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La histórica rivalidad entre un campesino sin recursos y el hijo de un ministro por la invención del helicóptero

Joan Salvà con la carta que Pere Sastre envió al general Valeriano Weyler el 2 de abril de 1921.

Jaume Rosselló

Mallorca —

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Desde la leyenda de Ícaro y Dédalo, pasando por el juguete de vuelo vertical inventado por el chino Ko Fung cuatrocientos años antes de la Era Cristiana, o el tornillo aéreo de Da Vinci, el ancestral sueño de volar del ser humano tuvo su momento determinante en el entonces recién estrenado siglo XX cuando Orville, el menor de los hermanos Wright, consiguió sostener en el aire su Wright Flyer durante doce segundos recorriendo treinta y siete metros. Era diciembre de 1903.

En ciento veinte años la evolución tecnológica en el campo de la aviación nos ha llevado a logros inimaginables por aquel entonces, gracias al ingenio y la perseverancia de muchos “locos” con sus aparatos y sus estudios para mejorar la hazaña de los Wright. No todos lograron pasar a la historia. Es más: algunos de ellos permanecieron inadvertidos a los ojos del resto del mundo, quizá de forma nada justa. Otros siguen en la memoria colectiva y sus nombres quedarán para siempre escritos en los libros de Historia.

La festividad de San Antonio Abad nos dejó una efeméride en este aspecto: el centenario del primer vuelo del autogiro, invento del murciano Juan de la Cierva Codorniu. Efectivamente, en enero de 1923 el cuarto prototipo diseñado por de la Cierva logró sostenerse en el aire durante unos tres minutos en el aeródromo de Getafe, alcanzando los veinticinco metros de altura y una velocidad máxima de 100 kilómetros por hora. El éxito conseguido con el autogiro vino precedido de numerosas pruebas e investigaciones, como ocurrió en la mayoría de los grandes inventos de la Humanidad. El inventor del autogiro se hacía así un hueco en la historia de la aviación como el creador del antepasado directo del actual helicóptero.

El precursor mallorquín del helicóptero

Paralelamente a las investigaciones del inventor murciano, en una pequeña isla del Mediterráneo llamada Mallorca, concretamente en una modesta localidad, Llucmajor, un joven campesino sin apenas recursos económicos y escasos estudios especializados se desvivía por una idea muy similar al proyecto de de la Cierva. Pere Sastre Obrador, apodado Pere de Son Gall, con veintiséis años de edad fue capaz de desarrollar un proyecto de aparato de elevación vertical al que llamó “cometagiroavión”.

La falta de recursos económicos para desarrollar su ingenio llevó al inventor mallorquín a solicitar el apoyo de las instituciones estatales y así Pere Sastre contactó mediante una carta, fechada el dos de abril de 1921, con el general Valeriano Weyler, con la esperanza que, por su origen mallorquín, el militar vería con mejores ojos su iniciativa e intercedería de buen grado por él ante el Ministerio de la Guerra. El ministerio mencionado estaba encabezado en ese momento por don Juan de la Cierva y Peñafiel, padre del inventor del autogiro.

La respuesta recibida por Pere desde Madrid fue, en un primer momento, esperanzadora, y animó al joven inventor a compartir con los estamentos estatales su proyecto. Ni corto ni perezoso, el diez de mayo remitió a Madrid los planos de su ingenio y las especificaciones técnicas del mismo. El treinta de mayo Madrid se desentiende del proyecto argumentando que “existe una Real Orden de 19 de noviembre de 1897 disponiendo que no se admitan más proyectos de navegación aérea que aquellos que estén firmados por personas que tengan carrera científica relacionada con dicho asunto”. En referencia a esta respuesta, Pere escribiría poco después: “He de hacer notar que el Ministro de la Guerra era el Sr. Juan de la Cierva (Peñafiel) y que, poco después, su hijo daba a conocer la producción de su autogiro, que se asimilaba bastante a mis proyectos remitidos”.

Pere Sastre Obrador no pudo estudiar, durante su infancia, todo lo que hubiera deseado. Las obligaciones familiares, agravadas por la temprana muerte de su padre, obligaron al de Son Gall a estar pendiente de su madre, su hermana, que siempre permanecería soltera, y su finca. No obstante, el mallorquín, de forma autodidacta, pudo hacerse con los conocimientos necesarios para desarrollar su invento. Dejó las clases de la escuela de adultos a los veintitrés años de edad, en 1918, pero ese mismo año se matriculó en el Instituto Popular Politécnico de Sevilla, adquiriendo a distancia conocimientos de diversas disciplinas que más tarde aplicaría a su obsesión de lograr el triunfo del despegue y aterrizaje verticales de su aparato. Al mismo tiempo iba dando buena cuenta de toda cuanta publicación sobre aeronáutica podía conseguir, e incluso llegó a matricularse, el 14 de agosto de 1926, en un curso de piloto aviador en las Escuelas Internacionales Libres de Estudios Superiores, en la Institución Cervera, en València.

El Gobierno se negó a financiar el proyecto de Pere porque no tenía una 'carrera científica'. El mallorquín no pudo estudiar de pequeño -su padre murió y tuvo que encargarse de su madre y su hermana-, pero de adulto hizo todo lo posible por instruirse

¿Plagió Juan de la Cierva el proyecto de Pere Sastre?

Si nos damos un paseo por la localidad de Llucmajor y formulamos esta pregunta a cualquier paisano es altamente probable que la respuesta sea afirmativa. Lógicamente esta reacción sería fruto del comprensible amor, a veces demasiado irracional, a todo “lo nostro” (“lo nuestro”), propio del carácter mallorquín. Este reconocimiento popular le llegó a nuestro protagonista después de su desaparición, ya que en vida llegó a ser, incluso, objeto de burla por parte de sus vecinos, que lo veían como un ser atormentado por una idea que consideraban imposible. Hoy en día persiste en Llucmajor una coletilla popular para referirse al inminente fracaso de algún proyecto que dice: això acabarà com s’avió den Pere! (¡Esto acabará como el avión de Pere!).

Entonces, ¿qué puede haber de cierto en la sospecha que aún en la actualidad existe de que Juan de la Cierva pudiera haberse como mínimo inspirado en los experimentos de Pere Sastre? El profesor Joan Salvà i Caldés, autor del libro 'El precursor llucmajorer de l’helicòpter. Pere Sastre Obrador, de Son Gall (1895-1965)', defiende esta posibilidad y afirma que la única diferencia entre Pere Sastre y Juan de la Cierva es que éste último gozó del apoyo social y económico que le faltó al otro: “La historia de la aviación y de los inventos en general no le ha tenido en cuenta nunca por una razón muy simple: le han faltado buenos padrinos. La historia cuenta siempre aquello que interesa que se cuente”, escribe Salvà en su libro.

El profesor Joan Salvà afirma que la única diferencia entre Pere Sastre y Juan de la Cierva es que éste último gozó del apoyo social y económico que le faltó al otro

Por su parte, Laura de la Cierva, bisnieta del inventor murciano, presidenta de la Asociación Juan de la Cierva Codorniu y su vicepresidente Fernando Roselló niegan rotundamente dicha posibilidad, argumentando que de la Cierva registró la patente del autogiro el 1 de julio de 1920, con número 74.320, y que ésta fue aprobada el 27 de agosto de ese mismo año.

Fernando Roselló, coronel de Aviación, instructor de vuelo en ultraligero y autogiro, poseedor de dos récords (velocidad y distancia) en autogiros de hasta 500 kg y gran conocedor de la historia de la aviación en general y de la de Juan de la Cierva y su autogiro en particular, no duda en reconocer el mérito de Pere Sastre, aunque asevera que su invento se parecía más a un helicóptero actual que al autogiro del murciano. Laura de la Cierva, la bisnieta, se refiere al mallorquín asegurando que “lo que ese señor construyó fue un molinillo”.

Laura de la Cierva, bisnieta del inventor murciano, asegura que lo que construyó el mallorquín Pere Sastre 'fue un molinillo'

De la Cierva patentó su invento dos años y medio antes de demostrar el éxito del mismo. Después de esa primera patente hubo dos más bajo el mismo epígrafe: “Nuevo aparato de aviación”, la última de ellas, la número 78.362, con fecha 30 de mayo de 1921. Más tarde Juan de la Cierva presentó, hasta 1936, año de su fallecimiento en accidente de aviación, otras dieciséis patentes de mejoras del aparato.

El mallorquín fracasa en su quimera

Mientras tanto Pere Sastre, en su Llucmajor natal, seguía obsesionado en conseguir hacer de su idea una realidad. Siguió durante años con sus investigaciones y experimentos, esta vez por su cuenta, sin pretender ayuda exterior. A finales de la década de los treinta, consiguió construir su cometagiroavión y logró que se elevara unos pocos metros sobre las copas de los almendros de sus tierras. El sobrecalentamiento del motor y las vibraciones de la estructura impidieron el éxito total, cayendo el aparato al suelo a los pocos segundos.

Para seguir perfeccionando el invento, se endeudó económicamente para hacer frente al proyecto, hasta que ya entrados los treinta tuvo que volver a pedir ayuda institucional. Acudió a la Diputación Provincial, a la Dirección General de Aeronáutica, al Aero Club de Balears… Todas las puertas se le cerraron. Lo máximo que consiguió fue alguna carta de recomendación para seguir llamando a otras puertas que tampoco llegaron a abrirse.

Joan Salvà lo relata en su libro: “Pere se convirtió en un hombre desconfiado, solitario y escéptico. Se encerró en un mutismo resignado. Pero lo que hemos de retener es su ejemplo de tenacidad e intuición científica. Este ejemplo de obstinación ante la evidencia científica innegable que era posible la elevación vertical es lo que hemos de valorar las generaciones posteriores, reivindicando el lugar que le corresponde en la historia de la aviación”.

Pere se convirtió en un hombre desconfiado y solitario. Pero lo que hemos de retener es su ejemplo de tenacidad e intuición científica. Este ejemplo de obstinación ante la evidencia que era posible la elevación vertical es lo que hemos de valorar

Joan Salvà Profesor

“Una tarde silenciosa -prosigue el relato de Salvà- en que los campos de Son Gall permanecían quietos y tranquilos, se oyó un fuerte ruido de derrumbe; una niebla de polvo se levantaba sobre el hangar del cometagiroavión. La viga maestra de la construcción se había partido, como si quisiera hacer de sepultura de tantas ilusiones”.

El 8 de diciembre de 1965, Pere Sastre Obrador, el precursor mallorquín del helicóptero, acabó sus días en la casa hospicio de Llucmajor, asistido por la hermanas de la Caridad y por unos pocos amigos. Poco antes el derrumbamiento del hangar improvisado en el que trabajó en su artilugio volador enterró para siempre el aparato y sus ilusiones.

El “Quijote del engranaje”, como le llamaría el músico Joan Xamena fue, asimismo, homenajeado con una calle y un instituto de su villa natal bautizados con su nombre, y la construcción de una réplica de su invento por parte de los alumnos de aquel centro educativo. Una novela y una obra de teatro inspirados en el personaje lo inmortalizan.

La leyenda del plagio se alimenta fundamentalmente de dos hechos, ninguno imputable directamente al murciano Juan de la Cierva, reconocido hasta la fecha como el inventor legítimo del autogiro. Por una parte, que las instituciones estatales pasaran de tener una actitud receptiva hacia el proyecto del mallorquín Pere Sastre a cambiar drásticamente de postura y rechazar su iniciativa porque Sastre no tenía una “carrera científica”. Por otra parte, el envío de toda la documentación del proyecto por parte de Sastre al Ministerio de la Guerra, cuyo titular era el padre del murciano Juan de la Cierva. Esto da pie a la desconfianza a la que Joan Salvà alude al final de su libro: “Todo unido hizo nacer la leyenda del plagio que todavía perdura... y perdurará”.

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