Euskadi recupera la memoria de los deportados a los “inhumanos” campos nazis, víctimas “condenadas al olvido”

En el campo de concentración nazi de Mauthausen se pasaba hambre. Mucha. Así lo atestiguaba Juan Arregui Olano, un vasco natural de Barakaldo que acabó deportado allí, reducido a un mero número. Recordaba, en una entrevista concedida muchos años después, que en 1944, cuando ya acumulaba dos años con sus más de seiscientas noches en el campo, llegó por primera vez una delegación de la Cruz Roja. Les entregaron unas tarjetas postales para que pudiesen hacer llegar un mensaje a casa, pero en él no se podía añadir nada. Él se valió de una triquiñuela para trasladar más información. “El euskera vino a resolverme tan trágico problema. Existía un recuadro en el que había que poner el número de prisionero y el nombre, así que, como nunca éramos llamados por el nombre, puse mi número y luego J. Arregui Goizandia [que puede traducirse del euskera como 'mucha hambre']. Mi madre comprendió enseguida que tenía hambre y así recibí el primer paquete”, rememoraba.

El de Arregui Olano es uno de los muchos testimonios que se recogen en la exposición 'Memoria de la deportación. Testimonios vascos de los campos nazis', que puede visitarse en la Sala Amárica de Vitoria hasta el 23 de noviembre. “Hay heridas del pasado que tardan años en cicatrizar. Algunas, como la de la deportación vasca a los campos de concentración nazis, no se cierran en vida de quienes las sufrieron. Primero la muerte y el olvido conseciente y después la desmemoria han contribuido a que, ochenta años después de la liberación de los campos, la herida siga abierta”, se puede leer nada más acceder a las instalaciones. “Hasta para quienes lo sufrieron en sus propias carnes, resulta imposible no ya expresar con palabras, sino siquiera concebir que algo así haya sucedido”, se añade. Para que no caigan en el olvido, se han grabado los nombres de más de dos centenares de víctimas en las paredes. El comisario de la exposición es Luis Sala, que esta semana, durante el acto de presentación, ha llevado a cabo una visita guiada de todos los elementos que la componen.

El visitante puede seguir las diferentes oleadas de vascos hacia el exilio, aprender sobre los diferentes presos que poblaban los campos de concentración nazis, leer —y también escuchar— testimonios de deportados vascos, ver cómo era el uniforme que se les imponía a quienes acaban en aquellas máquinas de “deshumanización”... Y todo comenzó con la derrota de la República en la Guerra Civil española, que precipitó la salida hacia el exilio de alrededor de 100.000 vascos. “Es horroroso ver ancianos que padecen enfermedad, enfermos con paludismo, reuma, fiebres, etc. y constatar que junto a la buena voluntad de los médicos no existe ningún medicamento. Ni una sencilla purga, ni un bote de linimento. Ya que te hablo con toda franqueza no puedo ocultarte que me parece bárbaramente inhumano el ver a enfermos nuestros en esta situación. Cinco mil vascos, encerrados entre alambradas y en barracas, sin colchón todos, sin mantas gran número, sin medicamentos, sin vestidos”, escribía ya en 1939 en una carta el deportado Iñaki Azpiazu, preso en el campo de Gurs, sito cerca de la localidad francesa de Oloron-Sainte-Marie.

Víctimas “condenadas al olvido”

La exposición se enmarca en un año que tanto desde el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos (Gogora) como desde el Gobierno vasco, con la consejera de Justicia y Derechos Humanos, María Jesús San José, al frente, se ha dedicado a recordar y rendir homenaje a más de dos centenares de vascos que fueron deportados a campos de concentración nazis a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. “Eran unas víctimas que habían sido condenadas al olvido y era necesario reivindicarlas, reivindicar todo su sufrimiento y la resiliencia, la fuerza y la dignidad con la que sus familias han conservado su recuerdo”, ha sostenido Alberto Alonso, director de Gogora. Era necesario, ha añadido, que esos recuerdos pasasen a fomar parte de la “memoria histórica y democrática” del pueblo vasco. La consejera y el director de Gogora han estado acompañados en la presentación por Ana del Val, diputada foral de Cultura y Deporte, también del PSE-EE.

La exposición, que se puede ver en Vitoria desde ahora y hasta el 23 de noviembre, se propone dotar esos retales de memoria de un contexto en el que entenderlos. “Tenemos la firme convicción de que solamente mirando al pasado sin ningún tipo complejo, de una forma crítica y reflexiva, podemos construir la ciudadanía del presente y la del futuro”, ha apostillado Alonso. “Hoy es más necesario que nunca volver a mirar hacia atrás, volver a ver cómo en un momento dado la humanidad se vio arrastrada a lo más profundo de la miseria, cómo se pudo llegar a negar la humanidad a millones de personas”, ha dicho, con alusiones a un presente en el que vuelve a estar en boga la palabra 'genocidio' por los asesinatos que Israel está perpetrando en Palestina. Era en ese abismo de miseria en el que, tal y como detallan las memorias de los deportados que la sufrieron, se torturaba, se ahogaba de hambre y se humillaba una y otra vez hasta despojar a los presos de cualquier destello de dignidad. “En la cantera existía un deporte favorito entre los SS que consistía en hacer apuestas sobre quién tumbaba más presos en menos tiempo”, recordaba Arregui Olano tiempo después de estar preso.

“Sus nombres jamás pueden volver a ser olvidados”

La consejera San José ha recalcado que la exposición se nutre de donaciones hechas por familiares de las víctimas de las deportaciones. “Estos objetos, de un incalculable valor sentimental, son una evidencia material que permite a las familias mantener un vínculo emocional con quienes tuvieron la desgracia de sufrir el exilio, la deportación y el trato inhumano en los campos de concentración”, ha sostenido. La consejera ha incidido en varias ocasiones en el hecho de que fue la represión franquista la que arrastró a estas personas hacia el exilio a Francia, donde luego fueron reclutadas sin alternativa para luchar en la Segunda Guerra Mundial, tras la que acabaron encerradas en los campos nazis. “Miles de apátridas a quienes el odio revanchista del régimen franquista les había negado la nacionalidad vasca y española. Encerrados entre alambres de espino, privados de lo más básico: del derecho a tener derechos”, ha argumentado.

La exposición, ha dicho la consejera, pretende “revisitar” la memoria de estas víctimas y recordar “su sacrificio”. “Muchos de ellos acabaron en campos de concentración nazis, arrojados al pozo más oscuro al que jamás se ha visto arrastrada la humanidad. No solo se les negaban sus derechos y su nacionalidad, sino que se les terminó negando su propia condición de seres humanos. Arrojados a una maquinaria de exterminio, muchos de ellos fallecieron en condiciones absolutamente lamentables”, ha apostillado San José. “Han de formar parte de nuestra memoria colectiva, de nuestra memoria democrática. Sus nombres jamás pueden volver a ser olvidados, porque ya son parte del patrimonio democrático de esta sociedad. Su sacrificio y su dolor fueron el germen de esta Euskadi que mira al futuro comprometida con la libertad, la igualdad y la fraternidad”, ha apuntado también la consejera.

Una sección de la exposición está exclusivamente dedicada a las mujeres que fueron víctimas de las deportaciones. Los archivos de Ravensbrück, el mayor campo de concentración nazi dedicado a mujeres, se quemaron, pero se ha rescatado cierta información sobre algunas de las represaliadas. “Cada día estábamos más depauperadas, veíamos más cercano nuestro fin, pero ¿en qué condiciones? Vivíamos como autómatas, no comprendíamos más que los gritos, no oíamos más que quejidos y súplicas, el ruido sordo y seco de los palos, los perros que aullaban y el 'tacatac' de las ametralladoras. Vivíamos angustiadas, desesperadas, ¿teníamos reacciones humanas? Aguantar, aguantar. Siempre en lo más íntimo de nuestro corazón brillaba una lucecita débil de esperanza, ¡pero tan débil! Cuesta aceptar morir como una bestia”, rememoraba Alfonsina Buena, una de ellas. A la vuelta, en un rincón se reproduce el icónico mensaje —“Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras”— con el que los prisioneros españoles de Mauthausen recibieron a los estadounidenses que liberaron el campo en 1945, hace ahora ocho décadas.

elDiario.es/Euskadi

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