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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Trabajar valores democráticos

El expresidente brasileño Jair Bolsonaro, en una fotografía de archivo.  EFE/ Juan Ignacio Roncoroni

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Son cada vez más las voces que nos hablan de una democracia liberal en peligro de extinción. Analistas de uno y otro signo insisten en que el deterioro de este sistema político es de tal naturaleza que está siendo incapaz de hacer frente a los graves problemas sociales y económicos de este primer cuarto de siglo XXI. La sensación de derrota ante los peligros medioambientales, el aumento de la desigualdad mundial, el recrudecimiento de los conflictos bélicos como única solución a las disputas territoriales son algunos de los temas planteados por la ciudadanía mundial a la clase dirigente política que no está teniendo respuestas satisfactorias. El informe de 2023 de la Universidad de Goteburgo titulado “Desafío frente a la autocratización”, recogiendo datos de 2022, señala que el nivel de democracia para el ciudadano medio mundial ha descendido a niveles de 1986. Expresado de otra forma, nos encontramos con un paso atrás de 36 años en los que los países no han sido capaces de imponer la democracia como un sistema más favorable para la extensión de los derechos humanos y la participación amplia de la ciudadanía en los problemas que le acontecen. Y otro dato más preocupante aún que se desprende del informe: el 72% de la población mundial (5.700 millones de personas) vivió en autocracia durante el año aludido.[1]

De ahí que cada vez más politólogos se pregunten abiertamente si somos o no demócratas las y los europeos[2], porque a las ya deficientes democracias de países como Polonia y Hungría -continuamente en los ojos de supervisión de la Comisión europea- otros, como Italia, Suiza o, recientemente, Países Bajos, están viendo copados sus gobiernos por partidos de ultraderecha que cuestionan sin ambages no solo el sistema democrático, sino la permanencia en la propia Unión Europea. De ahí que adquieran una importancia creciente las próximas elecciones europeas de junio de este año, donde se jugará, no el triunfo final de los grupos legislativos de extrema derecha (algo que hoy por hoy se descarta), sino si pueden llegar a presentarse como el grupo mayoritario de la oposición parlamentaria. Y ya sabemos lo que está significando esto en España desde las elecciones generales del pasado año.

Cuando aún siguen muy nítidas las imágenes del asalto al capitolio estadounidense y a los edificios constitucionales en Brasilia, las últimas noticias nos hablan de un futuro candidato republicano que apunta certeramente a repetirse en la persona de D. Trump, mientras que Bolsonaro, actualmente fuera de Brasil, sigue incentivando a sus huestes para que no acepten el triunfo de Lula Da Silva y hagan una oposición tremendamente beligerante, incluso saltándose la constitución si fuera necesario.

Y es que la impaciencia política en la que nos movemos en el mundo actual acelera los descontentos políticos si no satisfacen inmediatamente las ansias de quienes  solicitan respuestas inmediatas. El cuestionamiento de cualquier decisión de los gobiernos legítimamente constituidos es diario y la urgencia por su sustitución se impone sobre cualquier otra decisión de moderación temporal o de análisis sosegado. No es casual que en nuestro país la palabra considerada prototipo del año recién finalizado por la Fundación del Español Urgente —promovida por la Real Academia Española y la Agencia EFE—haya sido “polarización”, expresando así la incapacidad de los partidos por buscar zonas de acercamiento y enclaustrarse en argumentos sociales, económicos y políticos diametralmente opuestos. Se ha hecho de la descalificación santo y seña y la respuesta de la ciudadanía muestra cada vez más hartazgo ante tal circo mediático.

Por si no fuese suficiente, el Informe de Desarrollo Humano realizado por la ONU señala que la acumulación de crisis sucesivas desde 2008 (económica-bursátil, COVID-19, guerras recientes, desinformación torticera de las RRSS) introduce ya un vocablo nuevo, “la policrisis” que define el creciente aumento de ciudadanos y ciudadanas en el mundo que se sienten inseguros, ante la falta de respuestas que mejoren sus expectativas pesimistas. Y ya se sabe, en tiempos de incertidumbre sociopolítica triunfan siempre aquellas ideologías que plantean posturas sumamente autoritarias con los teóricamente culpables de tal situación (migración, feminismo o ciencia alarmista).

¿Cómo abordar estos problemas desde la educación? Enrique Díez[3] se preguntaba recientemente sobre si pensar en un mundo en paz era o no una distopía, esa representación ficticia de una sociedad futura con más connotaciones negativas que las actuales. Y su respuesta no dejaba lugar a dudas: son los gobiernos, en primera instancia, quienes deben tomar decisiones políticas que apuesten sin ambages por los derechos humanos de todas las personas, independientemente de su credo religioso, etnia, o situación económica concreta. Pero la escuela también debe dar un paso adelante e informar de cuantas consecuencias atroces dejan las guerras y las vulneraciones de derechos individuales y colectivos (especial atención a las decisiones políticas tomadas por Milei, respaldado por una mayoría significativa de la población argentina).

De ahí que hablar en la escuela de violencia no sea una incitación a la misma, como quieren categorizar desde la extrema derecha, sino una necesidad para desenmascarar a quienes ofrezcan respuestas equívocas sobre el machismo, la desigualdad y la defensa bélica del territorio patrio. Debemos inculcar que la negociación, y la participación activa en los organismos internacionales, aunque sean lentos por naturaleza, sirven para reafirmar nuestra convicción de creencia en los valores democráticos, cívicos y sociales.

Hay una creencia generalizada en que los avances tecnológicos son irreversibles, aunque empiecen a surgir voces autorizadas de que habría que dirigirse mejor a un decrecimiento económico si queremos dejar un mundo habitable a las siguientes generaciones. Sin embargo, la certeza más absoluta es para defender que los avances éticos o morales se pueden revertir sin dificultad, como cada día nos señalan noticias alarmantes. Si como docentes seguimos insistiendo en que hablar, defender y revisar nuestras nociones de libertad, solidaridad, crítica, respeto o tolerancia, estaremos contribuyendo a reafirmar valores democráticos e impulsando la confianza en la defensa de los derechos humanos. Y, definitivamente, sin que deba ser una misión intrínseca del profesorado de Ciencias Sociales o Filosofía.

[1] Valladares, Fernando “La recivilización” Destino, 2023

[2] Brèchon, Pierre, The Conversation, 28-08-2023

[3] Educar para un mundo en paz: año 2024. El País, diciembre 2023

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