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Cidade da Cultura: miles de gallegos recorren por primera vez la “visión” megalómana de Fraga reconvertida en centro de vacunación

Entrada a la zona de vacunación de la Cidade da Cultura, en Santiago de Compostela

Daniel Salgado

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Nada más bajar del autobús urbano, un hombre anuncia que vende O Mintireiro Verdadeiro. Habitual de ferias, mercados y las esquinas más concurridas de la ciudad, ha decidido trasladar su negocio –la difusión del popular almanaque agrícola– a la Cidade da Cultura. El complejo situado sobre un inhóspito monte de Santiago de Compostela registra, desde el pasado marzo, una inaudita y continuada afluencia de visitantes. Que no se debe precisamente a su programa de exposiciones –a tres de junio, una sobre el antiguo Egipto y otra de pintura contemporánea procedente de la Fundación RAC–, sino a que la Xunta de Galicia la ha convertido en el más vistoso de los puntos de vacunación masiva contra el coronavirus.

Junto al hombre de O Mintireiro Verdadeiro –publicación anual que se autodefine como “chusqueiro, escotolido, galego-castelán, profético, enxebre, noticioso, artimañeiro e tamén barato” y que en los 70 alcanzaba 15.000 ejemplares de tirada– hay un puesto de cupones de la ONCE. Durante algunas jornadas de la campaña de inmunización han llegado a instalarse puestos ambulantes de comida, rosquilleras incluidas. Como en una romería. “Esto está muy bien, pero debían hacer más cosas aquí. He vivido en Bilbao y aquello tiene otro movimiento”, explica un hombre de Vedra (A Coruña), municipio cercano a Santiago, que ha acompañado a un amigo a recibir el medicamento. A él se lo habían suministrado semanas atrás.

Ninguno de los dos había estado antes en el Gaiás. “Y eso que somos de cerca”, apostilla uno. Ni siquiera el amplio concepto de cultura que manejan sus gestores, y en el que cabe desde un concierto de Björk a un outlet solidario, había apelado a sus intereses. “Lo que había que hacer era el teleférico hasta la zona vieja para traer aquí a la gente”, teoriza, en recuerdo a una estrambótica idea defendida en 2008 por el alcalde Sánchez Bugallo y que algunas voces en la Unesco –Compostela es Patrimonio de la Humanidad– desaconsejaron. Fue solo uno de los muchos planes que, con no excesiva fortuna, se plantearon para dinamizar las instalaciones. Hasta la actual campaña de vacunación, que ha supuesto un inesperado giro en los usos de una infraestructura desproporcionada y cuya utilidad social sigue siendo discutida.

El Gaiás, Eisenman, Fraga y el Valle de los Caídos

“Si no es por la vacuna nunca hubiera conocido esto”, explica una mujer llegada de la zona de Lalín (Pontevedra). Acaba de recibir la segunda dosis de Pfizer. Cuando vino a por la primera se decidió a pasear por el recinto, inaugurado en 2011. Y quedó estupefacta ante sus dimensiones. El proyecto había nacido durante el penúltimo de los gobiernos de Manuel Fraga Iribarne. Un concurso convocado en 1999 atrajo a algunos de los nombres principales de la época dorada de la arquitectura espectáculo, Jean Nouvel, Rem Koolhaas o Santiago Caltrava entre ellos. Finalmente fue Peter Eisenman el que se impuso y elaboró los planos. En una reciente entrevista con Luis Fernández–Galiano, incluida en el libro Eisenman deconstruido y recogida por Praza.gal, el arquitecto estadounidense recordaba aquellos días.

“Hay pocos edificios que impresionan”, exponía, “es posible que Galicia lo intentara, con Manuel Fraga, que era un cliente excelente porque tenía una visión. Pensaba en el Valle de los Caídos, pero me decía: 'Yo no quiero un monumento para mí, sino para esta sociedad y para la España del futuro, y para Galicia, mi tierra”. Las obras comenzaron en 2001, el mismo año en que Fraga ganó las elecciones por cuarta y última vez. Su presupuesto inicial eran unos 100 millones de euros. Finalmente gastaron más de 300. Ya en 2004 el Consello de Contas, órgano fiscalizador de la Xunta de Galicia, se había detenido en el estado de la construcción y señalado retrasos de hasta media década y un sobrecoste del 200%.

Aunque la megalómana “visión” había sido de Fraga, su impulsor en el día a día fue el ex conselleiro de Cultura, Jesús Pérez Varela, en la actualidad residente en la costa de Ecuador y desaparecido de la política gallega. En aquel ejecutivo que asentía acríticamente también se sentaba Alberto Núñez Feijóo, responsable de Obras Públicas e Política Territorial y más tarde vicepresidente. Pero en 2005, una alianza de Partido Socialista y BNG echó a la derecha del Gobierno gallego. Que lo abandonó no sin antes contratar en funciones dos nuevos edificios para el complejo. El propio Eisenman dice en la mencionada entrevista que fue cuando empezaron las desventuras de su criatura: “Yo era un arquitecto perfecto para Fraga, porque estaba dispuesto a hacer lo que nadie antes había hecho. Tuvimos mala suerte. Perdió por solo un diputado. Si hubiera ganado, habría sido diferente”.

El bipartito de PSOE y nacionalistas intentó redefinir el destino de las instalaciones. O, más bien, dotarlas de alguno. Y rebajar el coste. Pero antes de que pasasen cuatro años, el PP estaba de regreso en la Xunta de Galicia. En mayo de 2009, Feijóo, recién estrenado como presidente, comparaba la Cidade da Cultura con la Catedral de Santiago, a su juicio “los dos iconos” de Galicia. Dos años después paralizaba las obras y en 2013, el Grupo Parlamentario Popular se sumaba a una iniciativa del Bloque para darlas definitivamente por paralizadas. La mala suerte que lamentaba Eisenman. Tampoco esta vez las promesas fueron cumplidas: en 2018 anunció un nuevo inmueble, bautizado Fontán por el autor del primer mapa topográfico de Galicia, pero al margen del proyecto inicial, y por 15 millones de euros. Está prácticamente rematado.

De circuito mundial de la ópera a contenedor de oficinas

Los ciudadanos que desde el pasado marzo visitan el monte Gaiás, a menudo por primera vez, para vacunarse se encuentran así con una versión pálida de la idea original de Fraga Iribarne y Peter Eisenman. La ambición inicial, adscrita a una mirada monumental, economicista y espectacular del concepto cultura, pretendía situar el complejo dentro de ese circuito mundial de centros más o menos museísticos que socavó la crisis de 2008 y ahora la pandemia. Sus Teatro de la Ópera y Centro Internacional de Arte se quedaron, sin embargo, por el camino y no se llegaron a levantar.

La Cidade da Cultura alberga hoy en día oficinas de la administración autonómica, un rocódromo en donde iba a construirse la ópera o un museo que plantea serios desafíos a los comisarios de las muestras, debido a su intrincada distribución y a la ausencia de paredes. La Biblioteca de Galicia –el PP le retiró el adjetivo “nacional” que le había colocado el bipartito, pese a ser la comunidad nacionalidad histórica según la Constitución– recibe más estudiantes que investigadores interesados en sus fondos. Y durante el verano, cuando se suaviza el viento que suele azotar la zona, algunos ciclos de conciertos animan su desangelada explanada.

La Xunta se esfuerza por vender las bondades del lugar mediante recurrentes campañas publicitarias en medios de comunicación y marquesinas de autobús, e insiste en el retorno social de su política aplicada al lugar. Este mismo año presentaba un estudio, realizado en colaboración con la escuela de negocios de la Universidad de Deusto, que afirma que por cada euro de dinero público gastado en el Gaiás durante 2019 se generaban 1,85. La cifra la obtuvieron a través de la llamada contabilidad social –entrevistas con grupos de interés cuyas respuestas son traducidas a indicadores económicos. Tal vez en el próximo estudio entren los miles de vacunados, que desde luego han protagonizado la mayor iniciativa de socialización de la Cidade da Cultura.

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