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Daniel Salgado

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La imagen, construida con pequeñas teselas de diferentes meteriales blancas y azules, representa una calavera con dos tibias cruzadas debajo. Ha aparecido en muros descuidados, en pilares de viaductos, pegada a las placas que dan nombre a las calles, en pantalanes de hormigón, en edificios abandonados. Siempre en A Coruña. Porque, en realidad, remite a la mitología sobre el origen de la ciudad: los huesos son de Xerión, el tirano que sucumbió a manos de Hércules y se encuentra enterrado bajo la célebre torre. Xerión es además el nombre que ha adoptado la iniciativa de las teselas, de autoría anónima y replicada por decenas de personas, y que ha puesto a la ciudad ante su espejo, al discutir de manera amable los usos del espacio público y su mercantilización.

La primera reacción de las instituciones confirmó esa disensión. Técnicos del ayuntamiento retiraron las primeras calaveras. Las ordenanzas así lo prescribían y nadie en las altas instancias se preguntó por su significado. Algunos vecinos mostraron su disconformidad con el proceder municipal. Las redes sociales recogieron la polémica. La prensa local se hizo eco. El Ayuntamiento rectificó y Xerión pareció emerger de nuevo. Aunque sea en versión posmoderna.

“En otro momento, Xerión tal vez habría pasado desapercibido. Pero venimos de un confinamiento y la gente se fija más en su calle, en el barrio, en lo más próximo. Nos hemos vuelto más observadores. Hay ganas de recuperar cosas a nivel local”, considera Amabel González Troncoso, historiadora especializada en arte urbano. No solo habla de reparar en las paredes y otros recovecos de la ciudad, sino también en la materia legendaria, las fábulas, aquello que conforma las comunidades humanas y no siempre resulta fácilmente delimitable. “Con esto, la gente también ha retomado la historia mitológica de A Coruña, que a lo mejor conocía y había olvidado. Cuando remueves, siempre aparece algo”, dice.

Nadie sabe, o si lo sabe prefiere no aclararlo, quién comenzó a colocar las teselas. “Es una acción bonita y original, con un vínculo muy local y una intención clara, natural, sobre una figura olvidada”, añade González Troncoso. Y que, mediante una técnica apoyada en el ejemplo de Invader -conocido pero anónimo artista francés que trabaja con el mismo material e inunda las calles de mosaicos-, también ha discutido sobre la ocupación del espacio público. Eso considera al menos el librero Daniel Palleiro, de la cooperativa A Tobeira de Oza, interesado en los lenguajes alternativos y la expresión política fuera de norma.

“El Xerión me interesa por dos motivos. Uno, porque hubo un artista que lanzó una piedra y la idea cuajó. Surge de una persona y se ha convertido en un movimiento cooperativo”, afirma. Además de las efigies en trozos de diferentes materiales, que se multiplican y que han hecho reconsiderar al consistorio su política al respecto, ya existen camisetas, versiones pintadas o incluso para ensamblar. Por Internet circulan diversos tutoriales sobre cómo fabricar tu propio Xerión y una cuenta de Twitter hace de repositorio de la iniciativa. Arte urbano de código abierto. “Lo segundo que me atrae es el debate que introduce sobre el uso del espacio público. Por eso fue tan lamentable la imagen del operario del concello retirándolo con una piqueta”, entiende.

Palleiro resume la dicotomía: “Puedes mercantilizar el espacio público pero una iniciativa autogestionada de los vecinos, y con mucho apoyo, no se puede”. A este dilema se ha enfrentado casi desde su nacimiento el denominado arte urbano, cuya forma más popular es todavía el grafiti. Lo estudia en profundidad Amabel González Troncoso. “La publicidad privada usa el espacio público para obtener rentabilidad privada. El grafiti es un regalo para ese mismo espacio público. El artista sabe que puede desaparecer. Lo pueden borrar las instituciones, o tapar la publicidad, pero asume ese riesgo”. También lo asumió, y sufrió, el Xerión de las teselas. Daniel Palleiro tiene una teoría.

“Hace unos años, aparecieron pintadas que decían 'La Voz miente' [en referencia a La Voz de Galicia]. Entonces, el periódico inició una campaña informativa en contra de las pintadas y los grafitis. Prendió. Y el Partido Socialista se subió a ella”, explica. Eran los años de gobierno de la Marea Atlántica, una candidatura apoyada por partidos de izquierda y nacionalistas que encabezó Xulio Ferreiro. “Pero al aceptar ese discurso higienizador nunca sabes donde parar. Ahora gobierna el PSOE y llegó a pintar de gris las paredes de la rúa Vista, paralela a Orzán, donde había algunos grafitis de valor”, critica. A su juicio, ese afán condujo al ayuntamiento a “un callejón sin salida”. Que afectó a su recepción de las calaveras, y eso que se trata de imágenes “que no contradicen ni tensionan”.

Tanto es así que dentro del movimiento en defensa del Xerión hay voces que reclaman convertirlo en emblema de la ciudad. La consideración de las artes urbanas ha cambiado, a pesar de todo. “Hay todavía mucha incultura”, entiende González Troncoso quien, no obstante, admite la revaluación general del grafiti, aun a riesgo de limar su potencial subversivo. Y, como ejemplo, pone al más famoso de los presentadores de la Televisión de Galicia, Xosé Ramón Gayoso. En 1990, entrevistaba al pionero del arte urbano en España, Juan Carlos Argüello, Muelle. La conversación fue agresiva, un interrogatorio, en la que Gayoso poco menos que lo acusaba de ensuciar las ciudades. Pero el artista se supo defender y expuso “toda una teoría artística del grafiti”. Veinticinco años después, hacia 2015, Muelle ya había muerto -en 1995 y con solo 30 años- y Gayoso continuaba en la TVG, como presentador de Luar. En ese programa, el más popular del canal público, abrió una sección dedicada al arte urbano. Durante cuatro años, cada viernes, artistas del spray realizaban un mural en directo. Efectivamente, algo había cambiado.

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