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“Si se da confluencia política en la calle, los dispositivos electorales nacen automáticamente”

David Fernández, en A Coruña / Praza Pública

David Lombao

David Fernández (Barcelona, 1974), tiene de político profesional lo mismo que de persona sin conocimientos. Cuando este periodista de La Directa que comenzó de operario de la Seat irrumpió en el Parlament de Catalunya al frente de la CUP muchos de los que, por acción u omisión, sí son verdaderos políticos profesionales se quedaron sorprendidos por la solidez de su discurso, con independencia de que lo compartieran un poco, mucho o absolutamente nada. De visita en Galicia para compartir actos con la Marea Atlántica y con Anova, Fernández habla despacio y en tono sosegado para expresar un ideario contundente y repleto de referencias tanto de los libros como de la calle. Con la vista puesta en el proceso político catalán y, colateralmente, en las próximas convocatorias electorales, advierte de la necesidad de atender a la “prolífica experiencia” de “movimientos políticos de base popular que murieron en las instituciones”. Mientras, el Centre d'Estudis d'Opinió lo viene situando como el líder político catalán más valorado.

En los últimos tiempos se habla continuamente de confluencia de cara a las elecciones. ¿Existe el riesgo de que la confluencia acabe siendo un objetivo en sí mismo?

Acaba siendo un objetivo en sí mismo y, lo más preocupante, acaba siendo un objetivo electoral. Y lo político no es solo lo electoral, es una lectura muy restrictiva. Nuestra experiencia de la*CUP es que va mucho más ligado a los movimientos sociales, a la capacidad de autoorganización popular, de procesos asamblearios y de participación directa. Es mucho más que votar cuadra cuatro años, es votar cada día con acciones colectivas. Si convertimos la confluencia en un mito, va a ser poco útil. La unidad tiene que partir de que se junten los diferentes, tiene que haber respeto a la diversidad y a la pluralidad. En Catalunya hay diferentes dinámicas complejas: la crisis es económica, política, de régimen, cultural y también crisis de las izquierdas, que se comportaron en sus políticas como auténticas derechas. Venimos de un colapso de la izquierda, que no supo responder a las necesidades sociales y al auge de las desigualdades y de la pobreza. Para nosotros el planteamiento es en código abierto, las Candidaturas de Unitat Popular son un instrumento de intervención política y social al servicio de las clases populares y nos consideramos parte de una unidad popular que tiene que venir como concepto político operativo. Reducirlo a lo electoral es empobrecerlo.

Porque sería hablar, a efectos prácticos, de coaliciones...

En un contexto como el actual, de la crisis global y de la crisis en el sur de Europa, en el que las instituciones presuntamente democráticas tienen poco margen de maniobra por la tiranía de los mercados, donde se construye es fuera. Hay una lógica pervertida y pervertible de que cada vez que hay un ciclo electoral sale la unidad y al día siguiente de las elecciones todo el mundo la olvida... La unidad es muy cacareada y poco practicada. La confluencia se da en lo social, en la calle, y a partir de metodologías compartidas y de objetivos comunes. Si eso es así nadie debería preocuparse, porque automáticamente nacen los dispositivos político-electorales si el movimiento lo considera oportuno. CUP está en el Parlamento no diré como un accidente, pero sí como una excepción fruto del contexto político y económico que vive la sociedad catalana. Y lo otro también es poder mirar atrás. Hay dificultades manifiestas y reales y una cultura de izquierdas añeja, que incluso es deseable que sea caduca, muy jerárquica, vertical, basada en principios de autoritarismo y de un vanguardismo mal entendido, en el menosprecio de los movimientos sociales, basada en el olvido de los desposeídos y de que la izquierda es un proyecto de transformación social, no de gestión institucional..

¿La izquierda tiene que desaprender su relación con los movimientos sociales y aprender que relacionarse con ellos no implica controlarlos o incluso, por así decirlo, hackearlos?hackearlos

Es la tendencia que hubo. La monitorización, la disciplinización, y cuando eso no funcionaba, la criminalización, mantenerlos en el silencio o al margen. Y en el ciclo que vivimos ahora, en una izquierda para el siglo XXI, pensamos que la prueba del algodón es el respeto a la autonomía de los movimientos sociales. Hace falta asumir que las tensiones entre movimientos sociales y espacios político-institucionales siempre van a estar ahí. Y el respeto es fundamental. Si no, volveremos a matar el movimiento. No es la primera vez que un liderazgo político intenta callar o controlar a un movimiento. La autonomía de los movimientos sociales es clave para una izquierda realmente social que después puede tener expresiones políticas e institucionales. Además, en un ciclo como el del régimen del 78, son fundamentales los viejos-nuevos movimientos sociales como el ecologismo, pacifismo o feminismo, junto a los nuevos por los derechos de los migrantes, por la socialización de la cultura o contra los desahucios. Deberíamos aprender que en la Transición hubo un vaciado de los movimientos sociales. Pasábamos de una dictadura real a una democracia formal y, ¿cuántas vocalías de mujer acabaron en la Concejalía de Mujer o cuantas vocalías de movimiento vecinal acabaron en la Concejalía de Urbanismo? Hay una frase muy italiana que dice que, sobre todo la socialdemocracia, utiliza a los movimientos sociales como escalera para acceder al poder y, cuando llega, les arroja la escalera arriba. Eso es una auténtica perversión de lo político y una manera de ahogar energías sociales emancipadoras que son imprescindibles.

¿Como leen en la CUP, mientras apuestan por replantear la izquierda, que haya quien dice que eso de izquierda y derecha ya no vale? Pablo Iglesias, por ejemplo, asegura que leer la política en ese eje es “un juego de trileros”.

Yo creo que solo hay una parte de coincidencia, que es la crítica a la izquierda preexistente. Pero es que la izquierda oficial no era izquierda, era una gestoría de las políticas controladas por los mercados financieros y hay frases que lo metabolizan. Hay una frase latinoamericana que dice: el poder es como un violín, siempre se coge con la izquierda y se toca con la derecha. O aquella, del 15-M, que se preguntaba “-¿Dónde está la izquierda? -Al fondo, a la derecha”. Ese es el fracaso, la desfiguración del proyecto de izquierdas. Con lo otro no estamos de acuerdo: nosotros somos de izquierdas, anticapitalistas y tenemos una conciencia de clase que nos hace hacer una lectura internacional de un capitalismo senil cuya función es robar, matar y mentir, y nos reivindicamos de izquierda. Otra cosa diferente es que en la desdemocratización de la democracia formal, en la que nosotros votamos cada cuatro años y los mercados financieros cada día, haya una lógica arriba-abajo, con las élites corporativas y oligárquicas globales y la mayoría de la sociedad. Eso existe, pero es pura lucha de clases.

¿Se habla de arriba y abajo para, de alguna manera, disfrazar esa lucha?

Sí, y eso expresa la crisis de la izquierda en la que algunos intentan elaborar nuevos códigos. La experiencia de las CUP es al contrario. Hace falta recuperar las palabras, que es lo primero que nos roban, para interpretar la realidad. Nosotros somos independentistas, de izquierdas y radicalmente democráticos. Y todo desde la perspectiva de la lucha de clases. Esos significantes vacíos generan ambigüedad y nosotros seguimos creyendo en las ideas de un proyecto emancipatorio colectivo. Si esa nueva elaboración es una crítica a una izquierda que fue cómplice del capitalismo senil, ningún problema, de hecho la CUP nace por desencuentro y decepción con las izquierdas, con esa izquierda divina que olvidó su potencial de transformación social. Eso de arriba y abajo me recuerda a Espartaco [ríe], es pura lucha de clases. O, por decirlo en términos de los otros: Warren Buffet, la tercera fortuna del planeta, dijo en 2010, en plena financiarización de la economía mundial, que “esto es una guerra, se llama guerra de clases y estamos ganando nosotros”.

Hay un contexto en el que la soberanía de los Estados ya no tiene nada que ver con la soberanía de los pueblos y la dignidad de las personas, por eso nos reivindicamos de izquierdas. Que el desierto de lo real que dejó la izquierda oficial nos hace reconstruirnos es cierto, pero de ahí a renunciar a las tradiciones emancipatorias del movimiento obrero... Estamos en una lógica en la que la contradicción puede ser capital-trabajo, pero en el caso catalán ya es la de la exclusión. Ya no son solo las condiciones del trabajo, sino que un tercio de la sociedad está en dinámicas de exclusión o marginación, otro tercio está en lógicas de precarización y hay otro que aún vive en el antiguo régimen, en aquella concepción del Estado de Bienestar. Estamos en una sociedad a tres tercios en la que la lectura de los desposeídos necesita de otros dispositivos. La mayor victoria del neoliberalismo, que es la que estamos combatiendo, es cultural, es la que rompe el vínculo social comunitario.

¿Cómo puede influir en contextos como el catalán, con movimientos soberanistas evidentes, la irrupción de fuerzas como Podemos o de discursos en los que se indica, por así decirlo, que primero las cosas de comer y después ya hablaremos de soberanía?

Es que en Catalunya el soberanismo está ligado a las cosas de comer. Hay un reduccionismo del análisis del proceso catalán en el que parece que el soberanismo y la independencia son inventos de la burguesía. Y es todo lo contrario. Quien más opuesto está a ese proceso político son La Caixa, La Vanguardia y la patronal. Es un proceso en el que el protagonismo es popular y el alma y la raíz del proceso es la concepción de un país independiente en la medida en que va a ser un país diferente. Es imposible hablar de democracia sin recuperar la soberanía política, igual que en Grecia, por cierto, donde la lucha también es por la soberanía política nacional. Soberanía política frente a un Estado demofóbico, soberanía económica frente a los mercados globales carroñeros y soberanía popular frente a las élites cleptómanas, en este caso las catalanas. A veces me decepciona, me asusta o me deja incrédulo que no haya un mayor conocimiento de cómo ha sido y cómo es el proceso político catalán, que es un proceso constituyente en sí mismo. Que después haya una derecha catalana que se sumara es relativamente reciente. Hace dos años Catalunya estaba gobernada por CiU y el PP, parece que nos olvidamos. El protagonismo es de un movimiento cívico soberanista muy transversal, en el que el catalanismo popular siempre hizo indisolubles la cuestión social y la nacional, porque un país es su gente. No hay cuestión más nacional que la social y, como CUP, nuestra batalla es fundamentalmente contra las desigualdades y las injusticias sociales, pero para esto precisamos instrumentos democráticos y para esto hace falta recuperar la soberanía.

Hay parábolas en las que hace falta pensar: Grecia, dos millones de personas votan a Syriza sobre un censo de 10 millones y es prácticamente una revolución. En Catalunya 2,3 millones de personas sobre un censo de cinco millones votan a favor de la libre determinación de los pueblos y parece que no pasa nada. Eso viene de un viejo esquema de incomprensión o de falta de voluntad política. Y de unos discursos obsoletos sobre las cuestiones nacionales que reproducen, voluntaria o involuntariamente, las tesis del nacionalismo de Estado. La CUP nace de abajo a la izquierda, pero no es lo mismo cuando tienes resuelta la cuestión nacional en Madrid o Berlín que cuando no la tienes. La gramática política internacional del conflicto catalán, por cortesía del PP, se codificó en una urna y es un proceso no para decidir bajar una bandera y subir otra, sino para decidirlo todo.

¿Esa reproducción de discursos llega a que gran parte de la izquierda estatal asuma y afirme que esto es una cuestión de un delirio de Artur Mas y de cuatro más que lo siguen?

Sí, pero entonces no saben que la primera consulta por la independencia nació en 2009 de la mano de la CUP en Arenys de Munt, en una estrategia de desobediencia civil contra la prohibición de la Fiscalía y de la Abogacía del Estado. Y se ganó. ¿Qué país de Europa, en los últimos años, tiene permanentemente movilizado al 25% de la sociedad y ha realizado 555 consultas al margen del Estado y ha desobedecido toda una prohibición del Tribunal Constitucional? Eso es demasiado simplista y empobrece a quien lo dice. Lo que de entrada manifiesta es un absoluto desconocimiento de la realidad política catalana, recurrir a los topicazos de siempre que no aguantan el mínimo análisis, casi deontológico. El proceso político catalán es lo que hace que una vecina de 50 años de Santa Coloma de Gramanet tenga esperanza en un cambio político y social, y esa esperanza es la misma que puede sentir una mujer de la misma edad en Vallecas con Podemos.

No hay un solo sujeto político, hay sujetos políticos que además entran en contradicción; si dicen que quieren levantar el candado del 78, uno de los más fuertes, entonces bajo tutela militar, es la autodeterminación de los pueblos que todo el imaginario antifranquista reivindicaba, desde el PSOE a la extrema izquierda. No hay nada más inútil que hacer lo mismo y esperar resultados diferentes. El cierre del Estado con el PP, la reforma constitucional con el PSOE o el proceso constituyente de Podemos, aunque con criterios muy diferentes, porque Podemos tiene un discurso muy diferenciado y reconoce el derecho a decidir de la sociedad catalana, en el fondo el esquema es “esperad que ganemos nosotros y os arreglemos lo vuestro”. Decirle a la sociedad catalana que espere a que pase algo en Madrid para que después se replique en Catalunya es lo que las oligarquías española y catalana llevan diciendo 40 años y es precisamente lo que se ha roto. Con todo el respeto y la fraternidad al resto de pueblos, con los que tenemos lazos culturales evidentes, vamos a hacer nuestro propio camino.

Este año, además de seguir ese proceso, es un año muy electoral con las elecciones municipales y al Parlament. ¿Cuáles son los siguientes escalones?

Son tiempos contingentes, nadie sabe lo que va a pasar. Las situaciones son líquidas, volátiles, y lo más importante es hacer lo que esté en nuestra mano para que pase lo que queremos que pase. Nosotros definimos las elecciones del 27 de septiembre no solo en clave plebiscitaria, sino plebiscitaria y constituyente. Es la única forma legalmente viable para manifestarnos respecto a la independencia y va a ser constituyente respecto al modelo social. Hay una mayoría por la independencia en Catalunya, es obvio, pero en el ámbito de izquierda y derecha es también obvio que el país está ampliamente decantado a la izquierda, incluso, junto a Grecia, es donde más decantado está por buscar una salida democrática, social y solidaria a la peor crisis desde el final del franquismo en términos de desigualdad, pobreza y exclusión. Nosotros formulamos las municipales como una primera vuelta para reforzar y ampliar las bases materiales de ese cambio social, político y económico que tiene qe venir.

Unas municipales en las que, en el caso de Barcelona, está Guanyem. ¿Cómo se va a relacionar la CUP con este movimiento, toda vez que no ha confluído en él?

La CUP tiene candidaturas por todo el territorio de los Països Catalans, aunque no sea lo más importante porque la CUP es fuego lento zapatista, que se construye desde abajo, poco a poco. Siempre decimos que ahora nuestro esquema más profundo de transformación es el municipalismo en la parte institucional, el cooperativismo en la parte socioeconómica y el feminismo en la parte de las vidas cotidianas. Hay muchas candidaturas en las que sí participamos en Guanyem, pero en la política local es imprescindible el análisis local y Barcelona lo contradicde todo. La Barcelona pervertida que nos hace sentir indígenas o extranjeros en nuestra propia ciudad se construyó desde la izquierda durante 32 años. Ahí nuestro principal obstáculo fue el papel de Iniciativa per Catalunya. Los movimientos sociales urbanos, en un ciclo de luchas que comienzan en los años 90, a quien tienen enfrente es a ese tripartito de izquierdas. Son culturas políticas y metodologías diferentes y no fue posible, y la CUP de Barcelona decidió que era un precio demasiado alto, porque la confluencia no es solo electoral. Que la confluencia sea en los meses anteriores a las elecciones siempre huele raro. La unidad comienza en la calle y en este caso no existe en la calle.

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