Jesús Carrera, el “rojo de Hondarribia” que no pudo escapar de la muerte porque no podía andar por la tortura
Cuando ya apenas podía articular palabra, Jesús Carrera podría haberse sumado a la fuga de la prisión de Alcalá de Henares pergeñada por otros reclusos también represaliados por la dictadura de Francisco Franco. Como relevante dirigente comunista que era, se intentó hasta el final alejarlo de las garras de una muerte que ya se presentaba segura, pero las reincidentes torturas lo habían dejado sin poder andar. Apenas unos días después de que otros represaliados esquivaran la muerte con su huida, Carrera fue fusilado el 16 de enero de 1945 contra la pared del cementerio complutense. “¡Viva la República! ¡Viva el Partido Comunista!”, acertó a gritar con las que fueron sus últimas palabras antes de que las balas lo silenciasen para siempre. Aquella mañana, el termómetro marcaba 12 grados bajo cero. Él apenas tenía 33 años.
La vida de Jesús Carrera Olascoaga la repasa el documental 'El rojo de Hondarribia', de Aitor Baztarrika, estrenado ya en 2024, pero del que esta semana ha hecho una proyección en la Casa de Cultura Ignacio Aldecoa de Vitoria la Fundación de Estudios Críticos, que ha destacado “la vida militante” que llevó, siempre en “lucha por los trabajadores y las trabajadoras y la libertad”. “Estamos viviendo un auge del fascismo que tendremos que enfrentar y combatir, como el de los años 1920 y 1930”, han aprovechado para recordar después de trazar una serie de paralelismos entre el marco vital que encuadró la vida de Carrera y el actual.
La biografía de Carrera está ligada en todo momento a su Hondarribia natal. Allí participó en las actividades organizadas por Kerizpe, una asociación cultural vasca, sin ninguna sospecha de ser comunista. Con apenas 20 años, sin embargo, se sindicó en la UGT y poco después se afilió al PCE, de cuyas Juventudes (en este caso de la localidad también guipuzcoana de Irún) llegaría a ser líder. El PCE allí no pasaba de ser un grupúsculo, como recuerdan en el documental algunos de los que fueron sus compañeros, con apenas siete u ocho integrantes. Se reunían en un bar de cuya trasera salía una escalera que conducía al local del partido, situado en la cuesta de San Marcial, en una zona de la localidad guipuzcoana que se conoce como Moscú por ser el barrio obrero.
Ya mientras completaba el servicio militar obligatorio, le fueron decomisados unos ejemplares de la revista 'Mundo Obrero'. Durante el bienio negro de la Segunda República —así denominado por las fuerzas izquierdistas, por la represión que se desató de 1933 en adelante—, los registros policiales ya tenían catalogado a Carrera. Durante la Guerra Civil, fue escalando posiciones y quedó a cargo del suministro y los transportes. Con el avance del bando sublevado, Carrera se fue replegando y acabó en Durango, donde se integró en el batallón Gernikako Arbola del Ejército vasco. Miembro de la comisaría de guerra, entre sus misiones se contaron las de avituallar y gestionar a las fuerzas que venían batiéndose en retirada. Apenas un mes después de entrar a sus filas, fue designado comandante. Con 25 años, quedó con más de un centenar de soldados a su cargo. La familia destaca este hecho como reflejo de que Carrera había de tener algo especial, pues no cualquiera podía ascender tan rápido en el escalafón. Disponía, asimismo, de un permiso especial que le permitía desplazarse por Bilbao. “Te mando esta postal como recuerdo de tu hermana que te aprecia”, le escribió a su hermana, en una postal en la que adjuntó una fotografía suya.
La andadura de Carrera en la guerra parecía haber tocado a su fin en Gijón, último reducto fiel a la República en el norte de España. Se estableció en el hotel Comercio, pero para octubre de 1937 la situación se había vuelto ya insostenible para los republicanos. En el puerto de Gijón se embarcó en el Musel, un barco con el que consiguió llegar a la ciudad francesa de Burdeos, desde donde volvería a desplazarse a la frontera para continuar con la lucha. Reintegrado nuevamente en el Partido Comunista, quedó encargado de organizar a los refugiados vascos del partido que llegaban a Girona. Al pasar a Francia, y como exponen varios historiadores que hablan en paralelo al desarrollo lineal de su vida en el documental dirigido por Baztarrika, se enfrentó a una dura realidad: los exiliados españoles eran recibidos en el país vecino “como si fueran criminales”.
Las circunstancias llevaron a Carrera de campo de concentración en campo de concentración. Pisó los de Saint-Cyprien, Gurs, Argelès-sur-Mer y Rivesaltes, y en todos ellos acabó ocupando cargos de dirección política de las organizaciones comunistas que en cada uno iban emergiendo. Escapó cuando Francia estaba a punto de caer en manos de la Alemania nazi, y se dirigió a la zona de los Pirineos. Jesús Monzón, relevante dentro del Partido Comunista, lo rescató haciendo creer a las autoridades que Carrera acabaría en Estados Unidos, pero lo que en realidad hizo fue reintegrarse en el partido y ponerse manos a la obra con la reorganización de una estructura que estaba destartalada y que adolecía de problemas de comunicación entre sus diversas patas, diseminadas en el mapa entre Francia y diversos puntos del exilio, como México o la URSS, donde se encontraba la Pasionaria.
Una de sus misiones consistió en desactivar la iniciativa de Heriberto Quiñones de reestructurar el partido por su cuenta. Vicente Uribe, dirigente del PCE exiliado en México, le encomendó a Carrera neutralizar a Quiñones, llevándole una carta en la que se dejaba bien claro, negro sobre blanco, que sí había una dirección en funcionamiento, que el partido no estaba abandonado. Quiñones, sin embargo, acabó detenido por la Policía, lo que le hizo ver a Carrera (o Jacinto, seudónimo que usaba en ocasiones) que tenía gran importancia política en el partido, pues se había erigido en máximo responsable en el interior. En cuanto a su labor política, tanto los historiadores como los familiares destacan que siempre brindó una importancia máxima a la agitación y, sobre todo, a la propaganda, que consideraba imprescindible para granjear más adscritos a la causa de la libertad.
Pero Carrera cayó. Cuando se encontraba inmerso en la organización de un viaje para la preparación de comité provincial del partido en Zaragoza, fue detenido por la Policía. La detención fue posible gracias a la delación de Trilita, que estaba infiltrado entre las filas comunistas. Y no solo cayó Carrera, pues cuando la Policía registró su domicilio madrileño, encontró todo tipo de listados con nombres, direcciones y estafetas que les permitió detener a muchos otros comunistas. Acabó en la Dirección General de Seguridad, sita en la Real Casa de Correos de la matritense puerta del Sol, lo que era, según cuentan varias voces en el documental, “un centro de tortura y retención”.
Carrera fue sometido a torturas durante meses. Y fue destinado a la prisión de Alcalá de Henares, lo que suponía a todos los efectos una condena a muerte. La efectiva, la pena de muerte real, se certificó el 19 de septiembre de 1944. No hubo muertes en Navidad, y sí una cena que se improvisó en Nochebuena con lo que cada uno pudo aportar. “Hubo cena y cada uno puso lo suyo. Estaban cenando bien y con vino y Jesús Carrera, como buen vasco, se puso a cantar y organizó un coro aun sabiendo su situación”, relata en euskera uno de sus sobrinos. Pero las torturas no cesaron. Iban acompañadas, además, de burlas y humillaciones. Cuando había fusilamientos, los guardias pasaban a recoger a los sentenciados en torno a las cuatro de la madrugada. Sin embargo, había ocasiones en las que también les tocaban la puerta alrededor de esa temprana e intempestiva hora, para hacerles sufrir y que no pudiesen dormir. “Que no, que no es todavía”, les espetaban, con retintín.
“Allí mataban a muchos. Y mataban y mataban y mataban”, contaba Luis Alberto Quesada, uno de los presos que consiguió fugarse. Se intentó por todos los medios que Carrera, como máximo dirigente del PCE en el interior, también escapase, pero lo asolaba una alta fiebre y no podía caminar por las secuelas de las reiteradas torturas. El 16 de enero de 1945, a Jesús Carrera y otros que corrieron la misma suerte que él se los llevaron de madrugada para fusilarlos contra la pared del cementerio viejo de Alcalá de Henares.
El “rojo de Hondarribia”, a ojos de su familia
Los restos de Carrera descansaron en Alcalá de Henares durante más de siete décadas. En 2018, y por iniciativa principalmente de dos de sus sobrinos, se procedió a su exhumación, acometida por la Fundación Aranzadi y el Ayuntamiento de la localidad madrileña. Una sobrina recogió del lugar una piedra, pues había estado enterrada durante 72 años con su tía y por ello guardaba mucho significado para ella. Su sobrino relata en el documental que, en un principio, su único objetivo era sacarlo del subsuelo de Alcalá de Henares y traerlo de vuelta a Hondarribia, donde podría descansar enterrado junto a sus hermanos. Pero según fueron avanzando los trabajos, se percató de que podía hacer más. “Ahora ya quiero que se sepa quién fue y qué hizo, y como él miles de víctimas”, confiesa.
El documental, más allá de detenerse en los ideales políticos y los episodios bélicos de los que se vio protagonista Carrera, pone el foco en las relaciones familiares y en la marca indeleble que su aciago final dejó en las personas más cercanas a él. Cuando estaba exiliado en Francia, en ocasiones volvía a Hondarribia, localidad en la que se colaba gracias a la ayuda de su padre, barquero, al que sorprendía y con el que se dirigía a casa. Allí pasaba unas horas de madrugada, siempre con motivo de algunas gestiones que tuviese que hacer. Y de madrugada, despertados con sobresalto y prácticamente en la oscuridad, lo conocían sus hermanos, los tíos de los sobrinos que décadas después lo sacarían del cementerio de Alcalá de Henares y lo llevarían de vuelta a Hondarribia. “En la familia hablaban de él con mucho cariño, pero no sabíamos nada de él. Había miedo. Les decían rojos. No lo ponían ni en las esquelas cuando años más tarde morían familiares”, cuenta su sobrina. “Ya está fusilado y en paz”, dice su sobrino que le decían cuando preguntaba por su tío. “Dentro de la familia, los Carrera tenían fama de cabezones”, cuenta este sobrino, también apellidado Carrera, que admite que él mismo es ejemplo de ello. “Y yo creo que este [por Jesús] era el más Carrera de todos, porque llevó sus ideales hasta la muerte”, zanja.
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