Los europeos que se han marchado del Reino Unido por el Brexit porque no querían ser “ciudadanos de segunda”

John Henley

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Todos echan de menos algo. Para algunos es bastante específico: el té de PG Tips, los pickles Branston, el curry de verdad. Para muchos otros es más intangible: la atmósfera de un pub inglés, las zonas verdes o la sensación de tolerancia.

Luego se detienen. De hecho, muchos ciudadanos de la UE que residían en Reino Unido dicen que lo que extrañan es más bien una idea. O, más precisamente, la idea que tenían de Reino Unido antes del 24 de junio de 2016: todos recuerdan con gran detalle cómo se sintieron y qué hicieron la mañana después.

Aunque está claro que la inmigración europea en Reino Unido se ha reducido significativamente desde enero del año pasado, cuando Reino Unido abandonó el mercado único y la libre circulación llegó a su fin, es difícil calcular exactamente cuántos ciudadanos de la UE se han ido de Reino Unido desde el Brexit.

Los números son confusos. La oficina nacional de estadística dice que Brexit y la pandemia empujaron a más de 200.000 europeos a irse en 2020 y 3,5 millones se quedaron en Reino Unido, mientras que el Ministerio del Interior dice haber recibido seis millones de solicitudes de residencia. La información del Ministerio de Trabajo sugiere que la cantidad de ciudadanos europeos que trabajaban en Reino Unido se había reducido un 9% el año pasado en comparación con 2019. Los expertos en inmigración, sin embargo, dicen que la información oficial es insuficiente, y que muy probablemente subestime el verdadero número de salidas por un margen importante.

Olvidados y traicionados

Elena Remigi es una traductora e intérprete que, tras la conmoción del resultado del referéndum, creó In Limbo, un grupo de Facebook para ciudadanos de la UE en Reino Unido y británicos en el continente. Según ella, más del 20% de los más de 100 ciudadanos europeos cuyos testimonios recogió en el primero de los dos libros publicados por el proyecto en 2017 ya han abandonado Reino Unido.

“Algunos se fueron justo después del referéndum”, dice Remigi, que ha vivido durante 15 años en Reino Unido. “Otros aguardaron ofertas laborales. Otros se fueron en 2020, en el período de transición, cuando las parejas británicas todavía podían afincarse en la UE con facilidad. La pandemia convenció a otros tantos para irse”.

Sin embargo, a pesar de la confusión en torno a los números exactos, pocos expertos dudan de que la amargura creada por el Brexit y las preocupaciones a largo plazo de convertirse en ciudadanos de segunda han empujado a muchos a irse.

Las alertas tempranas sobre un “ambiente hostil” y un tratamiento injusto de los ciudadanos europeos residentes en Reino Unido han estimulado el éxodo: ciudadanos europeos que llegaban por entrevistas de trabajo fueron encarcelados, y otros que residían legalmente en el país han sido detenidos.

Cuando la Autoridad de Control Independiente (Independent Monitoring Authority), que fue establecida bajo el acuerdo del Brexit para proteger los derechos de los ciudadanos europeos afincados en Reino Unido, encuestó a 3.000 de ellos el verano pasado, halló que uno de cada tres no confiaba en el Gobierno y que uno de cada diez planeaba irse. El mes pasado, el mismo organismo lanzó una acción legal en contra del Ministerio de Interior, acusándolo de violar los derechos básicos de los ciudadanos europeos.

Muchos han decidido quedarse a pesar de todo. Para quienes decidieron irse, la decisión no fue fácil. Con frecuencia habían vivido, trabajado y formado familias en Reino Unido durante décadas. Algunos se llevaron a sus parejas británicas –que suelen estar igual de resentidos con respecto al Brexit– con ellos. Otros se separaron.

Les quedan las cicatrices. Las palabras que utilizan para describir cómo se sienten no varían: olvidados, perdidos, abandonados, desprotegidos, indeseados, traicionados, minimizados, sin voz. A muchos les preguntaron cuándo se irían del país. La mayoría creía que un futuro con cierto grado de discriminación –por puestos de trabajo, viviendas, servicios de sanidad, cuentas bancarias– sería inevitable. Pero regresar a la UE no siempre ha sido fácil. Hay cosas que echan de menos de Reino Unido, pero también han perdido la ilusión de lo que era.

El Brexit lo sacó todo a la luz

Candela cree que su experiencia es común. “Venir a Inglaterra, conseguir trabajo, conocer a alguien, casarme, tener hijos”, dice. “Luego levantarme una mañana, ver el resultado de la votación y darme cuenta de que todo había cambiado. Irme. Hay muchos como yo, ¿no?”. Sigue creyendo que Reino Unido es un país tolerante. “Siempre lo creí”, dice. “Quizás este sea un paréntesis en la historia. Quizás Reino Unido ha retrocedido para avanzar. Lo que sé es que el día que me marché fue el más triste de mi vida”.

Candela pasó 23 años en Reino Unido: llegó primero para estudiar inglés y luego trabajó para una sociedad mercantil japonesa. Se casó con un hombre japonés que trabajaba en seguros y crió dos hijos, que ahora tienen 15 y 20 años. “Compramos una casa en Orpington”, dice. “Era nuestro hogar. El día que nos fuimos, el 4 de agosto de 2017, lloré mucho. Me emociona hablar de ello incluso ahora. Conservo una foto de la casa, toda vacía”.

El Brexit fue “una conmoción”, dice. “Los británicos siempre parecieron respetar mucho a los extranjeros. Y la votación reveló todo lo que estaba oculto. Todo el orgullo de ser británico y el desprecio por las otras culturas lo sacó todo a la luz”.

La mañana después, al llevar a su hija a la escuela, recuerda que los otros padres “miraban al suelo, gente que me conocía”. Se sentían culpables, recuerda. “Un amigo que votó por quedarse en la UE vino a casa y me dijo: 'Te queremos'. Muy dramático. Muchos dijeron: ‘No es en tu contra’. Y yo pensé: 'Pero es en contra de gente como yo'”.

Lo que también cambió, dice, es que empezó a hacerse preguntas sobre la gente: “Qué habían votado. Nunca había pensado así antes. Comencé a fijarme en comentarios que antes no me llamaban la atención”.

Poco más de un año después del referéndum, a su entonces marido (se separaron hace unos meses) le ofrecieron un puesto de trabajo en España y lo aceptó. “Estaba emocionadísimo”, dice ella. “El sol, la comida... no estaba muy feliz en Inglaterra”.

Para Candela fue “un choque cultural a la inversa”. Se sentía triste “porque mi país no es capaz de hacerlo mejor. La cuestión de la independencia catalana comenzó cuando llegamos – los mismos temas, el mismo referéndum divisivo, todo de nuevo. No fue fácil”.

Ahora Candela trabaja en Barcelona, para una startup. Aunque sus hijos son ciudadanos británicos, uno de ellos le dijo: “Mamá, vaya donde vaya, seré un extranjero”. Su hija estudia en la Universidad de Londres y dice que es feliz y que al menos se siente en casa. Candela extraña “la multiculturalidad de Londres. La buena atención al cliente, los árboles verdes. El clima, no. La comida, tampoco. Y no regresaría”.

Fuga de cerebros de las universidades

“Tengo sentimientos encontrados, pero no me arrepiento”, dice Mammone. Ahora es investigador jefe de Historia Contemporánea en la Universidad de la Sapienza de Roma, pero pasó los últimos diez años en Royal Holloway, en la Universidad de Londres.

Experto en extrema derecha, nacionalismo y política europea, Mammone, cuya primera experiencia en Reino Unido fue un año de Erasmus en Bath en 1999, observó el desarrollo del proceso de Brexit con interés tanto profesional como personal. Acertó y erró a medias. “Por un lado, pensaba que la campaña contra la UE no parecía ir ganando”, dice. “Por el otro, estaba convencido, viendo lo que decían los conservadores, de que si ganaba, sería un desastre”.

Hay mucha gente como Mammone en las universidades británicas, “gente que llegó por la apertura del sistema británico, el intercambio rico de ideas, esta bienvenida multicultural de las mentes extranjeras”. Ahora, dice, “muchos se están yendo. Hay distintas aproximaciones. Parece que ciertos temas quedaron fuera de los límites. Cierto nacionalismo ha regresado. Si le sumas la mercantilización de la educación superior en Reino Unido, las universidades ya no son lo que eran”.

Mammone pudo ver que esto era “demagogia en acción”, dice. “Los análisis de los partidarios del Brexit eran tan pobres; estaba claro que nunca podrían llevar a cabo lo que prometían. Solíamos hablar del pragmatismo británico, pero dejar la UE acerca Reino Unido a la política populista que hay en ciertas partes del continente”.

El investigador dice que siente “una traición, un rechazo a la identidad europea”. “Fue una conmoción cuando sucedió, ciertamente. Políticamente, culturalmente, Reino Unido mostró una cara diferente. Ya no me consideraban ciudadano. No tenía razones para quedarme: ni una familia, ni el clima, ni la comida. Ya no era especial”.

Mammone echa de menos Londres. “O al menos una versión nostálgica y romántica de Londres: el dinamismo y el verde. Pero volví un mes este otoño y ha cambiado. En Italia hay una especie de renacimiento post pandémico; en Londres, sientes lo contrario. Cada día estoy más convencido de haber tomado la decisión correcta”.

Extranjera en su país

Tras 19 años en Reino Unido, Joke Qureshi pasó a escribir su nombre como se pronuncia en holandés: Yoka. También es el nombre de la nueva banda que formó con su marido británico, Ray, al regresar a los Países Bajos. “No todo ha sido fácil”, dice. “Me sentí como una extranjera en mi propio país: mucho seguía igual, pero otras muchas cosas eran completamente distintas. No sabía cómo funcionaban las cosas. Me sentí sola a veces; también incomprendida”.

Estaba además decepcionada, al descubrir que escaparse del Brexit no significaba haber escapado de lo que lo había alimentado. “Toda la retórica de ‘nuestro país está lleno’, la idea de que los inmigrantes le quitan el trabajo a la gente, que son la causa de la escasez de viviendas, que vienen por ‘nuestro’ dinero, eso también existe aquí”, dice.

Qureshi aterrizó en Londres en 2002, con 29 años, desde Ámsterdam. Consiguió trabajo en un pub, luego como reclutadora, luego en una agencia de viajes y tocaba con su banda los fines de semana. Ray, que es conductor de camiones de día, se unió a la banda como guitarrista en 2011. Ella estudiaba para conseguir su título en políticas sociales de la Open University, trabajaba como voluntaria en un servicio contra la delincuencia juvenil y después se convirtió en docente de educación especial, un trabajo que amaba.

En agosto de 2016, unas semanas después del referéndum, ella y su pareja se mudaron a Kent. “Todavía había carteles del Brexit en todos lados”, dice. “En el pub, la gente asumía simplemente que estábamos de acuerdo. Yo estaba nerviosa, sin saber bien qué decir. Pero cuando fui a ver a mi madre a los Países Bajos, todo fue muy fácil. Sentí que pertenecía al lugar. Como que no tenía que fingir. A Ray también le encantó”.

Cuando finalmente decidieron mudarse, en junio de 2020, fue duro: Ray tenía que ser residente en los Países Bajos antes de que terminara el periodo de transición o se enfrentaría a una serie de complicaciones, que incluían una evaluación de holandés. Pero las piezas encajaron. Antes de irse, Qureshi consiguió trabajo en protección juvenil; Ray comenzó a conducir camiones nada más llegar. Encontraron un hogar con jardín y un taller para el pasatiempo de Ray, la fabricación de guitarras.

La pandemia no ha hecho la vida más fácil, pero sienten que van por el buen camino, dice Qureshi. La banda está tocando, la vida social se aviva. “Echo de menos a mis amigos, mi antiguo trabajo como docente, extraño la escena del blues británica, que era muy cálida”, dice. “Extraño a los británicos agradables. Ray extraña mucho el buen curry. Pero estoy feliz de habernos ido”.

Sensación de traición

El inglés era la asignatura en la que sacaba peores notas y por eso Ollivier-Minns se fue a Reino Unido en 1986, a los 19 años, para mejorar. “Pensé que pasaría el resto de mi vida aquí”, dice. “Amaba el país. Abracé su cultura. Realmente era mi hogar”.

En más de tres décadas en Reino Unido, trabajó como au pair, enfermera auxiliar, profesora de francés y escultora, viviendo primero en Londres y luego cerca de Great Yarmouth, y –durante 24 años– en una “casa grande con un jardín encantador” en Norwich. Se casó con un británico y tuvo dos hijos, que ahora tienen 24 y 27 años.

En septiembre de 2018, se mudó a una casa de una sola habitación cerca de Nantes, donde creció y tiene familia y amigos. “Tuve que irme”, dice. “El peso del Brexit se volvió enorme. La división, la apatía, la sensación de traición. No pude quedarme. Se convirtió en algo casi físico”.

Sus últimos dos años en Reino Unido fueron “sofocantes, intolerables”. “Me robaron a mis amigos”, dice, ya que se sintieron incómodos por el referéndum y se distanciaron. “El Brexit me robó mi hermoso hogar, que ya no lo parecía. Ensució los valores británicos compartidos, me ensució a mí en el proceso. Me hizo sentirme insegura”.

Ollivier-Minns no confió en el esquema de asentamiento para la UE. “Veía la discriminación que se aproximaba, ese ‘nosotros contra ellos’ tan peligroso”, dice. “Tuve que irme”. El Brexit, según ella, también le costó su matrimonio. “Me desenamoré del país, me desenamoré de mi marido. Así que después de más de 30 años juntos, nos divorciamos cuando regresé a Francia. Fue muy tenso”.

Reconstruir una vida nueva en Francia después de haber pasado tanto tiempo lejos, luchar contra la burocracia y montar un nuevo hogar resultó ser “un desafío enorme, pero también una distracción”. Dice que tiene mucho menos dinero. “Terminé noviembre con 35 euros en el banco”, dice.

“Lo que más echo de menos son mis hijos. Son británicos; no se sienten para nada franceses. Ese es el mayor sacrificio, un sacrificio enorme. Echo de menos los pubs ingleses. Echo de menos el té de PG Tips. Echo de menos hablar inglés; amo este idioma. Lo echaba tanto de menos que armé un grupo para conversar en inglés aquí”.

Pero sigue enfadada. “Todavía me importa Reino Unido, pero la profunda sensación de traición no se irá”, dice. “Me disgusta lo que sucedió, lo que todavía sucede. Pero salí más feliz de ello. Tuve que cuidarme a mí misma. No hay precio para la libertad y la seguridad”.

¿Cuándo vuelves a casa?

Aichbauer volvió a Austria, su país de origen, en octubre del año pasado, con su pareja –británico– y su hija. “Fue un alivio”, dice. “Podría haberme quedado y sacado provecho. Pero estoy muy agradecida de que Craig también quisiese partir”.

Trotamundos veterana, Aichbauer llegó a Reino Unido en 2001, a los 28 años, siguiendo a un irlandés de quien se había enamorado en un viaje en moto por la India. Se instaló en Brighton y trabajó en el café de un museo para financiar sus viajes. Conoció a Craig en 2009 y viajó por Asia con él durante 14 meses. Luego se quedó embarazada de Judith y se mudó con Craig a la casa de su madre en Fens. Más tarde se compraron una casa cerca de Wisbech.

“Me formé como profesora de natación para bebés e instructora de yoga para embarazadas, y me encantaba”, dice. “Craig hacía turnos en un almacén y consiguió trabajo de fontanero. Teníamos toda nuestra vida aquí. Una vida feliz”.

El referéndum fue “devastador”. Toda la familia de Craig había votado a favor del Brexit. El pub ya no era tan amigable. “Me preguntaron varias veces: ‘¿Cuándo vuelves a casa?’ Y yo pensé que no tenía por qué pasar por eso,” dice Aichbauer.

“Craig fue muy honesto”, dice. “Dijo que no tenía las agallas”. Pero su trabajo cerró por la pandemia, y en mayo de 2020 Aichbauer se fue con Judith a Austria seis semanas. “Lo pasamos mejor que nunca”, dice. “Llamábamos a Craig todos los días. Pero fue un amigo inglés quien le convenció. Le dijo que el rumbo de Reino Unido era claro”. Ella no olvidará la fecha fácilmente. “El 6 de julio. Me llamó, dijo que había hablado con un agente inmobiliario y que la casa estaba en venta. A partir de entonces todo fue muy rápido”. Tenían que avanzar rápido: tal y como las parejas de otros ciudadanos, Craig tenía que estar en Austria antes de que terminara el período de transición.

Tuvieron suerte: la antigua casa familiar Aichbauer, ahora en propiedad de su hermana, se usaba sobre todo para vacaciones, así que pudieron quedarse allí. En los Alpes, donde se encuentran Austria, Italia y Eslovenia, la mayoría de los trabajos son de temporada, pero Aichbauer encontró un puesto permanente como asistente en la clínica veterinaria local, y Craig trabaja como fontanero. A Judith le encanta su escuela.

“No me arrepiento de nada”, dice Aichbauer. “Echo de menos mi trabajo y mis adorables colegas. A Craig le cuesta un poco el invierno, por el peso de la nieve. Pero si observo la dirección que Reino Unido ha tomado y reflexiono, no habría sido honesta conmigo misma si me hubiera quedado”.

La idea de Reino Unido

Pavelková volvió a sus orígenes, Praga, desde donde no hay mucho que eche de menos del país que fue su hogar durante 15 años. “No soy una gran aficionada al té”, dice. “Pero sí echo de menos la transparencia, la tolerancia: echo de menos la idea que tenía de Reino Unido antes del Brexit”.

Paveloková se fue a Reino Unido después de graduarse como veterinaria en la República Checa en 2006. Consiguió trabajo en Lancashire, donde lo tuvo difícil al principio. Pero después de viajar un tiempo, regresó en 2010, se afincó en Cheshire, se certificó como cardióloga veterinaria en 2014 y trabajó en un hospital para animales en Manchester.

“Creo que fui un poco ingenua con respecto al Brexit”, dice. “No creí que los británicos serían tan estúpidos como para votar a favor de dejar la UE. Pero empecé a preocuparme cuando se acercaba el referéndum y la gente de mi alrededor decía que sí”.

El resultado, dice Paveloková, le “cambió la vida”. “Me derribó por completo. Me dieron pánico las consecuencias –para mi empleo, mi trabajo, mi libertad de movimiento. Estaba claro que los ciudadanos de la UE nunca estarían al mismo nivel, que mi país no volvería a ser el mismo”.

Escuchó a una enfermera decirle a un colega que había votado a favor del Brexit “porque no me gustan los inmigrantes”. Un vecino le preguntó cuándo se iría. Un cliente que llevó a su perro traía orgulloso una camiseta que decía “Voté a favor de la salida de la UE”.

“Todo el ambiente era diferente”, dice Pavelková. Solicitó una residencia permanente en Reino Unido, antes de percatarse de que no podía por no haber tenido un seguro médico privado mientras estudiaba.

Luego, en 2018, conoció a su marido británico, Stuart. “Para entonces me había calmado un poco”, dice Pavelková. “Pero ninguno de los dos sentía que nuestro futuro estuviera en Reino Unido. A ninguno de los dos le gustaba la dirección que estaba tomando el país. Decidimos irnos en enero de 2020 y sabíamos que debíamos irnos antes de fin de año”.

Pavelková solicitó la ciudadanía británica. Dice: “No estoy orgullosa de tener la doble nacionalidad; fue necesario solamente para conservar los derechos que tenía”. Pero en diciembre la pareja se mudó a Praga. Montó su propia clínica veterinaria y Stuart, que es responsable medioambiental en Reino Unido, trabaja desde casa.

Pavelková ha vuelto unas pocas veces para reemplazar a compañeros de trabajo, pero tiene sentimientos encontrados. “Echo de menos a mis compañeros; somos una comunidad pequeña, muy cercana y amigable”, dice. “Me encanta ver a mis amigos y a mi familia. Pero Reino Unido ha cambiado. Es más barato vivir en Praga, y es más fácil. La calidad de vida es mejor. Estamos más felices”.

Traducción de Ignacio Rial-Schies