Tenía que hacerse en la Unión Soviética. Era el gran anhelo del productor italiano Carlo Ponti, marido de Sophia Loren y socio habitual de Federico Fellini o Michelangelo Antonioni, cuando a finales de 1964 se embarcó en el proyecto más ambicioso de su carrera. La adaptación de Doctor Zhivago, novela de Boris Pasternak en la que un romance a tres bandas se entrelaza con la Revolución rusa, se encontró sin embargo con un contexto de Guerra Fría que dificultaba cumplir ese objetivo para una superproducción estadounidense.
A Ponti no le quedó más remedio que buscar una alternativa junto al director David Lean, en plena cima de su carrera después de triunfar en los Oscars con El puente sobre el río Kwai (1957) y Lawrence de Arabia (1962). El cineasta británico propuso entonces España: precios baratos, un clima halagüeño y buena consideración internacional de los profesionales técnicos (que tendrían que transformar ese buen tiempo en los fríos ambientes soviéticos). Se dio además una muy curiosa paradoja: el aperturismo económico del franquismo, promovido por una administración estadounidense alérgica a cualquier deje comunista, facilitó que el rodaje de una película sobre los albores de la Revolución de Octubre se asentara en nuestro país.
La presa de Aldeadávila en Salamanca, así como diversos puntos de Soria y Granada, sirvieron para ambientar la historia en parajes como la mismísima estepa siberiana. Finlandia y Canadá también fueron escenario de varias secuencias. Pero Madrid se llevó un protagonismo especial. Varios decorados se instalaron en el barrio de Canillas, al noreste de la ciudad (en el distrito de Hortaleza), que de la noche a la mañana se transformó en una pequeña Moscú. Otras escenas, algunas de las más recordadas del multipremiado largometraje, se filmaron en la histórica estación de Delicias.
El mismo recinto que desde 1984 alberga el Museo del Ferrocarril, con una extensa colección de trenes, maquinaria y todo tipo de elementos alrededor del sector ferroviario, sirvió para reconstruir la gran estación de Moscú en el verano de 1965. Con motivo de ese 60 cumpleaños, desde el Museo han organizado la exposición Estación Zhivago, abierta a visitas cada día de 10.00 a 15.00 hasta el próximo 28 de octubre. Los andenes se han llenado de fotografías del rodaje o la promoción de la película.
Un vagón exhibe asimismo una curiosa muestra con el vestuario que visiteron los extras que hacían de soldados (muchos de ellos trabajadores de la propia estación) y diversos elementos de atrezzo, como maletas o la ushanka, el tradicional gorro soviético de piel. Incluye también un vídeo en el que varios críticos analizan la película.
La colección recupera otros curiosos elementos, como las notas que tomó el escritor Miguel Delibes al encargarse de la traducción para el doblaje al castellano (desde el inglés, porque rodar en ruso nunca fue una opción). La única pega es que no se conservaron locomotoras ni vagones utilizados para el rodaje. En su momento, el equipo de producción los alquiló o compró a Renfe, sin que luego se conservaran. Nadie sospechó que pudieran convetirse en joyas materiales ni poseer valor artístico.
De fondo, la oscarizada banda sonora de Maurice Jarre retrotrae a ese julio de 1965. Solo quedaban cuatro años para que la estación del número 61 del Paseo de las Delicias, inaugurada en 1880 como la primera estación monumental de Madrid, cerrara sus puertas y ya nunca recuperara su actividad de tránsito de pasajeros. Atrás quedaba su era dorada, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando era la referencia en las conexiones con Portugal y el oeste del país. El diseño de Émile Cachelièvre, discípulo de Gustave Eiffel, auguraba un oropel que se desprendió durante el franquismo.
El edificio principal, racionalista y de poca ornamentación, utilizó hierro y vidrio en su edificación. De los muros laterales, con doce metros de alto, salen 18 estructuras triangulares metálicas distanciadas diez metros, sobre las que se apoya la cubierta. La nave tiene 170 metros de largo, 35 de ancho y 22,5 de alto. Cabían hasta cinco trenes de veinte coches cada uno a la vez. Los pabellones laterales sí contaron con mayor decoración. Para su construcción se emplearon ladrillos de dos colores, rojo y negro, con reminiscencias al estilo neomudéjar tan de moda en aquella época.
El cierre a finales de los sesenta fue el culmen a una etapa de declive que solo tuvo como repunte este espléndido rodaje. La inauguración de Chamartín, el 1 de julio de 1969, fue la puntilla. Ese mismo año pasó a convertirse en depósito de materiales, aunque el actual proyecto museístico impulsado por la Fundación de los Ferrocarriles Españoles ha servido para que el lugar vuelva a brillar durante los últimos 40 años.
La película de David Lean llegó a los cines en octubre de 1966, diez meses después de un estreno en Estados Unidos que se produjo con muy poco margen respecto al fin del rodaje. Varios productores, es difícil saber si también el propio Ponti, apretaron para que el drama histórico llegara a tiempo para competir en los Oscars de ese año.
Finalmente lo hizo y consiguió cinco estatuillas. Los académicos reconocieron el guion adaptado de Robert Bolt a partir de la novela de Boris Pasternak (el libro favorito de Lean) y la banda sonora de Maurice Jarre, así como tres apartados técnicos de su impresionante producción: la fotografía, la dirección artística y el vestuario. Doctor Zhivago fue, además, todo un éxito de taquilla. En la actualidad, ocupa el octavo puesto en la lista de largometrajes con mayor recaudación en Estados Unidos, al ajustar la inflación.
Para quienes todavía no la hayan visto o haga tanto tiempo que la memoria ha nublado el recuerdo, Doctor Zhivago narra la agitada vida del poeta y cirujano Yuri Zhivago (Omar Sharif), al que la Revolución rusa de 1917 y el posterior conflicto entre zaristas y bolcheviques salpica en medio de una apasionado romance con Lara (Julie Christie). Integran también el reparto Geraldine Chaplin (que da vida a la esposa del protagonista), Alec Guinness, Rod Steiger, Tom Courtenay (único miembro del elenco al que el filme granjeó una nominación al Oscar) o Ralph Richardson.
Dura 197 minutos y en cada uno de ellos luce el mimo y la majestuosidad de un tiempo de transición para Hollywood, en el que el modelo del cine clásico daba sus últimos coletazos a través de la colaboración con el capital europeo. Un tiempo de equilibrio entre lo artesanal y lo autoral.
Algo de ese cariño, aunque sea hacia los trenes en vez de las imágenes, permanece en el mismo lugar 60 años después. Al visitar la exposición, pueden verse operarios que mantinen a punto los convoyes, que todavía requieren un cuidado no solo estético sino también mecánico aunque lleven décadas fuera de circulación.
También algo del asombro de esa superproducción en 35 milímetros, que como recoge una foto de la muestra emocionaba a los espectadores a la salida de los Cines Paz, pervive en el Museo del Ferrocarril. En las familias que acuden con sus hijos e hijas, deslumbrados al ver primitivas locomotoras o elegantes trenes eléctricos con diseños repletos de colores e imaginación. En la fascinación de esos mismos pequeños cuando se acercan a una maqueta perfecta o se montan en los simuladores de conducción de los trenes de Renfe. Por suerte el Museo guarda todos estos tesoros, igual que Doctor Zhivago registró para siempre un tiempo de convulsiones, ilusiones y sueños. Aunque algunos, como el de Ponti, nunca terminaran de cumplirse.