Youmna El Sayed, periodista freelance egipcia palestina, cubrió los siete primeros meses del genocidio desde la Franja de Gaza, donde vivía con su marido y sus cuatro hijos pequeños, el mayor de doce años y la menor, de cuatro. En ese periodo se vio obligada a desplazarse en seis ocasiones, sobrevivió a varios ataques, perdió a seres queridos, fue testigo de matanzas y recibió amenazas de muerte del Ejército israelí, como otros muchos periodistas palestinos.
Es probable que su rostro les suene: aparecía a diario en el canal en inglés de Al Jazeera informando de los crímenes y la devastación cotidiana. A sus 34 años ha experimentado lo insoportable y ha afrontado grandes retos vitales y profesionales, combinando la preocupación por la seguridad de su familia con la urgencia por ejercer su trabajo recopilando información en el terreno e intentado proteger su propia vida.
Ahora vive refugiada en El Cairo, a donde tuvo que huir con su familia para no terminar siendo asesinada en el lugar del mundo con más periodistas muertos por ataques militares. Echa de menos la intensidad del trabajo periodístico y busca el modo de volver a ejercerlo diariamente “para mostrar cómo es el mundo, señalando las injusticias y la capacidad humana de sostener la dignidad y la vida”.
Habla de todo ello con elDiario.es en Barcelona, donde participó en el Fórum Unsilenced.
¿Cómo es la situación ahora en Gaza y qué piensa del plan presentado por Trump?
El alto el fuego se ha roto en cientos de ocasiones, más de 300 civiles han sido asesinados desde entonces, hay presencia militar israelí en más de la mitad de la Franja y no se está cumpliendo el compromiso para que entre una ayuda humanitaria diaria de 600 camiones. Durante las primeras semanas solo entraron entre 100 y 140 camiones al día, y sin combustible.
La comida que están permitiendo pasar no es suficiente para la población de Gaza, ni tampoco la clase de alimentos. No es que haya riesgo de malnutrición, es que ya hay malnutrición. Ante ello, la gente necesita comida de calidad y en buena proporción, y eso no está llegando.
Se necesita leche de fórmula para los bebés, se necesitan proteínas y alimentos ricos en vitaminas que revivan los cuerpos de los niños en Gaza. Eso no está llegando en las cantidades necesitadas. Lo que llega es mucha azúcar, bebidas azucaradas, chocolate, comida precocinada como fideos secos y otros productos sin valor nutricional.
A eso se suma que la gente está ahora apelotonada en el 25% de la Franja, de un territorio que ya antes de esta ocupación y genocidio era una de las áreas más densamente pobladas del mundo. Más de la mitad de ese territorio está ocupado ahora por el Ejército israelí. Cualquiera que cruce la Línea Amarilla –trazada por Israel y el plan Trump– o se acerque a las zonas ocupadas militarmente por Israel recibe disparos, es asesinado.
El cielo está lleno de drones y no están llegando las tiendas de campaña necesarias para que la gente viva en unas mínimas condiciones. Hacen falta 200.000 tiendas de campaña, teniendo en cuenta que hay dos millones de personas.
El 90% del territorio está destruido y mucha gente vive en las mismas tiendas de campaña de hace dos años, sobre las que ha llovido, están deterioradas por el viento, la lluvia, el sol… Hay un mar de necesidades, un océano de necesidad y no está llegando lo que se necesita para paliar de verdad esta situación.
El plan de Israel es confiscar el territorio de Gaza y eliminar a tanta gente como pueda, de un modo u otro, forzando su marcha o matando
¿Cuál cree que es el objetivo de Israel?
No quiere irse de Gaza. Tras dos años de genocidio, el plan básico es tomar la Franja de Gaza, confiscar las tierras palestinas de la Franja, de lo que queda de Gaza, y eliminar de un modo u otro a tanta gente como se pueda, ya sea forzando su marcha o de otros modos.
Hay muchos modos de morir en Gaza: si no mueres por los ataques, mueres por hambre, si no mueres por hambre, mueres por deshidratación o sed, por enfermedades contagiosas y mortales, o porque tienes heridas y no puedes acceder a tratamiento médico para curarlas bien. Así que no hay modo de escapar.
La presencia del Ejército israelí en Gaza es la prueba más clara de que Israel no quiere irse de Gaza, quiere ocuparla. De hecho siempre se ha hablado en Israel del error de haber abandonado Gaza en 2005, cuando Ariel Sharon ordenó la salida de los colonos de Gaza, unos 7.000.
En los últimos 18 años Israel mantiene la Franja bloqueada, como una cárcel a cielo abierto con la intención de asfixiar, matar y negar derechos básicos y humanos a la población. Pero no lo ha logrado. Por eso este genocidio es la justificación para entrar en Gaza y tomar su territorio.
Ahora lo que está haciendo Israel es dejar claro que facilita y fomenta el viaje de la gente desde Gaza a otros lugares. Lo presenta como voluntario. No hay nada de voluntario en intentar huir de una zona devastada en la que no te queda nada ni tienes garantías de futuro.
Eso es limpieza étnica, porque nadie quiere irse de su tierra pero nadie quiere vivir en un lugar inhabitable. No puedes destruir un territorio, impedir que sea habitable con las mínimas necesidades y después decir que se trata de un desplazamiento escoltado de forma voluntaria o de viajes voluntarios, es una mentira.
Ser periodista en Gaza supone ser un objetivo militar de Israel y llevar un dron israelí sobre tu cabeza, siguiéndote continuamente allá donde vas, conectado a tu móvil
Usted sigue teniendo familia en Gaza, ¿habla habitualmente con ellos?
[Enciende un cigarrillo y se toma unos segundos para dar una primera calada]. Sí, una gran familia. Mi cuñada, sus hijos, su marido están todavía en Gaza. Y toda la familia. Es muy caro poder irse de Gaza. Israel se niega a abrir la frontera en el lado egipcio.
La otra opción es salir a través de la frontera israelí, por donde se ha ido gente, con una agencia coordinada con Israel, que ha enviado a unas 150 personas a Sudáfrica, por ejemplo, a través de Nairobi. Esto es un crimen porque es tráfico de seres humanos.
A esta gente no le sellaron sus pasaportes al irse, es como si hubieran sido traslados clandestinamente de una frontera a otra, y fueron enviados a Sudáfrica. Sudáfrica ha estado ante un dilema ético y moral, porque ¿qué iba a hacer con esta gente? Si rechaza su entrada, ¿a dónde los envía? ¿A Israel? ¿Los enviará Israel a Gaza?
Esa gente tuvo que pagar 2.500 dólares por cabeza para poder irse. Esto lo sé directamente por familias palestinas que han viajado a través de organizaciones que han facilitado su marcha. También es imposible para ellos regresar. La gente lo sabe, pero está desesperada, por sus hijos. Por eso eligen pagar y escapar, los que pueden. Escapan de la muerte.
Hay un mar de necesidades pero lo que llega a Gaza es mucha comida precocinada, bebidas azucaradas, chocolate y otros productos sin valor nutricional
Las fuerzas militares israelíes han matado a más de 250 periodistas en estos dos años, es la mayor cifra de asesinatos de informadores registrada en la historia. ¿Cómo ha sido trabajar en Gaza y cómo tomó la decisión de irse ante las amenazas?
Fue realmente difícil, era arriesgar la vida a diario, porque como periodista eres considerada un objetivo legítimo por los militares israelíes.
Eres perseguida por llevar un chaleco antibalas de prensa y un casco, identificada como reportera. Eso no garantiza tu protección, al contrario, te marca para ser asesinada, y así han muerto muchos compañeros y compañeras.
Emocionalmente es agotador saber que puedes ser la próxima. Sales de casa y tienes un dron sobre ti, siguiéndote de manera continua. Viví a diario con un dron sobre mi cabeza, yendo allá donde yo iba, conectado a mi teléfono, temiendo ser la siguiente y no podía hacer nada al respecto.
Cada vez era más duro, me despedía de mis niños por la mañana y de mi marido sin saber si los volvería a ver, y preocupada porque también a ellos les podían matar, ya que los civiles son también un objetivo. En el caso de mi familia, más aún, porque soy periodista: que yo sea periodista amenaza su vida, no solo la mía. Las familias de los periodistas también son objetivo.
Finalmente recibí amenazas en mi casa, fue obligada a irme cuando las balas de los francotiradores y los tanques israelíes rodearon mi edificio. Lo hicieron porque soy periodista. Como reporteros somos los ojos y los oídos del mundo desde Gaza.
Ejercen una enorme presión para silenciarnos y para que dejemos de mostrar las atrocidades del Ejército militar israelí. No solo documentamos para el presente, documentamos para la historia, recopilamos pruebas, en fotos, en vídeo, en reportajes, con nuestras palabras. Esa documentación no puede ser borrada.
Prohibieron la entrada de los periodistas internacionales e intentaron matar a todos los que recopilaban documentación. He vivido sin comida, sin agua, ni siquiera tenía tiempo para hacer largas colas esperando por un trozo de pan, porque tenía que estar en el terreno recopilando información. Mi marido tenía que estar en casa con los niños, no podía dejarlos.
Mi hija de 8 años apartó mi mano de mi cara y me dijo: 'Mami, no te vengas abajo. Te necesitamos fuerte, porque si te desmoronas no sobreviviremos'
¿Cómo es ser una mujer periodista en Gaza, y cómo se siente observada desde la mirada occidental?
Fui sintiendo que cada vez era más difícil para los periodistas con familia, sobre todo para las mujeres periodistas, sin refugio, viviendo en tiendas de campaña hechas con sábanas, plásticos y palos para protegernos del sol. No tenía lugar para descansar ni posibilidad de quitarme el chaleco para relajar el cuerpo, no teníamos baños, agua, posibilidad de higiene o jabón.
Quiero dejar claro lo que somos las mujeres palestinas. Tenemos una de las cifras más elevadas de la región de mujeres educadas. Muchas estudian en la universidad, incluso con másteres o doctorados, y el 73% de las jóvenes de Gaza terminan sus estudios de secundaria, un porcentaje más elevado que el de los chicos. Somos fuertes, resilientes, formadas.
Recuerdo un día en el que estaba devastada, tras una masacre en Jabalia. Sobreviví de milagro. Terminé mi cobertura, ni siquiera pude ir al hospital a pesar de que resulté herida y, al llegar a casa, de noche, muy tarde, me senté y empecé a llorar.
Puse mi mano sobre mi cara y lloré y lloré, dándome cuenta de que me iban a matar. No solo eso. Que iba a evaporarme. Supe que si ese misil que casi me lleva por delante me hubiera alcanzado, yo me habría evaporado. No habría quedado nada de mi cuerpo, habría explotado por completo.
Los países del primer mundo nos dan lecciones mientras violan los derechos que ellos mismos diseñaron
Mi hija de ocho años entró, pero no me di cuenta porque seguía cubriéndome el rostro. Apartó mi mano de mi cara y me dijo: “Mami, no te vengas abajo. Te necesitamos fuerte, porque si te desmoronas no sobreviviremos”.
Este es el peso que las mujeres en Gaza y las madres en Gaza llevamos a cuestas, más aún cuando trabajas como periodista. No podemos derrumbarnos, tenemos que estar fuertes, porque si no, todo se derrumba. Somos esenciales para la supervivencia de la comunidad. Si nos venimos abajo nuestras familias corren peligro.
Me he sentido muy mal por tener que salir cada día, dejar a mis hijos, no estar con ellos cuando están asustados, no saber si han podido comer algo, si su padre ha conseguido alimento o no. Había días que no podía volver.
Siempre les he explicado que “mamá tiene que hablar sobre miles de otros niños como vosotros pero que no tienen a nadie que hable de ellos”. Ha sido un enorme peso, no podía abandonar mi trabajo.
Las mujeres palestinas somos fuertes, sabemos cómo funciona el mundo, existimos, no solo somos cuerpos inertes entre los escombros o personas llorando desesperadas
¿Se lo planteó en aquellos meses?
Cada vez que me lo planteaba me recordaba a mí misma que toda la gente que sufre en Gaza y los niños que sufren son la motivación por la que necesito seguir como periodista haciendo mi trabajo, en pie, mostrando la realidad.
Por eso no quise limitarme a hacer directos frente a la cámara, quise salir, ver y recabar información, aunque eso suponía arriesgar seriamente mi vida. Pero quería mostrarlo todo, los detalles, no decir solo que hay tantos niños heridos y muertos, quería que la gente de todo el planeta supiera qué clase de heridas tienen estos niños, cómo pasan hambre, cómo viven en las tiendas de campaña, cómo son, y también cómo nosotras, las mujeres, sufrimos todo esto.
¿Cómo lo sufren?
Hay un montón de mujeres y adolescentes tomando pastillas para posponer su menstruación mes tras mes, y eso les está causando complicaciones. Yo misma lo viví, en noviembre y diciembre. Todos los días conté una historia.
Si ahora viajo por todo el mundo desde que dejé Gaza es porque quiero contar todos esos detalles de la vida de la gente en Gaza, en lo que se ha convertido, cuán difícil e indescriptible es.
Las pantallas de la televisión, las cámaras, no reflejan toda la realidad, solo un trozo. Quiero contarlo, a través de mi voz, y quiero que vean la otra cara de las mujeres palestinas. Tenemos educación, conocimiento, cultura, sabemos cómo funciona el mundo, muchas hablamos idiomas. Se nos juzga por las imágenes. No solo somos cuerpos saliendo de entre los escombros o personas llorando desesperadas. No es lo que somos. Somos seres humanos, somos mujeres, existimos.
Y no hablo solo de mí, de Youmna, esto no me refleja solo a mí. Me refiero a muchas, a todas las mujeres que no han tenido el privilegio de poder salir de Gaza, de ser escuchadas, de tener un micrófono para hablar.
Recientemente se aprobó una resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en la línea del plan presentado por Trump. Los Estados no han impuesto sanciones ni se han suspendido las alianzas con Israel desde la Unión Europea, por ejemplo, que es el mayor socio comercial de Tel Aviv. ¿Qué opina de esto?
Durante 77 años esta ocupación ilegal israelí ha sido capaz de infiltrarse en los territorios palestinos, de apoderarse de tierras palestinas, de construir miles y miles de asentamientos ilegales, de provocar guerra tras guerra en Gaza y, finalmente, de impulsar un genocidio. Todo esto ha sido permitido debido a que la comunidad internacional ha fallado.
La comunidad internacional que diseñó el derecho internacional, que habla de principios y regulaciones y que ha creado los organismos de la ONU y otras entidades, no cree en ellos. Ha estado violando las leyes que creó. Esta es la triste realidad que vivimos, con un doble rasero evidente. Occidente trata a Rusia de forma completamente diferente a como trata a Israel. Eso refleja falta de respeto y deshonestidad de la comunidad internacional.
Necesitamos no vivir en la ley de la selva, necesitamos leyes para que haya orden y justicia en nuestras vidas, pero nos están mostrando que el derecho internacional y las normas creadas no valen nada, porque se aplican en función de la raza de las poblaciones, del color, de la religión, de la etnia y de los intereses y no bajo el principio de que todos somos humanos y todos merecemos los mismos derechos y la misma justicia.
No tengo palabras para definir la normalización de la deshumanización. Siento que no hay nada que decir para poder explicarlo. Durante años he escuchado cómo nos dan lecciones a los que vivimos en el mal llamado tercer mundo por no respetar los derechos humanos, el derecho internacional o la libertad de expresión.
Durante años he visto y vivido cómo nos tratan, como si fuéramos de otro planeta. ¿En qué se convierten los países del primer mundo si no respetan las mismas leyes que han diseñado y aprobado para crear un orden mundial decente?