¿Ha perdido Trump la cabeza? Un año de momentos inexplicables del presidente de EEUU
En un discurso a la nación desde la Casa Blanca, Donald Trump afirmó hace unos días que, en estos 11 meses de mandato, su administración había traído “más cambios positivos” que cualquier gobierno anterior en la historia de los EEUU. “Nunca ha habido nada igual”, añadió.
Es cierto que el segundo mandato de Trump ha sido inusual, pero seguramente por algunos aspectos de los que el presidente no se ha percatado. En estos meses, Trump, de 79 años, ha mostrado un comportamiento errático y extraño, lo que ha dado lugar a especulaciones y dudas sobre su capacidad mental y física.
Trump se ha quedado aparentemente dormido durante algunas reuniones relevantes; en otras, se ha desviado de los asuntos que se estaban debatiendo, hasta el punto de realizar exóticas digresiones sobre decoración de interiores o sobre ballenas y pájaros. De forma frecuente, sus apariciones públicas han carecido de un hilo conductor, y ha dedicado parte de sus intervenciones a divagar sobre cómo sube o baja Barack Obama las escaleras, o para inventar historias sobre los vínculos de su familia con Unabomber.
Ese comportamiento impredecible ha obligado a la Casa Blanca a defender de manera continua la agudeza mental de Trump, a menudo en los términos hiperbólicos que el propio presidente utiliza. Trump mismo ha presumido de haber “bordado” un examen para detectar signos tempranos de demencia, pero durante sus meses en el cargo, los ejemplos de comportamiento inusual se han acumulado.
A mediados de julio, Trump contó con detalle una historia sobre cómo su tío, el fallecido John Trump, había sido profesor de Ted Kaczynski, conocido como Unabomber por sus envíos masivos de cartas bomba durante años, en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). “Yo le dije: ‘¿Qué clase de estudiante era, tío John?’. ‘¿Qué clase de estudiante?’ Y luego, él me contesto: ‘En serio, bueno. Él corregía, iba corrigiendo, a todo el mundo’. Pero no le fue muy bien”.
El problema es que esos recuerdos de Trump no podían ser ciertos. Primero, porque el tío de Trump murió en 1985 y Kaczynski solo fue identificado públicamente como Unabomber en 1996. Segundo, porque Kaczynski nunca estudió en el MIT.
Más tarde ese mismo mes de julio, durante una reunión con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, Trump pasó abruptamente de discutir sobre inmigración a cargar contra los “molinos de viento”. Hablando sin parar y sin que nadie le preguntara sobre ello, Trump afirmó, sin prueba alguna, que las turbinas vuelven a las ballenas “locas” y que la energía eólica “mata a los pájaros” (la realidad es que la proporción de pájaros muertos por molinos eólicos es muy reducida comparada con el número de muertes causadas por los choques con líneas eléctricas).
Otro episodio que planteó dudas sobre el estado mental de Trump tuvo lugar en septiembre. Trump convocó a los principales comandantes militares del país a una reunión en Virginia y pronunció un discurso centrado en promocionar sus supuestos éxitos antes de decir esto:
“América es respetada de nuevo como país. No se nos respetaba con Biden. Lo veían caerse por las escaleras todos los días. Todos los días, el tipo se caía por las escaleras”.
Hasta ahí todo parecía formar parte de las obsesiones de Trump hasta que continuó su discurso así:
“Y viéndolo, dije: ‘No es nuestro presidente. No podemos permitirlo’. Yo soy muy cuidadoso, como sabéis, cuando bajo las escaleras... con escaleras, yo... camino muy despacio. No hay necesidad de batir un récord, limítate a intentar no caerte porque eso nunca termina bien. Algunos de nuestros presidentes se han caído y eso acabó convirtiéndose en parte de su legado. No, aquí no queremos eso. Hay que caminar bien y con tranquilidad. No hay que batir ningún récord. Baja bien, baja bien, pero no, no bajes las escaleras dando saltitos. Esa es la única cosa que Obama… no tuve ningún respeto por él como presidente, pero él bajaba las escaleras dando saltitos, nunca he visto... tará, tará, tará, bop, bop, bop, bajaba las escaleras, no se agarraba. Y yo pensaba ‘es genial, pero yo no quiero hacerlo’. Supongo que podría hacerlo, pero podrían pasar cosas malas y, claro, solo hace falta que te pase una vez… pero, bueno, él hizo un trabajo pésimo como presidente”.
La Casa Blanca ha rechazado repetidamente las preguntas sobre la capacidad mental de Trump. A comienzos de año un portavoz de la Administración dijo a The Guardian que su “agudeza mental es insuperable”. Por su parte, Ronny Jackson, un congresista republicano que fue antes médico de Trump, ha llegado a decir de él que es el “presidente más sano que esta nación haya visto jamás”.
Pese a ello, es poco probable que la especulación sobre la salud de Trump desaparezca. Varios medios aseguran que los demócratas planean hacer de su agudeza mental y capacidad un tema clave antes de las elecciones de medio mandato que se celebrarán en 2026.
Y si ese es su plan, no les va a faltar munición. En noviembre, Trump, la persona de mayor edad en ser investida presidente de EEUU, dijo que se había sometido a una resonancia magnética, pero que no podía recordar qué parte de su cuerpo había sido sometida al examen. También el mes pasado pareció quedarse dormido durante una comparecencia en el Despacho Oval. Lo mismo volvió a ocurrir a principios de diciembre durante una reunión del gabinete retransmitida en directo. El episodio volvió a repetirse dos semanas después, en una comparecencia ante la prensa para anunciar reformas sobre la regulación del cannabis.
A principios de este año, Trump confundió Albania con Armenia al referirse a un acuerdo de paz que afectaba a esta última; al hablar sobre el autismo en un discurso en la Casa Blanca, reflexionó sobre “ciertos elementos de genialidad que se le pueden atribuir a un bebé”. Y al anunciar que se otorgarían 13 subvenciones para investigar el autismo, Trump añadió: “Nada malo puede pasar, solo pueden pasar cosas buenas”.
Además de esos momentos de declaraciones extravagantes o confusas, ha habido episodios en los que Trump ha arremetido contra personas o colectivos sin ningún tipo de inhibición. Solo en diciembre, afirmó que los migrantes somalíes eran “basura” y, en un gesto que ha escandalizado incluso a algunos republicanos, llegó a culpar al director Rob Reiner de su propia muerte a manos de su hijo.
Trump ha encontrado tiempo para decir y hacer estas cosas a pesar del horario reducido con el que está trabajando en esta presidencia. De media, sus eventos programados no comienzan hasta el mediodía y su agenda generalmente termina a las cinco de la tarde, una jornada laboral más corta que la de su primer mandato, según un análisis del New York Times. En ese contexto, el número de las apariciones oficiales de Trump ha disminuido un 39%.
Frente a estos datos, un portavoz de la Casa Blanca ha afirmado a The Guardian que “no todas las reuniones del presidente figuran en la agenda diaria que se distribuye a la prensa”.
Por su parte, Liz Huston, secretaria de prensa adjunta de la Casa Blanca, ha respondido a las preguntas del mismo medio en un comunicado asegurando, en el tono habitual en la Administración, que “The Guardian es un portavoz de la izquierda que debería estar profundamente avergonzado de publicar basura sobre Trump. Como el médico del presidente, el doctor Sean Barbabella, ha dejado claro una y otra vez —y como el pueblo estadounidense ve con sus propios ojos cada día—, que el presidente Trump tiene una excelente salud. La ética de trabajo implacable, la energía inigualable y la cercanía histórica del presidente Trump contrastan enormemente con lo que vimos en los últimos cuatro años, cuando los fracasados medios tradicionales ocultaron deliberadamente el grave declive mental y físico de Joe Biden al pueblo estadounidense. Impulsar estas narrativas falsas y desesperadas ahora sobre el presidente Trump es la razón por la que la confianza de los estadounidenses en los medios ha alcanzado un nuevo mínimo histórico”.
Es cierto que una encuesta del Pew Research Center realizada en noviembre señaló que el 56% de los adultos de EEUU “dicen que tienen mucha o algo de confianza en la información que obtienen de los medios de noticias”, lo que supone una caída de 11 puntos respecto a marzo de 2025, y 20 puntos menos que en 2016.
Pero también es cierto que en noviembre una encuesta de Gallup concluyó que solo el 36% de los adultos estadounidenses aprueban el desempeño de Trump, la cifra más baja de su segundo mandato. A principios de año, un sondeo de YouGov indicó que la mitad de los estadounidenses creen que Trump es demasiado mayor para ser presidente.
A lo largo de este año de mandato, la Casa Blanca ha defendido ferozmente a Trump frente a las acusaciones de que está sufriendo una decadencia física y mental. Sin embargo, es muy poco probable que las dudas sobre la salud de Trump, que va a cumplir 80 años en junio, desaparezcan.
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