El año en que ISIS volvió a la clandestinidad, su hábitat natural

Cuando Estados Unidos salió de Irak en 2011, la inteligencia estadounidense estimaba que Al Qaeda en Irak (el origen de ISIS) había perdido el 95% de sus filas y de su poder. Tres años más tarde, en 2014, la organización terrorista se hacía con el control de varias ciudades en Irak, entre ellas Mosul, e iniciaba un reino del terror que acabaría controlando decenas de miles de kilómetros cuadrados en Siria e Irak. La amenaza yihadista había pasado de estar herida de muerte a convertirse en la organización terrorista más poderosa, más rica y mejor equipada de la historia.

Su expansión se frenó en 2017 y el grupo inició el 2018 con un 4% (unos 3.000 kilómetros cuadrados) del territorio que había llegado a controlar. Sin embargo, ISIS se ha mantenido activo durante todo el año y moviéndose por su hábitat natural y el lugar donde mejor sabe moverse: la clandestinidad de la insurgencia.

No obstante, Donald Trump no ha dudado en cantar victoria. “Hemos ganado a ISIS. Les hemos vencido y hemos recuperado el territorio y ahora es el momento de que nuestras tropas vuelvan a casa”, afirmó el presidente el pasado 20 de diciembre. Resulta inevitable trazar la comparativa con aquel 2011 en el que Barack Obama aprovechó la oportunidad para salir de una guerra que siempre consideró un error. Una trampa de la que había que escapar cuanto antes –Bush ya había firmado antes con las autoridades iraquíes un acuerdo de salida para 2011–.

La insurgencia creció y la insurgencia se fortaleció escondida y escurridiza aprovechando, sobre todo, el sectarismo del primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, que marginó y discriminó a la minoría suní del país. El ejército reprimió y mató a decenas de manifestantes suníes que denunciaban el mal trato recibido del Gobierno central y los terroristas, esta vez bajo el nombre de Estado Islámico, aprovecharon la situación, expulsaron a las fuerzas de seguridad y se hicieron con el control del territorio. La primera en caer fue Faluya. “No queremos haceros daño. No queremos coger ninguna de vuestras posesiones. Queremos que reabráis las escuelas y las instituciones y volváis a vuestras vidas normales”, declaró un hombre enmascarado durante la oración la misma semana de la conquista de la ciudad. No habían desaparecido, estaban esperando su momento.

Son furtivos esperando nuevas oportunidades: vacíos de poder, tensiones sociales, conflictos armados, etc. A pesar de lo que diga Trump, la organización terrorista Estado Islámico no tiene un inicio y un final. Se hizo visible como una mutación de otro grupo insurgente, Al Qaeda, y el 2018 ha demostrado que la pérdida de territorio simplemente es el fin de una anomalía. La insurgencia no es la autoridad, la insurgencia lucha contra la autoridad.

En agosto de 2018 (y sin apenas territorio) el Departamento de Defensa de EEUU afirmó que la organización terrorista tenía unos 30.000 combatientes en Siria e Irak y afirmó que era “más competente” que su predecesor, Al Qaeda, en su momento álgido entre 2006 y 2007. ISIS ha seguido lanzando ataques y ha intentado crear zonas que le sirvan de apoyo para sus operaciones, según señala el think tank Institute for the Study of War, que ha seguido el desarrollo del grupo terrorista durante años. Ese mismo mes, el líder de la organización, Abu Bakr al Baghdadi, envió un mensaje de audio pidiendo a sus seguidores “lanzar ataque tras ataque” y “unirse y organizarse” contra sus enemigos.

Aunque ISIS actualmente tiene un poder muy limitado comparado con el que acumuló en 2016, el grupo ha seguido operando. De julio a diciembre los terroristas han reivindicado 1.922 operaciones, de las cuales el 80% ha sido en Siria e Irak. Solo en la semana anterior a la declaración de victoria de Trump, ISIS reivindicó 44 operaciones en Siria. Aunque no todas las operaciones son iguales y la fiabilidad de la propaganda de ISIS es escasa, el proyecto Long War Journal, del think tank Foundation for Defense of Democracies, sostiene que estos datos son consistentes con la escala de los combates.

Según un legislador iraquí miembro de un comité parlamentario que reúne pruebas sobre la caída de Mosul y cercano a los datos de la organización terrorista, durante la retirada, ISIS se llevó de contrabando 400 millones de dólares y ha invertido en negocios legítimos en la región. El Banco Central de Irak, ha señalado que existen centenares de pequeñas casas de cambio vinculadas a ISIS.

Tan solo un día después de declarar victoria, el secretario de Defensa de Trump, James Mattis, anunció su dimisión por sus diferencias con el presidente. Poco después también lo hizo el enviado especial de EEUU para la coalición contra ISIS, Brett McGurk. Unas semanas antes de que Trump anunciase su decisión sobre Siria, McGurk afirmó: “El objetivo militar es la derrota duradera del Estado Islámico. Y si hemos aprendido una cosa a lo largo de los años es que la derrota de un grupo terrorista como el Estado Islámico significa que no se le puede vencer solo en su espacio físico y luego irse”.

McGurk ha descubierto que Donald Trump no está incluido en ese “hemos aprendido” del que habló unos días antes de dimitir. El presidente cree que como ISIS ya no tiene territorio, está derrotado. Estado Islámico, o alguna posible mutación futura (igual que sus formas anteriores), vivirá en la clandestinidad y explotará en su beneficio situaciones de inestabilidad para alimentarse.