ENTREVISTA

José M. Faraldo, historiador: “La revuelta de Prigozhin demuestra que el putinismo es más resistente de lo que creíamos”

“Rusia se convierte desde la Ilustración en una especie de espacio en blanco en el que uno puede escribir lo que quiera; una pantalla sobre la que se proyectan los miedos y los deseos de izquierda y derecha”, dice José M. Faraldo, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. En ese espacio en blanco, Faraldo, especializado en nacionalismo ruso, analiza cómo los estereotipos y prejuicios de Occidente han determinado algunas de sus políticas hacia Rusia y cómo Rusia los utiliza para desarrollar su discurso nacionalista y construir su identidad. El autor de Rusofobia (recién publicado por la editorial Catarata) analiza con elDiario.es el impacto de la invasión en la evolución del nacionalismo ruso y ucraniano, así como el motín del jefe de los mercenarios de Wagner, Yevgueni Prigozhin, y el futuro del putinismo, entre otros temas.

¿Hasta qué punto la “rusofobia” en Occidente es real o es un discurso de legitimación política construido desde Moscú?

Existen las dos cosas. Por un lado, es evidente que fuera de Rusia hay una serie de prejuicios y estereotipos. A veces son positivos, como la idea de un país-continente con una gran cultura... Pero también existe la idea de Rusia como un país atrasado, bárbaro, violento, que no es exactamente Europa ni tampoco Asia. Todo ese tipo de estereotipos que se han ido creando a lo largo de los siglos inciden, por supuesto, en la percepción que tenemos fuera de Rusia y a veces de forma muy negativa. En algunos momentos, eso también ha impulsado políticas internacionales. 

Por otro lado, esos estereotipos y prejuicios contra Rusia han sido instrumentalizados o utilizados por el liderazgo y las élites rusas que insisten en la necesidad de unirse frente a aquellos que quieren su destrucción. Lo que dice Putin es: “Tenéis que poner el poder en mis manos”. Es un uso propagandista de unos prejuicios que realmente existen. Además, los odios y los prejuicios se instrumentalizan dependiendo de las situaciones y, en caso de una situación de guerra, aumentan.

Hasta hace relativamente poco, Putin no había utilizado un vocabulario xenófobo, pero eso ha cambiado. El fracaso de la invasión ha llevado a que el nacionalismo ruso se sienta todavía más atacado y más en peligro

¿Y esa instrumentalización es histórica o es algo propio del régimen de Putin?

La idea de Rusia despreciada por otros países es parte constitutiva de la forma en que buena parte de las capas sociales dirigentes a lo largo de la historia en Rusia se han visto a sí mismas. Querían ser europeos y se sentían rechazados, con lo cual desarrollaban un sentimiento contrario: no nos quieren, los vamos a odiar. No somos como ellos, somos distintos. 

Desde que empieza a surgir la Rus de Kiev, que ahora es Ucrania, la invasión de los mongoles y la formación del Estado ruso moscovita, Rusia ha sido parte de Europa. Ha formado parte de la Hansa alemana [federación comercial y defensiva de comunidades de comerciantes], ha combatido con Europa o contra Europa… toda esa relación con Europa es algo que a veces se niega desde la propia Rusia para incidir en el hecho de que son distintos, de que los odian y los temen.

¿Cómo ha afectado la invasión de Ucrania a la construcción y evolución del nacionalismo ruso?

Estamos en un momento muy complicado para verlo. Con la invasión, el nacionalismo ruso se ha radicalizado enormemente. Se ve claramente en los medios de comunicación hasta límites que hace años parecerían imposibles. Incluso ha incidido en el propio Putin. Putin ha sido un patriota ruso en el sentido un poco negativo, pero no se le podía considerar un nacionalista. Es otro tipo de sentimiento hacia la nación. Un sentimiento de cuidado y protección, pero sin aplastar a otros. Hasta hace relativamente poco tiempo no había utilizado un vocabulario xenófobo, pero eso ha cambiado. El fracaso de la invasión ha llevado a que el nacionalismo ruso se sienta todavía más atacado y más en peligro.

¿Y en el caso de Ucrania?

En el caso de Ucrania, evidentemente la rusofobia ahora mismo es general y absolutamente comprensible. Históricamente, Ucrania es un país de identidades diversas, volubles y cambiantes, pero incluso gente que se consideraba no hace mucho como rusa de cultura ha dejado de hablar ruso. Hasta no hace mucho, Rusia era parte de esa herencia cultural de Ucrania, pero ya no lo es. Rusia se ha convertido en el enemigo y la culpa reside claramente en el lado agresor.

¿Es la rusofobia un elemento fundamental de ese nacionalismo ucraniano? ¿Lo ha sido siempre?

No. De hecho, el nacionalismo ucraniano se construye contra Polonia y el nacionalismo polaco. El territorio que hoy llamamos Ucrania durante muchos siglos, después más o menos de la invasión tártara, fue poco a poco ocupado por el Estado que ahora llamamos Polonia. En ese sentido, las élites de Ucrania se ‘polonizaron’: comenzaron a hablar polaco y se convirtieron en parte de la nobleza polaca mientras el pueblo seguía hablando ese idioma que acabamos llamando ucraniano.

Por eso, cuando surge el nacionalismo ucraniano, aunque ya son parte de Rusia, el enemigo es Polonia. Rusia pasa a serlo con el tiempo, con las políticas de rusificación, con la persecución al idioma ucraniano, con la persecución a los nacionalistas, con las prohibiciones de publicar en su lengua… Ahora lógicamente es su mayor enemigo.

Y en términos de población en Rusia, ¿qué es la ‘sociedad Z’, que describe en el anterior libro?

Lo que describo es cómo la sociedad soviética en Rusia ha ido transformándose desde los años 90, que fue una de las pocas épocas de verdadera libertad en Rusia, a una sociedad de un país que tiene una visión imperialista y victimista del mundo. Victimista porque siempre está en peligro e imperialista porque quiere recuperar determinados territorios. Todo eso se ha ido construyendo a lo largo del tiempo gracias a determinadas políticas nacionalistas del Gobierno de Putin.

Si en los años 90 teníamos muchas esperanzas y posibilidades de que se asentara en Rusia una sociedad estable, democrática, participativa y libre, ahora es todo lo contrario. No vemos ninguna rendija que nos pueda permitir creer que en un tiempo relativamente cercano se vaya a consolidar la democracia.

El sistema desarrollado por Putin es el capitalismo oligárquico más bestia que nos podamos imaginar. Que alguien que se diga de izquierdas se vea reflejado en ello solo explica que cree que la izquierda es autoritarismo

Argumenta que “Rusia ha sido a menudo una pantalla sobre la que se proyectan los miedos y los deseos de izquierda y derecha”. ¿Por qué?

Rusia se convierte desde la Ilustración en una especie de espacio en blanco en el que uno puede escribir lo que quiera. Es un espacio que la izquierda ha podido tomar como referente como país de revolucionarios: desde los anarquistas rusos a la Revolución de 1917. Pero, por otro lado, también tenemos la idea de Rusia como país autoritario, que estaba manteniendo el Antiguo Régimen a toda cosa y que era el único país que a principios del siglo 20 todavía tenía un monarca autocrático como los había 200 años antes. 

Todo eso ha servido para que mucha gente ponga sus ilusiones en Rusia. Decir que Putin tiene algo que ver con Lenin, cuando realmente es el mayor negacionista del comunismo, es absurdo. Y teniendo en cuenta que el sistema desarrollado por Putin es el capitalismo oligárquico más bestia que nos podamos imaginar, que alguien que se diga de izquierdas se vea reflejado en ello solo explica que en realidad cree que la izquierda es autoritarismo.

Relacionado con ello, Putin ha intentado construir él mismo una identidad nacional para Rusia con diferentes elementos de la historia ¿Cómo ha gestionado ese legado comunista? 

No solo lo ha intentado, sino que lo ha conseguido. Durante años, Putin ha construido una idea de Rusia que recuperara el concepto nacional de imperio y de potencia capaz de conquistar territorios al precio que sea. Por otro lado, también ha intentado recoger algunos aspectos que considera importantes de la Unión Soviética –no olvidemos que la URSS construyó un Estado serio, sólido y factible– como es por ejemplo el culto a la Segunda Guerra Mundial que le sirve tanto para demostrar lo malos que son los europeos que no quieren a Rusia pese a que les liberó de los nazis, como lo fuertes que fueron entonces como potencia.

Pero a su vez ha criticado directamente a líderes de la Unión Soviética y los ha culpado de crear artificialmente Ucrania, por ejemplo.

En concreto, a Lenin. A diferencia de Stalin, para los nacionalistas rusos, Lenin es un enemigo. Lenin, entre otras cosas, tiene antecedentes judíos y el nacionalismo ruso es antisemita. Punto. No se puede pensar otra cosa. También tiene antecedentes tártaros. De hecho, una de las cosas que siempre le criticaron sus enemigos era su aspecto un poco oriental. Por eso, decían que era la orientalización de Rusia. Para los nacionalistas rusos, Lenin es el demonio. No hablemos de Trotsky, que literalmente es el anticristo. Por eso, para Putin el comunismo también es malo.

Hace una década, incluso después de que la OTAN prometiera a Ucrania que iba a ser miembro de la alianza, se hablaba de Rusia como socio estratégico de la OTAN y existía cooperación entre las partes ¿Qué ha pasado?

Es algo que no acabamos de comprender, aunque desde la OTAN se podrán haber hecho las cosas mejor, al menos en las formas. Es lógico que algunos países bálticos quisieran estar dentro de la OTAN. Lo que no es lógico es que Rusia haya ido desarrollando una especie de ideología anti-OTAN sin darse cuenta de que estaba colaborando e incluso era parte.

Pero el Maidán en 2014 fue la prueba de fuego. Si entonces Putin hubiera sido lo suficientemente inteligente, a pesar de la arrogancia estadounidense y la estupidez de los negociadores europeos, podría haber manejado la revuelta mucho mejor. En vez de posicionarse como un enemigo, podría haberse posicionado como un aliado incluso de cierta parte del nacionalismo ucraniano que, a pesar de su odio, estaba dispuesto a tener un tipo de relación con Rusia distinta, pero de igual a igual. Eso Putin no lo supo ver y mandó sus tropas a Crimea. Y ahí el problema ya se enquistó.

Ha dicho en varias ocasiones que Rusia no va a ganar la guerra, sea lo que sea que eso significa, pero ¿qué futuro ve para Putin y cómo interpreta el acuerdo con el jefe de Wagner tras la revuelta?

Después del motín protagonizado por Prigozhin, se ha hablado mucho de la debilidad de Putin. Es verdad que, hasta cierto punto, Putin está más débil, pero se ha demostrado que el sistema aguanta. En un momento en el que los oligarcas podrían haberse puesto de parte de Prigozhin y haber echado a Putin de inmediato, nadie se puso a su lado. El sistema es más resistente de lo que creíamos. 

Puede pasar cualquier cosa. Puede que de pronto haya un un movimiento interno y se disgregue todo como un azucarillo en agua, pero me da la sensación de que incluso sin Putin puede quedar putinismo, aunque no tenemos claro lo que eso significa.