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ANÁLISIS

Barcos humanitarios y muelles temporales: una gota en un océano frente al uso del hambre que hace Israel como arma de guerra

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)
Tripulaciones trabajan en la construcción de un embarcadero en la costa de Gaza, al sur de la ciudad de Gaza, Franja de Gaza, 15 de marzo de 2024.
16 de marzo de 2024 23:10 h

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Nada se puede reprochar a Open Arms y a WCK por intentar aprovechar cualquier resquicio para hacer llegar algo de comida a los hambrientos gazatíes. Su esfuerzo servirá al menos para aliviar momentáneamente las penurias de algunos de los 2,3 millones de personas que allí están siendo sometidas por Israel a un ejercicio inhumano de supervivencia. Pero, más allá de demostrar su acendrado espíritu humanitario y dejar desnudos a tantos gobiernos impotentes ante lo que sucede a la vista, si se tiene en cuenta que antes del arranque de la operación israelí de castigo entraban en la Franja unos 500 camiones diarios (equivalentes a unas 7.500 toneladas), se impone la idea de que las 200 toneladas (es decir, unos 13 camiones) que ambas organizaciones han logrado descargar en un improvisado pantalán en la costa de Gaza son menos aún que una gota en un océano.

La atención mediática a este tipo de gestos deja en segundo plano lo que debería ser destacado sin desmayo: Israel está haciendo uso del hambre como arma de guerra contra población civil. Una práctica condenable desde los más básicos presupuestos éticos y jurídicos, pero aceptada por el conjunto de los miembros de la comunidad internacional, con la ONU en cabeza. Lo que ocurre es un nuevo ejemplo de la impunidad de la que goza Israel desde su creación, en la medida en que se le consiente hacer lo que para cualquier otro actor nacional acarrearía un duro castigo.

Y una vez más hay que recordar que junto a la responsabilidad directa del gobierno liderado por Benjamín Netanyahu hay que sumar de inmediato a muchos otros. El primero de la lista es Estados Unidos, que ampara los desmanes de su principal aliado en la región, aunque ello suponga también aumentar su descrédito como supuesto líder del mundo libre y poner en riesgo sus propios intereses. Que a estas alturas Washington se limite a “instar” a Tel Aviv a facilitar la entrada de más ayuda humanitaria en Gaza es una clara señal de la falta de voluntad de Joe Biden para imponer a su aliado un cambio de rumbo en su estrategia erradicadora. Y que a eso añada ahora el envío, desde su base en Virginia, de un buque, con un centenar de soldados y con material para construir un muelle en Gaza que sirva para la descarga de más ayuda por vía marítima –sabiendo que no estará en condiciones de operar hasta dentro de varias semanas–, es aceptar que la masacre y la muerte por inanición de inocentes continuará hasta que Netanyahu lo desee.

Porque lo que resulta incuestionable desde una perspectiva humanitaria es que no hay mejor opción realista para aliviar de inmediato el sufrimiento de la población gazatí que permitir la entrada por tierra de todas las mercancías que se acumulan a las puertas del paso fronterizo de Rafah. Un paso ubicado en la vecindad de Egipto, pero que está bajo el control último de Israel; junto a los otros cinco (Kerem Shalom, Erez, Karni, Nahal Oz, Sufa y Kissufim) que conectan el propio Israel con Gaza, todos ellos cerrados a excepción del primero.

Permitir la llegada de ayuda por tierra

Si realmente Netanyahu quisiera convencer al mundo de que no está en una guerra contra los palestinos, sino solo contra Hamas y el resto de grupos yihadistas activos en la Franja, bastaría con que permita el tránsito de los miles de camiones bloqueados desde hace semanas en los dos primeros citados y abrir el resto de ellos.

Y si no lo hace –como de hecho ocurre– es simplemente porque lo que persigue sin apenas disimulo es rematar la tarea emprendida hace años de convencer por la fuerza a los palestinos de que no hay sitio para ellos en Palestina. En otras palabras, el objetivo a lograr no es Hamás, al que no conseguirá eliminar, sino provocar un éxodo que le permita disponer a su antojo de todo el territorio entre el Jordán y el Mediterráneo para completar el sueño sionista de consolidar un hogar nacional judío en esa tierra. Obviar esa realidad y entretenerse en lanzamientos desde el aire o entregas por vía marítima es, simplemente, un inaceptable intento de algunos gobiernos occidentales (el espectáculo que están dando los mandatarios árabes es aún peor) por lavar sus caras ante sus propias opiniones públicas.

Resulta escandaloso que ni por separado ni en común, Washington y el resto de las capitales occidentales tengan la voluntad –dando por hecho que no es problema de capacidades– de forzar a Israel a cumplir con sus obligaciones como potencia ocupante. Y si no las cumple, siempre les queda actuar directamente, ¿o acaso temen que Israel responda militarmente contra barcos estadounidenses o europeos que se dirijan en masa hacia las costas de Gaza llenos de comida y material médico, o que dispare contra los camiones que se decidieran a entrar por Rafah hacia un territorio que no es israelí? Pero no parece que eso les quite el sueño.

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