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Me produce demasiado bochorno y pavor reconocer que, con tal de andar a garrotazo goyesco, en este ambiente cada vez más irrespirable, resulta casi imposible generar intercambios ideológicos reflexivos y de interés. Para conseguir este propósito ponemos todo nuestro empeño; sin importar la mezcla partidista de los distintos planos que afectan al objeto del escarnio. Esta vez, le ha tocado al cartel promocional de la serie Patria de HBO, basada en la novela homónima de Fernando Aramburu, un superventas enmarcado en el caso vasco. 

En este objeto se proyectan e interseccionan, al menos, tres planos principales: el márquetin, la ficción (o representación) y la realidad; que se han introducido en la misma coctelera para poner el brebaje explosivo (una vez más) al servicio de la política de partidos, las redes sociales y los medios de comunicación. Un desenfoque que nos complica (una vez más) el análisis pausado, el debate constructivo.  

Trataré de abordarlo por planos, identificando las intersecciones, aportando algunas claves. Aunque por espacio, no tantas como me gustaría. 

Considero la “ciencia” del márquetin la rama perversa de la psicología. Desde ahí afirmo que el cartel no acierta, porque desvirtúa, se aleja del planteamiento del caso vasco (realidad) que retrata su autor en la novela (ficción) y que debiera promocionar en la serie (ficción) con coherencia. Sin embargo, sí acierta con los factores utilizados para captar la atención… y suscitar polémica. Estar en boca de todos. El eco mediático. La remuneración ¿asegurada? Veremos.

A partir de este punto empieza a complicarse el asunto, ya que nos adentramos en la (dis)capacidad de diferenciar los códigos que rigen la ficción y la realidad. La ficción es el arte de representar la realidad desde lo imaginario y, por tanto, como señala la escritora María Zaragoza, no está obligado a ser educativo ni moral. Una representación se rige por los elementos que el autor considera más idóneos y pertinentes para contar lo que le plazca y cómo le plazca. Lo que ha de juzgarse es su verosimilitud —no su adhesión a la verdad—, por mucho que lo narrado (vivencias, sentimientos, personajes, conversaciones, paisajes, acciones…) se base en una realidad identificable, cercana, palpitante, controvertida… Fallamos si consideramos a pies juntillas que lo que cuenta o debiera contar Patria es la verdad. ¿A caso cuestionamos con la misma vehemencia otros productos culturales donde se narran historias insertas en otros contextos que nos resultan más lejanos o desconocidos? 

En la responsabilidad de cada lector/espectador radica, primero, elegir con o sin diversidad sus consumos culturales —aunque la retroalimentación ideológica puede darse también a través del arte... Segundo, filtrar (seleccionar, descartar, procesar, cotejar) y permitirse —o no— la transformación a partir de ellos. Y por último, aplicar, crear, construir en la realidad desde el poso de lo aprendido en la ficción. Porque a través de la exploración artística de mundos externos e internos podemos concebir puentes en la vida real.  

Un ensayo que aborda con maestría las intersecciones entre la realidad del caso vasco y sus representaciones mediante distintas disciplinas artísticas es “El eco de los disparos” (Edurne Portela, Galaxia Gutenberg, 2016). Su eje central, “si resulta posible hacer un cambio imaginativo que permita reconstruir los vínculos sociales resquebrajados por la violencia, y si la cultura tiene una función en este proceso”. En otras palabras: indaga en el imaginario sobre la normalización de la violencia en el marco de una sociedad enferma “a veces testigo cómplice, a veces testigo amedrentado, a veces testigo indiferente”. Para después lanzar un alegato esperanzador: son, precisamente, los nuevos productos artísticos que se creen a partir de esta consciencia de la complejidad y multiplicidad de intrahistorias —de “memorias íntimas”— sobre el caso vasco, los que pueden dar lugar a un imaginario que contribuya a sanar a esa misma sociedad.

Por tanto, Patria (la novela, la serie) resulta una representación ficticia, como tantas otras que existen y existirán sobre el caso vasco. Con una repercusión literaria desconocida hasta ahora en relación al tema, sí, pero no por ello debe asumir sobre sus líneas —y próximamente escenas— mayor responsabilidad educativa y moral. Definitivamente: no es este el cometido del arte. Un artista no debería cercenar nunca su creatividad. Siempre existirá alguien que rechace lo que hace, pero eso no significa que haya que modificarlo o incluso prohibirlo. Su consumo es una elección. La responsabilidad descansa en el receptor.

La realidad sí debería (pre)ocuparnos. Esa realidad que, a su modo, recoge Aramburu en Patria y que tendremos que esperar para comprobar en HBO cómo ha sido su trasvase visual. (Pre)ocuparnos sobre qué podemos hacer —y qué no hicimos y debemos enmendar— con las heridas reales aún abiertas vinculadas con el caso vasco, que demasiados quieren parcializar o esquivar para seguir con los pies metidos en el barro o en urnas intocables de cristal. Aún tenemos responsabilidades, (auto)críticas que desnudar, aunque nos dejen tiritando.

Tras algunos años de mi carrera profesional dedicada a indagar y a desarrollar proyectos para abordar y descongestionar este complejo asunto, sintiéndome privilegiada al haber escuchado tantas “memorias íntimas” que laten sobre una fase de la Historia en (re)escritura, se me ocurren algunas heridas cuyo eco sigue resonando. Aunque las instituciones públicas parecen haber decidido taparse premeditadamente los oídos (“pasar página”) y ahogar económicamente las propuestas que no son afines con el relato hegemónico que buscan escribir y difundir. Al menos, aún quedan entidades y personalidades señalando con ahínco nuestras tareas pendientes (quizás escriba una segunda parte donde pueda desarrollarlas).   

Sí subrayaré que tendemos a centrarnos y señalar habitualmente lo que nos hizo el “otro” —hay tantos “otros” en este asunto tan complejo… Como si el “otro” —y “los nuestros”, también— fueran un ente monolítico y no estuvieran formados por tantas visiones como individuos contengan. Aunque esto sea más difícil de descodificar en estructuras jerárquicas y militarizadas como ETA y su subcultura, la izquierda abertzale, donde ya se han encargado de minimizar la voluntad y el margen de acción del individuo, en favor de la causa y la protección del conjunto del grupo social que la defiende. 

Sin ninguna intención de equiparar, pues huyo por completo del concepto “conflicto vasco” y de la versión, por tanto, de dos bandos enfrentados, ocurre algo similar en los cuerpos y fuerzas de seguridad. Pues el deber, la instrucción a la subordinación, también ha traído y trae consigo la aplicación poco cuestionada de leyes revisables y la aniquilación del “enemigo” bajo el uso de prácticas, en ocasiones, desproporcionadas e injustificables. 

Sea como fuere, en el marco del caso vasco las intrahistorias siguen palpitando y necesitan ser descubiertas y contadas, visibilizadas, para poder sanar(nos). Es más: en la era de la polaridad es un deber moral recuperar los matices —más humanos y menos peligrosos que los dogmas—; bajar las resistencias y deconstruir las narrativas adquiridas y reproducidas. Aunque pongan en jaque el sentido que nos vertebra, que asumimos como propio. 

Y si duele o desconcierta demasiado hacer este ejercicio desde la realidad (acercándose, conociendo, conversando con la pluralidad, por ejemplo), el arte es, precisamente, el que contribuye con su abstracción a llevarnos a otros escenarios en los que encontrarnos con esas partes más opacas de uno mismo, para preguntarnos después —si queremos— por qué pensamos, sentimos, actuamos y vivimos de una u otra forma. Desde dónde y por qué defendemos nuestras certezas; dónde anidan y por qué nos molestan nuestras dudas. 

Y si aún no estamos preparados ni para la uno ni para lo otro, como afirma el escritor y académico Antonio Muñoz Molina: “El arte nos posibilita la evasión de las reglas que rigen el día a día, nos sirve para buscar refugio en otros mundos; la ficción es terapéutica”. Dejemos, por tanto, de convertirla en el problema. 

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