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ANÁLISIS

Estados Unidos no engaña a nadie sobre su apoyo a Israel

La embajadora de EEUU Linda Thomas-Greenfield absteniéndose en la votación de una resolución de la ONU que pedía un alto el fuego en Gaza.

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Conviene no dejarse confundir por las apariencias. Los portavoces de la Casa Blanca y sus corifeos mediáticos y gubernamentales pretendieron en primera instancia hacer pasar la reciente abstención estadounidense en el Consejo de Seguridad de la ONU, permitiendo de ese modo que haya salido adelante una resolución que demanda el cese de las hostilidades en Gaza, como un gesto histórico que implica un giro estratégico en la relación entre Washington y Tel Aviv. Sin embargo, tanto las declaraciones como los hechos sobre el terreno han echado abajo de inmediato tal supuesto.

En el plano discursivo, personajes tan notorios como John Kirby, portavoz del Consejo Nacional de Seguridad, y Linda Thomas-Greenfield, embajadora estadounidense ante la ONU, se han apresurado a declarar respectivamente que “no hay ningún cambio en nuestra política” con Israel y, más aun, que dicha resolución no es vinculante. Así se explica que, mirando más allá del teatral gesto de enfado de Benjamin Netanyahu, suspendiendo airadamente el viaje de una delegación israelí al Pentágono para seguir perfilando los detalles de la inminente ofensiva de las fuerzas israelíes sobre Rafah, pronto quedó claro que no había ningún problema para que el ministro de defensa, Yoav Gallant, se reuniera a continuación con su homólogo estadounidense, Lloyd Austin, y con el Consejero Nacional de Seguridad, Jake Sullivan; seguramente para tratar esos mismos asuntos.

Lo mismo cabe decir de la insistencia en tratar de convencer a propios y extraños de que la citada resolución no es vinculante, cuando es elemental concluir que todas las del Consejo lo son. Lo que pretende Washington con ese tipo de argumentos, consciente de que al no haber ninguna referencia al capítulo VII de la Carta fundacional de la ONU queda garantizado que no se van a tomar medidas de fuerza para obligar a Israel a cumplir con sus estipulaciones, es tranquilizar a Tel Aviv, dejando claro que puede seguir adelante con su operación de castigo en Gaza hasta donde lo considere necesario, sin tener tampoco que proceder a la liberación de prisioneros ni permitir la entrada de ayuda humanitaria en la Franja. Cabría pensar, en definitiva, que la decisión estadounidense de abstenerse ha sido el recurso menos costoso que ha encontrado Joe Biden para intentar cerrar internamente la brecha por la que se le escapan crecientemente potenciales votantes demócratas, cada vez más críticos con su alineamiento sin fisuras con Israel.

El vínculo se refuerza

Y por si ese despliegue discursivo no fuera suficiente para apaciguar a un aliado tan sólido como molesto, Biden ha reforzado aún más el vínculo bilateral por la vía de los hechos. En esa línea, y aunque es cierto que no ha logrado todavía desbloquear en el Congreso el paquete de ayuda económica a Israel estimado en torno a los 14.000 millones de dólares, no hay el menor indicio de que Washington vaya a condicionar la ayuda anual que le viene prestando (en torno a los 4.000 millones de dólares), haciéndole ver las consecuencias de seguir cruzando reiteradamente las líneas rojas más básicas del derecho internacional. Tampoco cabe imaginar algo similar en relación con el despliegue naval y antiaéreo que las fuerzas estadounidenses están realizando en aguas mediterráneas y del Golfo para darle cobertura de seguridad frente a cualquiera de los actores estatales y no estatales que tienen a Israel en la diana.

A esta actitud se acaban de sumar dos nuevos apuntes que despejan cualquier resquicio de duda. Por un lado, a la decisión inicial de suspender todo tipo de ayuda a la UNRWA tras la acusación israelí de que algunos de sus trabajadores habían participado en el condenable ataque contra Israel del pasado 7 de octubre, se le añade ahora la prolongación de dicha suspensión hasta, como mínimo, marzo del próximo año. Todo eso, sabiendo que, como primer contribuyente a la agencia, su situación es desesperada por la falta de fondos, y que otros gobiernos, que también suspendieron provisionalmente la transferencia de fondos, han reactivado la entrega una vez que Israel no ha logrado aportar pruebas fehacientes de dicha implicación. Se alinea así Washington con la manifiesta intención de Tel Aviv de eliminar a la UNRWA.

Por otro lado, en secreto y sin pasar por el Congreso para su aprobación, el Washington Post acaba de desvelar que, en paralelo a la renombrada abstención, la administración de Biden ha aprobado la entrega de miles de bombas MK82 y MK84 (cuyo uso está prohibido en zonas densamente pobladas) y de otros 25 cazas F-35. Unas armas que se suman a tantas otras transferidas con anterioridad en una demostración inequívoca de que, a pesar de sus malas relaciones personales, Netanyahu y Biden comparten intereses en relación con los palestinos. Por supuesto, el ataque que ha ocasionado la muerte de siete cooperantes de la organización World Central Kitchen –despachada por Netanyahu con un simple “es lo que ocurre en las guerras”– tampoco va a afectar a ese vínculo, aunque haya víctimas de nacionalidad estadounidense

Llámenlo farsa, hipocresía, realpolitik o como prefieran. A los palestinos les da igual lo que elijamos. Ellos saben que les toca invariablemente el papel de víctimas y perdedores.

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