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ANÁLISIS

Elecciones en Túnez: un inmenso capital político tirado por la borda

El presidente de Túnez, Kais Saied, habla con los medios tras votar durante las elecciones parlamentarias, 17 de diciembre.

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Las elecciones legislativas celebradas en Túnez el pasado día 17 no dejan lugar a duda sobre el desprecio con el que los nueve millones de tunecinos llamados a votar –de una población total de 12– han respondido a la propuesta del presidente, Kais Saied, para elegir a los 161 diputados de la nueva Asamblea de Representantes del Pueblo: la participación se quedó en un paupérrimo 11,2%.

Es triste reconocer que se trata del mismo país que logró en 2011 no solo derribar a un dictador sino instaurar la primera democracia del mundo árabe, en un proceso pilotado en buena medida por el Cuarteto Nacional de Diálogo –integrado por la Unión General de Trabajadores de Túnez (UGTT), la Confederación de Industria, Comercio y Artesanías, la Liga de Derechos Humanos y la Orden de Abogados–, merecedor del premio Nobel de la Paz en 2015. Fue, asimismo, el país que mostró en la práctica la compatibilidad entre el islam político y la democracia, con Ennahda –partido político islámico y democrático– en cabeza, y la voluntad de lograr una igualdad de género en la representación parlamentaria, con listas paritarias obligatorias para todos los partidos.

Hace diez años

No puede ser casual que la fecha elegida por el presidente tunecino para las elecciones coincida exactamente con los diez años de la inmolación de Mohamed Buazizi, que puso en marcha lo que luego se conoció como 'primavera árabe'. Saied pretendía enterrar definitivamente un proceso que generó tantas expectativas dentro y fuera de Túnez. Tantas que, con el paso de los años, la cruda realidad terminó por frustrar a una población que lleva mucho tiempo sin percibir una mejora real en sus condiciones de vida.

Y así, con el añadido de una violencia creciente por parte de quienes internamente buscaban descarrilar el proceso y de la falta de atención de una Unión Europea que no ha estado a la altura de las circunstancias, se llegó al punto en el que Saied –un académico especialista en derecho constitucional y popular gracias a su perfil como tertuliano televisivo ajeno al sistema de partidos– fue primero elegido presidente en octubre de 2019, y posteriormente aclamado en las calles, cuando decidió dar un golpe de timón, en julio del pasado año.

Es el mismo presidente que, en su afán por establecer un régimen presidencialista omnipotente, se ha encontrado ahora con un revés tan sonoro, derivado del generalizado hastío ciudadano y de la llamada al boicot por parte de todas las fuerzas de oposición mínimamente significativas, encabezadas por la UGTT y el Frente de Salvación Nacional, integrado, entre otros, por Ennahda, Qalb Tounes, Coalición por la Dignidad, Partido del Movimiento y Al Amal.

Con un sesgo cada vez más autoritario, y con el apoyo de los cuerpos de seguridad y del ejército, Saied se ha encargado de vaciar de contenido tanto el cargo de primer ministro como el Parlamento. El nuevo sistema, si logra superar el rechazo que la oposición tratará obviamente de capitalizar a partir del pésimo resultado electoral, no solo suprime los partidos políticos, sino que impide al Parlamento las labores básicas de control de la acción gubernamental o poner fin al mandato del propio Saied. De ese modo, la labor de los parlamentarios en una cámara extremadamente fragmentada en la que solo una treintena han logrado obtener un escaño en esta primera vuelta apenas consistirá en refrendar los proyectos de ley que presente directamente el gabinete de la presidencia.

Saeid, sin confianza y sin dinero

A la espera de lo que pueda deparar la segunda vuelta de las elecciones, prevista para la primera semana de febrero, son muchos los interrogantes que se abren de inmediato. De momento, no parece que Saied haya logrado ni unir al país ni dotarse de una base sólida para hacer frente a la dura crisis política y socioeconómica que asola a Túnez desde hace tiempo. La insistencia del presidente en que la corrupción de la clase política, la mala gestión de la pandemia y el peligro de guerra civil le han obligado a tomar estas decisiones, no parece que haya logrado convencer a los mismos que le dieron la bienvenida hace apenas 18 meses y que ahora piden su dimisión inmediata.

En última instancia, lo que acaba de ocurrir en las urnas es una muestra más de que los tunecinos han agotado su confianza en que Saied fuera el revulsivo político necesario para hacer frente a la corrupción, la inflación, la falta de oportunidades y de empleos, la creciente desigualdad y la ineficaz respuesta a la pandemia. Peor aún, la mala situación económica ha llevado a eliminar las subvenciones a productos de primera necesidad, empezando por el pan, y al anuncio de inminentes recortes en el gasto público.

Todo ello dibuja un panorama en el que, mirando hacia el exterior, tampoco parece fácil que el presidente vaya a convencer a los negociadores del Fondo Monetario Internacional para que finalmente concedan al país un préstamo de 1.900 millones de dólares que podría servir para aliviar momentáneamente la crisis. Por su parte, la Unión Europea también parece enviar señales de pérdida de confianza en Saied (sirva el gesto de no enviar observadores a la cita electoral como muestra), y lo mismo cabe decir de Estados Unidos, que ha decidido cortar la ayuda civil y militar a partir de mediados del próximo año.

A Saied, en definitiva, se le agota el crédito y el tiempo. A Túnez, la paciencia.

Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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