Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La resistencia cotidiana como forma de habitar el mundo
En un tiempo dominado por la prisa, la distracción y la lógica de lo desechable, resistir no es un lujo intelectual: es una necesidad vital. La sociedad actual, revestida de tecnología como salvación y promesas de falso progreso, nos empuja hacia un vértigo constante en el que pensar parece un estorbo y detenerse, un “pecado”. Se nos exige flexibilidad hasta el punto de diluirnos, consumir hasta confundirnos, opinar sin haber reflexionado. Y es precisamente ahí, en medio de esta maquinaria que avanza a base de egoísmo, indiferencia y retórica hueca, donde aparece la figura del resistente.
De esto habla Josep Maria Esquirol en su libro “La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de proximidad”. Un libro que hace unas semanas pusieron en mis manos en un momento personal que pedía parar y reflexionar. No me pudieron hacer un mejor regalo. Y aunque esta columna no ha sido, ni será, un espacio para la crítica - no sería tan osado- ahora que un primero de septiembre, y lunes, casi todo vuelve al carril de la normalidad me ha parecido oportuno compartir estas palabras que, un en principio, fueron escritas para consumo propio.
El resistente no se deja arrastrar por la victoria de la banalidad ni por la dictadura de la actualidad. Se niega a aceptar la injusticia como un destino inevitable. Resistir no es gritar ni enrocarse en una torre de marfil. Un resistente sabe que apartarse del ruido no es huir, sino crear un espacio propio desde el cual pensar y actuar. No es un ermitaño y no renuncia a la vida común, el resistente entiende que desde los márgenes también se puede transformar el centro. Y lo hace reivindicando la importancia de lo cotidiano: poner un plato en la mesa, cocinar para otros, compartir el pan, acto del que nace la palabra compañero, como un acto de humanidad radical frente a un mundo que olvida que sin cuidado no hay comunidad.
Esquirol defiende que frente a la voluntad de poder, la resistencia; frente al mito del superhombre, la proximidad; frente a la afirmación incuestionable, la problematización que abre preguntas; frente al culto ciego al futuro, la memoria como raíz. Porque resistir no es una postura nostálgica, sino un gesto político que recuerda que la libertad es interdependencia. Soy porque somos. Mi libertad existe porque otros la posibilitan, porque está hecha de vínculos, de afectos, de cuerpos que se sostienen mutuamente. La soledad, en este marco, no es aislamiento sino compañía escogida, refugio frente a la masificación y la obediencia ciega al rebaño.
El resistente necesita la casa, entendida no solo como un lugar físico, sino como metáfora del arraigo y la acogida, como condición de posibilidad. Casa es el sitio al que se vuelve para recomponerse y desde el que se sale para transformar. Hay más casa en un hogar humilde lleno de afecto que en cualquier palacio de mármol. La política banal, que reduce la vida pública a espectáculo y las relaciones humanas a transacciones, no entiende esta lógica del cuidado. Por eso la resistencia cotidiana —la que cocina, escucha, acompaña y protege— es subversiva: porque no produce beneficio económico inmediato, pero sí sostiene la vida.
Resistir es también negarse a ceder ante la violencia, ya sea la violencia salvaje que arrasa ciudades y pueblos —como en Gaza— o la violencia simbólica que uniformiza mentes y anula diferencias. Resistir es abrir un claro de paz en medio del caos, no como evasión, sino como espacio para que la esperanza tenga dónde enraizar. La resistencia exige fortaleza, pero no para una victoria definitiva - que no existe -, sino para soportar y aprender, Vivir no es sobrevivir: es darse cuenta de la vida, asumir la intemperie y la fragilidad como parte de nuestra condición.
Esta resistencia inquieta a los poderes porque no se deja cooptar ni comprar. Cuestiona sin violencia, desactiva sin destruir, incomoda porque muestra que otra forma de estar en el mundo es posible. Por eso un resistente no debe caer en el dogmatismo, ni en la precipitación acrítica ni la dictadura de las prisas. Necesitamos memoria e imaginación, no imágenes superpuestas; necesitamos quedarnos en lo inactual, en esa lateralidad letal para el sistema pero fértil para la comunidad . Necesitamos proteger la diferencia y cuidar lo que no se puede medir.
Resistir no es callar, ni cruzarse de brazos, ni retirarse para siempre. Resistir es sostener lo esencial mientras todo alrededor parece desmoronarse. Es la política más profunda que podemos ejercer desde la casa, la calle, la palabra y el cuerpo. Es entender que cada gesto cotidiano puede ser inicio y que, si no cedemos ni un centímetro, ese inicio puede convertirse en horizonte común.
En tiempos de confusión y falsas soluciones, resistir es un acto de amor.