Durante más de diez años en su paso por el reality The Apprentice, Donald Trump construyó su marca personal con dos palabras: “¡Estás despedido!”. Y en su primer mandato en la Casa Blanca (2017 - 2021), no dudó en mostrar la puerta a su personal, a menudo a través de un tuit abrasivo. Pero desde que inició su segundo mandato como presidente de Estados Unidos en enero, Trump parece haberse convertido en un jefe inusualmente cauto, más proclive a contratar que a despedir.
Mientras que su primer mandato se caracterizó por el caos —en los primeros 14 meses se produjo la mayor renovación de gabinete de cualquier presidente de EEUU en un siglo—, el segundo ha sido estable comparado con el anterior, con un equipo que se ha mantenido prácticamente intacto.
Trump afirmó recientemente que cree que su gabinete es “fantástico”, restando importancia a las informaciones sobre un supuesto malestar con su secretario de Defensa, Pete Hegseth, o con la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem. “Leo esas mismas historias en las que se dice que estoy descontento con este o con aquel, y no es así. Creo que el gabinete ha hecho un gran trabajo… Tenemos un gabinete fantástico”.
Si eres leal y luchador, la balanza tenderá a inclinarse a tu favor, incluso si cometes errores. Los errores son secundarios y la lealtad y la agresividad constante son primordiales. Estoy seguro de que a Trump le encanta el hecho de que Hegseth nunca se eche atrás, nunca admita sus errores
Esa confianza ha persistido a pesar de las polémicas constantes. Hegseth ha sido objeto de escrutinio por su uso indebido de la aplicación de mensajería Signal y por su gestión de las operaciones militares en el Caribe. Noem ha sido criticada por sus gastos extravagantes y por su disputa con el llamado “zar de la frontera”, Tom Homan.
El director del FBI, Kash Patel, ha suscitado críticas tanto de demócratas como de republicanos por su gestión de investigaciones sensibles; mientras que la directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, levantó suspicacias a principios de este año al advertir, en un mensaje grabado en vídeo, de que el mundo estaba “al borde de la aniquilación nuclear”.
El episodio más cercano a una destitución se produjo cuando, el pasado mayo, el asesor de seguridad nacional, Mike Waltz, fue sustituido discretamente por Marco Rubio, solo para ser reciclado más tarde como candidato de Trump a embajador de EEUU ante Naciones Unidas.
Para sus detractores, la explicación es sencilla. El presidente ha reunido una corte de fieles más vinculados por la lealtad personal que por la independencia institucional. Y ponen como ejemplo las reuniones del gabinete en las que los secretarios se esfuerzan por superarse unos a otros prodigando generosos elogios a su jefe.
Trump sabe que en este momento hay menos posibilidades de que el Senado confirme al tipo de personas que él quiere. No va a conseguir otro Hegseth, no va a conseguir otra Gabbard, no va a conseguir otro RFK Jr. Eso pertenece al pasado
Según Bill Galston, investigador principal de Brookings Institution (un influyente centro con sede en Washington especializado en análisis de políticas públicas, gobernanza y relaciones internacionales), el equipo de Trump “funciona en un entorno en el que la lealtad está por encima de todo. Si eres leal y luchador, la balanza tenderá a inclinarse a tu favor, incluso si cometes errores. Los errores son secundarios y la lealtad y la agresividad constante son primordiales”. “Estoy seguro de que a Trump le encanta el hecho de que Hegseth nunca se eche atrás, nunca admita sus errores”, agrega Galston.
Hay más razones para que Trump diga que “no estás despedido”. Despedir a un miembro del gabinete supone tener que nombrar un sustituto, lo que podría implicar un complicado proceso de confirmación en el Senado. Incluso cuando Trump estaba en la cima de su poder a principios de este año, Hegseth se enfrentó a una difícil votación, mientras Gabbard y Robert F. Kennedy Jr., ahora secretario de Salud, consiguieron solo dos votos más de los necesarios para ser confirmados en sus cargos.
Ahora, con la caída en picado de la popularidad de Trump y en un año elecciones legislativas de mitad de mandato, que se celebrarán en noviembre de 2026, el Senado podría mostrarse más escéptico ante las decisiones poco convencionales del presidente.
Galston, que fue asesor de política interior del expresidente demócrata Bill Clinton, también señala que “es razonable afirmar que los republicanos en el Congreso son menos complacientes que hace un año, porque sin duda se han dado cuenta de que la popularidad del presidente entre el público ha disminuido notablemente y que podrían verse arrastrados con él”. “Es fácil imaginar que los procedimientos de confirmación se convertirían en un escenario propicio para críticas desfavorables sobre lo ocurrido en esos departamentos o agencias bajo el liderazgo anterior durante el primer año, y eso tampoco sería bueno”, subraya el experto.
Rick Wilson, exestratega republicano, coincide con esta visión. Según él, “Trump sabe que en este momento hay menos posibilidades de que el Senado confirme al tipo de personas que él quiere. No va a conseguir otro Hegseth, no va a conseguir otra Gabbard, no va a conseguir otro RFK Jr. Eso pertenece al pasado”.
Además, Trump no quiere admitir que cometió un error. Wilson, cofundador del Lincoln Project (un influyente comité de acción política creado por estrategas republicanos para oponerse a Donald Trump), indica que “Trump no quiere despedir a nadie. La razón es que siente que eso supone una victoria para los medios. Cree que los medios siempre salen ganando cuando despide a alguien”.
Es razonable afirmar que los republicanos en el Congreso son menos complacientes que hace un año, porque sin duda se han dado cuenta de que la popularidad del presidente entre el público ha disminuido notablemente y que podrían verse arrastrados con él
La moderación del presidente en este segundo mandato contrasta con el primero, definido por una sucesión de destituciones relevantes: el entonces director del FBI, James Comey, apodado “el peor líder en la historia de la agencia”; el jefe de gabinete de la Casa Blanca, Reince Priebus, abandonado en una pista de aterrizaje bajo la lluvia; y el secretario de Estado Rex Tillerson, presuntamente despedido mientras estaba sentado en el inodoro.
Nadie encarnó mejor la agitación y la turbulencia que Anthony Scaramucci, destituido tras solo 10 días como director de comunicaciones de la Casa Blanca por un crudo enfrentamiento verbal con otros miembros del equipo de Trump.
La diferencia ahora es, en parte, una cuestión de familiaridad. Durante su primer mandato, Trump nombró a figuras como Jim Mattis, un exgeneral muy respetado al que el presidente apenas conocía y que más tarde dimitió como secretario de Defensa por discrepancias en política exterior. Hegseth, por el contrario, lleva más de diez años en la órbita de Trump y es un adulador empedernido.
Tara Setmayer, cofundadora y directora ejecutiva de Seneca Project (comité de acción política liderado por mujeres), señala que la razón por la que no se ven tantos despidos esta vez es porque “lo importante es la adulación”. “Trump ha llenado su gabinete de personas que son ante todo leales y no competentes. Ha neutralizado el Congreso de una manera sin precedentes. Con la combinación de la falta de rendición de cuentas y los leales a un nivel que no vimos en el primer mandato, no es de extrañar que no haya habido una gran rotación. Están haciendo todo lo que Trump quiere que hagan a costa del país”, explica.
Sin embargo, lo cierto es que ha habido purgas de otro tipo. Trump inició su presidencia a comienzos de 2025 alentando a millones de trabajadores federales a que presentaran su renuncia y ha destituido a los miembros que quedaban de los consejos asesores, mientras que el Departamento de Justicia ha despedido a docenas de fiscales de carrera, incluidos los vinculados a investigaciones que involucran al propio Trump.
Traducción de Emma Reverter