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La campaña electoral, una cuestión menor en el pueblo de Madrid más lejos de Madrid

Panorámica de la localidad madrileña Puebla de la Sierra

Víctor Honorato

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“La última vez que estuvo aquí un presidente de la comunidad fue [Joaquín] Leguina, en el 94”, recuerda Silvia Nogal, antigua concejala de Puebla de la Sierra, el municipio de la Comunidad de Madrid más alejado de la capital, de la que lo separan 108 kilómetros por carretera. Con 73 habitantes censados en 2020 para 58 kilómetros cuadrados de terreno, Puebla está en la Sierra del Rincón, al nordeste de la comunidad, ya casi en Guadalajara.

Aquí apenas hay propaganda electoral; una pareja de voluntarios de Más Madrid se presentó hace unos días en el consistorio para preguntar si se podía pegar algún cartel. “Claro que podéis, otra cosa es que os voten”, despachó el alcalde, Aurelio Bravo, en el cargo desde 2003. La foto de Mónica García en la parada del autobús es el único signo aparente de que el 4 de mayo habrá elecciones.

El autobús a Puebla sale a las 10.00 de la mañana de Buitrago del Lozoya y asciende por la sierra, pasa por el alto a 1.600 metros y desciende al valle donde está encajonada la localidad. A las 18.30 horas recorre el trayecto inverso, a tiempo para coger el enlace a Madrid. Hasta la Plaza de Castilla son dos horas y media, puede que un poco más. “Es como ir a Valencia”, bromea Nogal.

El chófer del autobús —en realidad es un microbús de veinte plazas, alquilado al Consorcio Regional de Transportes— es Fernando García, que lleva haciendo el trayecto 28 años. Mientras conduce mansamente por la carretera, hoy muy bien asfaltada, recuerda los cambios en el paisaje. “Aún se entrevén las terrazas en el monte donde se cultivaba el centeno, aquí está muy alto para que se dé el trigo”, indica tras girar el volante con suavidad. Explica que las vacas tampoco son las originarias, que las pardas limusinas que se ven ahora sustituyeron a la tradicional raza avileña, y que es una pena que la vegetación haya ocultado los arroyos. “Antes había truchas, hasta se metían en los surcos de las patatas, pero ahora no pasa nada de luz”, lamenta.

Puebla de la Sierra siempre ha sido un pueblecito. Nunca ha superado los 350 habitantes, pero a partir de los setenta se vació rápidamente. Los hijos de la localidad emigraron, aunque intentaron no irse muy lejos, a San Sebastián de los Reyes o Alcobendas. Las fincas se dejaron de trabajar, la vegetación tapó el río. En 1991 solo quedaban 48 personas, según el INE. Desde entonces, la población se ha ido recuperando, incluso con niños, gracias a la inversión pública, en gran parte. Han mejorado las comunicaciones, las infraestructuras, los servicios. Hoy el lugar es un cúmulo de casas de piedra rehabilitadas separadas por calles empedradas, que se van arreglando conforme hay dinero. 

El autocar hace parada intermedia en Montejo, donde se baja la profesora del colegio, el único de la comarca. 15 minutos después, llega al término. Antes de despedirse, el conductor cavila: “¿Las elecciones? Aquí la gente es más de derechas”. El análisis es acertado, pero por la mínima: en la cita de 2019, PP, Vox y Ciudadanos sumaron 27 papeletas. PSOE, Más Madrid y Podemos, 26. Hubo un voto nulo.

Es viernes y hoy el alcalde, Aurelio Bravo, está por el ayuntamiento hasta las once de la mañana, discutiendo con las funcionarias si hay que responder a un requerimiento que ha llegado. Cuando termina de dar instrucciones, se encamina al bar de Filomena, o Filo, un pequeño local de planta cuadrada que también funciona como colmado. Filo, en bata, sirve café y pastas y habla con el alcalde sobre los trámites de una herencia. La mujer siente una animadversión especial por los políticos; a poco que se le tira de la lengua empieza a lanzar insultos a diestro y siniestro. Los periodistas tampoco le entusiasman, pues cree que han sido injustos en el tratamiento de una de las cuestiones por las que ha destacado Puebla en los últimos años: su monumental deuda. 

Unos 800.0000 euros costó comprar a la mancomunidad un aserradero para aprovechar la abundante madera del área. Pero el concesionario no cumplió, dejó de abonar el canon, y se le rescindió el contrato. Ahora, además, la instalación está cerrada. “El tren de corte no está mal, pero la cilindradora está cansada”, cuenta el regidor, que espera una subvención para ponerla al día. “La comunidad de Madrid no se mira el bolsillo”, confía. Mientras tanto, todos los meses se sigue abonando el crédito, a razón de unos 4.000 euros por ingreso. “Quizás no fue la mejor idea”, admite Nogal. Todavía falta por pagar en torno a medio millón de euros.

Con un presupuesto municipal que ronda los 300.000 euros (aunque con las subvenciones de la Comunidad la cantidad puede llegar a doblarse), los arreglos de las calles se hacen por tramos. En cada uno de ellos, una plaquita señala el pagador. “Urbanización de la calle Pradillo, 50.000 euros de fondos europeos Feader”, se lee en la fachada de una casa. La “renovación del alumbrado para el embellecimiento del casco histórico” la pagó la Comunidad de Madrid, que también sufraga el retén forestal. Las relaciones con el gobierno regional son buenas, aunque siempre puede haber malentendidos. Silvia Nogal recuerda, por ejemplo, las dificultades para hacer calar en la capital la noción de que el repetidor de TDT que se suponía que debía dar cobertura al pueblo no tenía el alcance que decían en Madrid que tenía. 

El alcalde Bravo, de 67 años y ya jubilado, trabajó mucho tiempo en una empresa de artes gráficas en Pinto, donde fue delegado de empresa, sin afiliación sindical. En Puebla fue concejal antes que alcalde (le precedió el hermano de Filo, que lo dejó por imposición de su mujer, según el relato familiar) y, desde 2011, por aquello de que ser del partido que manda facilita algunas cosas, se presentó en una lista del PP, aunque como independiente. “Les dije que jamás me afiliaría”, asegura. Con todo, le cae bien Isabel Díaz Ayuso. “Es más asequible”, compara. Cristina Cifuentes y Ángel Garrido tampoco le dieron problemas. Con Esperanza Aguirre, en cambio, no congenió. “Le pedimos una reunión y ahí se quedó. Y cuando te citaba, era para darte el discursito”, rememora.

A Aurelio Bravo le quedan dos años de mandato y está pensando en dejarlo. La COVID también llegó a Puebla y hace poco se llevó por delante a Teresa Mateos, la teniente de alcalde, mano derecha y amiga del primer edil, a los 57 años. “Nos conocíamos desde hace cuarenta años, veraneábamos juntos con nuestras familias”, cuenta, y se le ponen los ojos vidriosos. Al rato se recompone y anuncia que se tiene que ir. Antes recuerda que no cobra por el cargo, que con la deuda no se vería bien.

El cisma de 2007

Tras tocar fondo con 48 habitantes en 1991, Puebla ha ido recuperando población poco a poco, reconvirtiéndose, como tantos otros parajes de la sierra, al negocio turístico. Hoy hay unos hospedajes, adaptados a partir de los barracones de los trabajadores de la reforestación franquista; un restaurante en régimen de concesión e incluso un espacio de 'coworking'. “La fibra ha ayudado mucho”, cuenta Silvia Nogal, que participa en el proyecto Arraigo, que busca atraer a población urbana.

El pueblo también cuenta con una cooperativa que vive de la agricultura y el pastoreo; un museo de dibujo y obra gráfica, impulsado por el escultor local Federico Eguía; y un conjunto escultórico al aire libre. Además, presume del hermanamiento con la ciudad japonesa de Osaka, al que se llegó porque el representante del escultor tenía tratos con clientes nipones. Desde 2006, forma parte de la Reserva de la Biosfera, como parte de la Sierra del Rincón. Los turistas se han dado cuenta y los fines de semana llegan en riada. Con los confinamientos perimetrales, más. “Parece la Gran Vía”, compara Nogal. 

Este resurgir del pueblo, el progreso, o la manera de entenderlo, también ha ocasionado roces, como el conflicto por las Eras del Solar, un robledal centenario próximo a las casas que se planteó urbanizar con el cambio de siglo. Unos querían conservar el área. Con el país entero en plena efervescencia del ladrillo, el alcalde apostaba por levantar viviendas. En las reuniones del concejo abierto, donde todos tenían voz y voto, saltaron chispas. La cosa acabó en los juzgados, incluso se lanzaron acusaciones por manipulación del censo en las elecciones de 2007, según hizo público Ecologistas en Acción.

Aunque ganaron los partidarios del regidor, el proyecto no ha prosperado, y los robles siguen donde siempre han estado. Pero a Silvia Nogal aquello le quitó las ganas de hacer política y en 2011 ya no se presentó. “Eran reuniones de cuatro horas y al final la gente aún no sabía qué tenía que votar”, relata. “Además, ir con el PP, eso sí que no”, añade. Ahora bien, ya ha pasado tiempo, y si Aurelio lo deja, quizás se lo vuelva a pensar. Algunos vecinos la animan, el PSOE ya la ha sondeado. Falta por ver cuál será el color político en la Comunidad y si, como cree Aurelio, ser del partido que manda facilita algunas cosas.

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