Min Geum-nan camina hacia un contenedor metálico situado frente a su edificio de viviendas en el distrito de Gangdong, al este de Seúl, llevando una pequeña bolsa con restos de verduras. Acerca su tarjeta de residente al lector, la tapa se abre, vacía el contenido y vuelve a escanearla, y una pantalla digital le indica el peso exacto: 0,5 kilogramos.
“No te queda más remedio que prestar atención, porque sabes exactamente lo que estás desperdiciando”, explica Min, que vive en este complejo desde hace 15 años y vio cómo se implantaba el sistema en 2020.
Su rutina forma parte del drástico cambio nacional que se ha producido en los últimos 20 años en Corea del Sur. El país recicló en 2023 el 96,8% de sus 4,81 millones de toneladas de residuos alimentarios, según el Ministerio de Clima, Energía y Medio Ambiente; una transformación lograda gracias a unas estrictas normas de eliminación, una infraestructura de procesamiento específica y, cada vez más, el uso de contenedores con identificación por radiofrecuencia (RFID) que registran los residuos al gramo.
Los residuos alimentarios representan un importante desafío climático a nivel mundial. Cada año se tiran más de 1.000 millones de toneladas de alimentos en todo el mundo, lo que genera hasta el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Muchos países siguen enviando la mayor parte de estos residuos a los vertederos.
Un país pionero
Sin embargo, Corea del Sur lleva mucho más tiempo que la mayoría de los países lidiando con su problema de residuos, ya que sus principales vertederos alcanzaron su capacidad máxima a principios de la década de los 90. La crisis provocó una reforma estructural del sistema y la implantación de un plan nacional de pago por generación de residuos en 1995. Los residentes debían comprar bolsas de basura oficiales, lo que redujo los residuos. Sin embargo, tuvieron que abordar un problema inesperado: una vez separados los materiales reciclables, como el papel, los restos de comida quedaban húmedos en la basura general, lo que empeoraba los problemas de olores.
La práctica de enviar alimentos al vertedero se prohibió definitivamente en 2005, cuando se impuso la separación obligatoria. Los métodos de recogida variaron en los primeros años, pero la estandarización se aceleró a partir de 2013, cuando se prohibió el vertido al mar de lixiviados, el líquido procedente del procesamiento de los residuos alimentarios, lo que obligó a procesarlos en tierra. La mayoría de las zonas utilizaban bolsas amarillas prepagadas, lo que fomentaba la frugalidad, pero creaba inconvenientes: las bolsas se llenaban lentamente, especialmente en los hogares pequeños, y a los residentes no les gustaba almacenar residuos malolientes durante los veranos húmedos.
A principios de la década de 2010 se introdujeron los contenedores RFID, diseñados para que la eliminación de residuos fuera más precisa y transparente, y ahora están muy extendidos en las ciudades. La tarifa, de 130 wones (unos ocho céntimos de euro) por kilo en Seúl, se añade automáticamente a las facturas mensuales de mantenimiento.
Para Min, el sistema ha cambiado los hábitos del hogar. Cada casa tiene su propio método para eliminar la humedad de los desperdicios, afirma. “Si no se elimina el agua, sale caro. La gente la exprime, lo escurre e incluso utiliza coladores. Uno aprende sus propios trucos”, dice. Poder desechar pequeñas cantidades varias veces al día también significa que ya no se preocupa por los olores o las moscas. “Es más cómodo”, dice. “Puedo tirar cosas en cualquier momento”.
Se reduce el desperdicio
Seúl cuenta con 27.289 unidades RFID, que dan servicio al 81,6% de los residentes en apartamentos. La cobertura total en todos los tipos de viviendas es del 37,9%. A nivel nacional, 150.738 unidades dan servicio a 8,54 millones de hogares en apartamentos en 186 de los 229 municipios del país. El cambio ha dado resultados cuantificables: desde que se inició la implementación en toda la ciudad en 2013, el desperdicio de alimentos de Seúl se ha reducido en un 23,9% en una década, pasando de 3.181 toneladas diarias a 2.419.
Los estudios en comunidades de vecinos individuales muestran descensos aún más pronunciados. Una investigación realizada en cinco edificios de apartamentos de Seúl reveló una reducción media del 51% una vez que los residentes pudieron ver —y pagar— el peso exacto de lo que tiraban. En Siheung, una ciudad al sur de Seúl, las autoridades informan de una reducción del 41% en los edificios que han adoptado la tecnología.
Desde los contenedores, los residuos —que ascienden a unas 300 toneladas diarias en el este de Seúl— se llevan al centro de reciclaje del distrito de Gangdong, donde la maquinaria de procesamiento está construida bajo tierra para minimizar las quejas por los olores. Los residuos entrantes se trituran y se extraen los materiales extraños, como fragmentos de metal o bolsas de malla para cebollas, antes de que los residuos avancen hacia el interior del sistema.
Una segunda vida para la basura orgánica
A continuación, se prensan para extraer el agua, y el líquido separado se introduce en digestores anaeróbicos. El biogás resultante alimenta el proceso de secado y los sistemas de control de olores de la instalación. Los sólidos restantes, aproximadamente el 10% del volumen original, se secan, se vuelven a cribar para detectar contaminantes y se procesan para convertirlos en pienso para pollos que se vende en todo el país e incluso se exporta. Las cifras nacionales muestran que alrededor del 42% de los residuos alimentarios reciclados se convierten en pienso para animales, el 33% en compost y el 16% en biogás.
Si la familia no se lo come todo, la próxima vez preparo menos comida. Empiezas a pensar de otra manera
Esto también tiene un impacto en las cocinas de las personas. Para muchas familias, dice Min, la pantalla digital situada encima del contenedor ha convertido el control de las raciones en parte de la vida cotidiana. “Si la familia no se lo come todo, la próxima vez preparo menos comida. Empiezas a pensar de otra manera”. Las normas culturales y la normativa refuerzan este hábito, y los tablones de anuncios de la comunidad recuerdan periódicamente a los residentes las normas de clasificación de residuos. “Aquí la gente está acostumbrada a hacer las cosas bien”, afirma.
A pesar de su éxito, el programa se enfrenta a varios retos. La financiación del Gobierno central para la instalación finalizó en 2014, lo que significa que las autoridades locales deben sufragar cualquier máquina nueva. Los municipios más pequeños o más pobres han tenido dificultades para mantenerse al día, y varios han informado de retrasos o de una adopción más lenta debido a las restricciones presupuestarias. Las generaciones anteriores de máquinas también han sufrido corrosión debido al alto contenido en sal de la comida coreana, lo que se suma a los costes de sustitución y mantenimiento.
Seúl busca seguir reforzando el sistema. La ciudad se ha comprometido a reducir los residuos alimentarios en un 20% para 2030 en comparación con los niveles de 2019 y a ampliar el uso de contenedores RFID al 90% de los complejos de apartamentos. También tiene previsto introducir un sistema de recompensas basado en puntos a partir de 2026, que otorgará a los hogares créditos que podrán utilizar para gastos como las facturas de servicios públicos si reducen sus residuos.
Los países que están explorando los sistemas de pago por generación de residuos suelen tener dificultades con los residuos alimentarios, que son más pesados, más húmedos y más variables que los envases o las botellas. El modelo de Corea del Sur funciona porque combina varias políticas —prohibición de los vertederos, reciclaje obligatorio, medición precisa y plantas de procesamiento específicas— desarrolladas a lo largo de 30 años.
Para Min, sin embargo, el sistema sigue siendo muy sencillo. “Separar los residuos alimentarios del resto de basura es algo obvio”, afirma. Y remacha: “Sería extraño no hacerlo”.
Traducción de Emma Reverter.