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Madrid vuelve a peatonalizar calles durante el puente pero se olvida de seis vías, casi todas en barrios del sur

Una de las calles peatonalizadas durante el puente, en el distrito de Chamberí.

Víctor Honorato

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En el batiburrillo de normas y contranormas dictadas en Madrid para restringir el avance del coronavirus en las últimas semanas, quedó difuminado el plan de peatonalización de los domingos, por el que hasta 12 calles de la ciudad se cerraban al tráfico rodado. Operativo desde la segunda semana de septiembre (tras estarlo también al principio de la desescalada, con buen resultado), la idea era dar más espacio para que los vecinos paseasen y guardasen más fácilmente la distancia social, pero el plan se suspendió el primer domingo de octubre con motivo del cierre perimetral dictado a regañadientes por la Comunidad de Madrid.

Esta semana, anulada la orden por el Tribunal Superior de Justicia primero y decretado el estado de alarma por el Gobierno estatal después, la iniciativa volvió a activarse para los tres días del puente del Pilar, finalmente solo a medias y en detrimento del sur de la ciudad: de las 12 vías originales solo seis se reservaron a peatones, y cinco de las excluidas están en los barrios de Carabanchel y Villaverde.

El alcalde, José Luis Martínez-Almeida, ha defendido este domingo en rueda de prensa la vuelta de tuerca, después de darse un paseo por un tramo vallado del Paseo del Prado. “No podíamos acudir al esquema clásico que teníamos de peatonalizaciones, sino que teníamos que medirlas muy bien en función de cuál era la situación en estos momentos, la normativa del estado de alarma, la ubicación y la posibilidad de que todos los vecinos pudieran acceder”, ha declarado.

La peatonalización sigue siendo un asunto divisivo en Madrid, donde un paseo por cualquier calle permite oír opiniones a favor y en contra. Los coches siguen teniendo un papel preponderante y muchos son reacios a prescindir de ellos. No es el caso de José González, dueño de los bares El Chigre y la Piragua de San Isidro, que tiene cerrados. Mientras tomaba el aperitivo con los amigos en la competencia, protestaba porque el Ayuntamiento no le ha permitido poner terrazas y porque la peatonalización del Paseo del 15 de mayo, que empieza unos metros más adelante de donde tiene los locales, no durase más que “dos fines de semana”. “Nos tienen abandonados”, lamentaba, triste porque la calle “podría ser una de las mejores”.

No lejos de allí tomaban unas cervezas Javier y Fernando, ambos conductores de Cabify que ya no trabajan el domingo, precisamente por las peatonalizaciones de Madrid. “Entre el día del ciclista, el día de la silla de ruedas, el día de los niños…. No compensaba”, explicaba Fernando, que a la vez apoyó la peatonalización durante la desescalada para evitar aglomeraciones. “Madrid Río [que está muy cerca] parecía la M-30”, recordó. El tramo más largo del barrio que se renunció a peatonalizar discurre por el Paseo de la Ermita del Santo hasta Carpetana, con tres carriles por cada sentido de circulación y paralelo al parque de San Isidro (cerrado la semana pasada, ahora otra vez abierto). Demetrio, jubilado, se muestra comprensivo con las dos posturas a la salida del súper: “A mí me gusta, pero los vehículos tienen que moverse”.

Más al sur, la Gran Vía de Villaverde separa San Cristóbal y Los Rosales y era el segmento peatonalizado más largo de la ciudad, de unos 2,3 kilómetros de extensión. Esta tarde estaba prácticamente desierta. María José hacía 'footing' sola con los auriculares puestos, pero se paró a señalar que los cambios de criterio tienen a la gente confundida. “Sánchez dice una cosa y Ayuso la contraria, te cierran una calle y a la hora te la abren”, se quejó, aunque entendía que la vía estuviese abierta a los coches este domingo, pues “todo el mundo está en la sierra”. A ella le parece menos práctico no poder ir a Leganés. “Está a cinco minutos y no puedo ir, pero al Bernabéu sí”, comparó.

Un rato después apareció por la acera Pilar, residente desde hace años en Villaverde. “Las aceras son bastante anchas y se puede caminar, por la tarde se llenará de gente”, dijo, si bien apuntó que ella sale antes, cuando no hay nadie, “para poder ir sin mascarilla”. Si hay peatonalización, le parece bien, y si no, le da igual. “Me busco la hora que me convenga”, despejó.

Donde sí hay viandantes en buen número es al mediodía en el Paseo del Prado, que ya se venía cerrando los fines de semana durante el mandato de Manuela Carmena. El alcalde actual aprovechó el buen día para avisar a los medios de que iba a dar un paseo. Fueron 10 minutos, entre Neptuno y Cibeles, donde el regidor se sacó fotos con varios vecinos, todos muy contentos de verle. Algunos, entusiasmados: “¡Me muero! ¡Qué guay!”, celebraba una joven tras posar con Almeida.

Otra mujer, más veterana, lo felicitó igualmente, pero le pidió que se dedicase “a la alcaldía, no tanto al PP [Almeida es el portavoz del partido]”. El regidor dio después una rueda de prensa en la que reclamó que se suspenda el estado de alarma el martes mismo si se confirma que los contagios por 100.000 habitantes bajan de 500 en la ciudad, aseguró que el uso del transporte público aumentó el sábado un 12,5 por ciento, pidió un “trato igual” a Madrid que al resto de comunidades autónomas y tildó de “desproporcionado” el despliegue de agentes de policía en la capital para asegurar el cierre perimetral.

Igual que en el centro de la ciudad, los vecinos de Chamberí que circulaban plácidamente por la tarde en el pequeño tramo peatonalizado entre Ríos Rosas y Cea Bermúdez se mostraban a favor de la medida. Marina y Lola, hermanas, empujaban la silla de ruedas de su madre, Manuela. “Nos viene de maravilla, con la silla se va mucho mejor por el asfalto que por la acera”. Sofía y Miguel, que caminaban con su hijo pequeño, valoraban la medida, pero pedían la reapertura del parque aledaño en obras. Miguel, un amigo de la pareja, bromeaba: “Tengo un criterio cuando voy en coche y otro cuando voy andando”.

La única calle del norte de la ciudad que se cayó de la lista de peatonalizaciones es un tramo de Arturo Soria a partir de la parada de metro de Ciudad Lineal. Allí el espacio ganado era un carril a cada lado de la mediana, delimitado con conos. Hoy no estaban. “Era un poco caótico, se mezclaban ciclistas con abuelos”, criticaba Celia, que paseaba al perro. “Aquí ya no suele haber mucho tráfico, no se nota la diferencia”, coincidía unos pasos más allá Beatriz, otra vecina. Leyendo el periódico en un banco, José, que declara no haber tenido coche nunca, critica la “mentalidad provinciana” de quien se opone a las peatonalizaciones y al uso de la bicicleta. “A mí me pareció una buena idea”, empataba el sondeo José Antonio, que venía paseando desde Sanchinarro.

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